Evangelio de San Marcos 8, 5-11
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó: «Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano.
Segundo milagro del Evangelio de Marcos, es para un pagano.
Y no solo un pagano, sino un representante del ejército de ocupación. Esto nos apunta hacia la universalidad del Reino, al hecho de que la salvación no está reservada al “pueblo elegido” sino que la ley del amor que Jesús vino a predicar aplica toda la humanidad, judíos y gentiles, “buenos” y “malos”.
la humildad del centurión ante la persona de Jesús (“Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo”).
El centurión está genuinamente preocupado por la salud de su criado. Seguramente ha oído hablar de Jesús y, a pesar de su rango y posición, no tiene reparos en humillarse ante Él para interceder por su criado. No pide por él, sino por su amigo. Tampoco le dice lo que tiene que hacer; se limita a plantearle la situación: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”
Señor mi oración, ¿se centra solo en mi persona y mis necesidades, o pido también por otros?
Mucha fe la del centurión
En la celebración eucarística, en el rito de comunión, decimos: “Señor, no soy digno de que ente en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Somos dignos de recibir al Señor?
A partir de hoy también debemos decir “¡Señor, dame la fe del centurión!”
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