: ¿Por qué parte la Misa la santa Hostia consagrada en la Misa y lo hace de forma tan sutil? Por seguro encierra cierto significado, pero, de ser así, ¿por qué la congregación no se involucra al ser partida?
R: Estás en lo cierto al afirmar que existe un significado. La fracción de la Hostia consagrada pudiera ser una de las partes más importantes de la Misa. Es de esta acción que los primeros cristianos desarrollaron el primer nombre de la oración eucarística de la Iglesia.
Siglos antes de que nos refiriéramos a la liturgia eucarística como “Misa”, la llamábamos “Fracción del Pan”. (Cf Lucas 24,30.35; Hechos 2,42.46; 20,7; 27,35; 1 Corintios 10,16)
El ritual de la “fracción del pan”, es decir, partir la Hostia consagrada antes de la comunión, recibe su significado principalmente de la acción de Jesús en la Última Cena durante la Pascua, cuando tomó, bendijo, partió y dio el pan a los discípulos al tiempo que lo identificaba con el don que es su cuerpo mismo. (Cf Marcos 14,22; Mateo 26,26; Lucas 22,19)
El Señor Jesús enfatizó además la realidad de que su carne y su sangre son verdadera comida y verdadera bebida en el “discurso del Pan de Vida” en el capítulo 6 del Evangelio Según Sn. Juan. (Cf Juan 6,51-57)
Cuando Jesús partió el pan en la Última Cena, representaba un poderoso signo profético. Declaraba que su cuerpo mismo sería quebrado y su sangre misma sería derramada. También declaraba que quienes compartieran este alimento sagrado participan de su misma pasión y misterio pascual.
Al partir el pan, Jesús hizo presente su crucifixión en el Calvario en la comida misma que estaba compartiendo.
Por esa razón, Sn. Pablo enseñó a los primeros cristianos de Corinto que compartir la Eucaristía es en realidad una proclamación de la muerte del Señor hasta que vuelva. (Cf 1 Corintios 11,26)
Hoy afirmamos esta misma verdad cuando proclamamos el Misterio de Fe tras la consagración en la Plegaria Eucarística y decimos, “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!” Por esta razón, nos hemos referido tradicionalmente a la Misa como el “sacrificio incruento en el Calvario” en que participamos de él y recibimos la gracia de la muerte y resurrección de nuestro Señor.
El ritual de la fracción del pan también revela la presencia del Señor Resucitado. Los discípulos en el camino a Emaús reconocieron a Jesús Resucitado en este acto cuando Cristo se quedó con ellos. El Señor Resucitado tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio, y fue en esta acción que la presencia de Cristo les fue revelada. (Cf Lucas 24,29-35)
La congregación participa en esta acción sagrada de la fracción del pan al proclamar el título de Jesús como “Cordero de Dios”. Es este el título que Juan el Bautista usó cuando señaló al Señor, “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. (Juan 1,29) Este título es una de las declaraciones más profundas de la identidad y la misión de Jesús en el cuarto Evangelio. Es en la cruz en el Calvario que Jesús se vuelve verdadero Cordero de Dios y consigue la salvación del mundo a través del perdón de los pecados y de establecer una nueva alianza en su sangre.
Ciertamente, es la razón por la que Juan, rompiendo con su estilo, incluye múltiples referencias de Jesús como el cordero pascual en conexión con la crucifixión de nuestro Señor (Cf Juan 19,14.31 Jesús muere el “Día de la Preparación” mientras los corderos pascuales son degollados en el Templo; Juan 19,29 una rama con un hisopo se relaciona con Jesús como estuvo relacionada con la sangre del cordero pascual en Éxodo 12,22. Y en Juan 19,36 son instruidos a no romper ninguno de sus huesos, en referencia al cordero pascual de Éxodo 12,46).
El título “Cordero de Dios” captura la identidad más profunda de Jesús, así como su misión en el Evangelio Según Sn. Juan. La congregación proclama este grandioso título tres veces mientras el cuerpo de Cristo (en la Hostia consagrada) es partido en el altar. De hecho, Jesús es nuestro Cordero de Dios, el sacrificio perfecto y agradable que quita nuestros pecados y trae la paz definitiva para todo aquel que en Él cree. Esta gran proclamación de la congregación debiera ser un momento de profunda reverencia mientras invocamos la misericordia del Señor y reconocemos su poder para quitar los pecados del mundo. Al “partir el pan” participamos, de hecho, en la muerte y la resurrección del Señor, en su misterio pascual.
El libro del Apocalipsis continúa enseñándonos acerca de la victoria que Jesús consigue para nosotros en su muerte y resurrección. El autor se refiere a Jesús como el “Cordero degollado”. (Apocalipsis 5,6.12) La Misa es descrita en ocasiones como “El banquete nupcial del Cordero de Dios” por este motivo. (Cf Apocalipsis 19,9)
En la Misa celebramos y recibimos la victoria definitiva de nuestro Señor sobre las fuerzas del pecado y de la muerte. Es este el triunfo del Cordero de Dios. Por eso, muchos arquitectos medievales del siglo IX comenzaron a incluir un prominente “arco del triunfo” justo sobre el altar para honrar la victoria de Jesús como el Cordero de Dios que se ofrece a sí mismo por nosotros en el sacramento del altar. Ejemplos de este detalle arquitectónico se pueden encontrar en las iglesias tradicionales por todo el mundo.
Mientras oras por la Iglesia este año en Semana Santa, pon atención a la fracción del pan y profesa tu fe en Jesús como el gran Cordero de Dios que ofrece la gracia de su muerte y su resurrección por cada uno de nosotros en su cuerpo y en su sangre.
Agradece al Señor por lo que ha hecho por nosotros. Mientras recibes su presencia real (cuerpo, sangre, alma y divinidad) al comulgar, reza porque puedas llegar a convertirte en aquello que recibes para que sea Cristo quien viva en ti y no vivas más una vida solo tuya. (Cf Gálatas 2,20).
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