— «LO QUE HACES, HAZLO PRONTO»
Con mirada escrutadora de las almas, ve Jesús el crimen horrendo de un escogido para la excelsa dignidad de Apóstol; ve su Pasión amarguísima, acelerada por este crimen; ve el suicidio desesperado de Judas.Entonces profundamente conmovido, dijo: —Os aseguro que uno de vosotros me entregará.
Espantados se miran mutuamente, temiendo cada uno encontrar en el rostro del compañero la lividez acusadora del crimen.
Su conciencia de nada los remuerde, pero más se fían de la palabra de Jesús, y al fin pueden hablar, y uno tras uno, y «entristeciéndose mucho» porque mucho le aman, le preguntan: —Señor, ¿soy acaso yo? ¿Soy yo? A modo de respuesta, Jesús repite la terrible profecía, ponderando toda la maldad encerrada en semejante traición: —Uno de vosotros, uno que está conmigo...
en su deseo de llegar al corazón de Judas, anuncia el pavoroso castigo que le amenaza. —El Hijo del hombre se va, según está decretado. Mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!
¡Mas le valiera no haber nacido!
¡Mas le valiera no haber nacido!
Judas pregunta también: —¿Soy yo acaso, Maestro? Yo creo que su respiración estaría en suspenso aguardando la respuesta. Jesús le dice en voz baja: —Tú lo has dicho: tú eres.
¡Y tampoco se echó entonces Judas al suelo, llorando a los pies de quien hubiera llorado con él! La fidelidad vehemente de Pedro no puede soportar el pensamiento de que este sentado en su misma mesa un traidor a Jesús. Quiere saber quién es.
Uno de los discípulos, aquel a quien Jesús amaba —así nos cuenta sencillamente San Juan, que era ese discípulo—, estaba a la mesa, recostado a la derecha de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: —Señor, ¿quién es?
¡Dulce intimidad de amigo que quiere conocer la pena de su amigo para consolarle! El Corazón de Jesús se conmovió agradecido ante aquella pregunta llena de amor, y en prueba de que aceptaba el consuelo ofrecido por el amado discípulo, le comunica su pena descubriéndole quién es el traidor. Pero, siempre delicado, siempre noble, no quiere decirle el nombre, sino solamente darle una señal, para que así Juan entienda que a nadie lo debe descubrir.
Le contestó Jesús: —Aquél a quien yo daré este trozo de pan untado. Y tomó un pedazo de pan, lo mojó en la salsa, y extendió la mano. Con qué emoción contenida miraría Juan la mano de Jesús para ver a quién de los Doce se acercaba...
Y se acercó a Judas, hijo de Simón lscariote, y le dio el pan. Esto fue para Judas un obsequio, una nueva delicadeza de Jesús. Para Juan fue el descubrimiento aterrador.
Tenía al criminal frente e frente. Fijo en él sus ojos doloridos. Y la mirada penetrante del discípulo virgen vio no sé que en la cara del discípulo perverso.
Entonces, al ver Jesús que nada ha conseguido, quiere quedarse solo con los suyos, libre de quien le atormenta con sólo estar presente. Y le dice: —Lo que piensas hacer, hazlo pronto.
No era empujarlo al crimen. Era una nueva invitación. Era advertirle que lo sabía todo, y que si no quería arrepentirse, debía marchar de allí.
Y el desgraciado Judas estaba deseando ese momento. Se levantó en seguida. Ninguno de los comensales entendió a qué se refería Jesús. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
. — «TOMAD Y COMED»
En cuanto Jesús se vio libre de la presencia del traidor, parece que no quiso disimular el descanso que sentía: —Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él...
Lavose las manos, manos honradas de carpintero, manos limpias de sacerdote, manos que bendecían...
Tomó una copa de vino ligeramente aguado y la bendijo. —Bendito seas, Señor, Dios nuestro, que has creado el fruto de la vid —recitaba pausadamente, según los ritos de la cena pascual.
Bebió un poco, y ofreció la copa a Pedro para que circulara por todos, diciéndoles:
—Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios.
Se colocó el cordero. Venia extendido en dos palos sujetos en forma de cruz. Jesús sabía quién iba a ser mañana el verdadero Cordero sacrificado por los pecados del mundo. Lo despedazó con delicadeza, lo bendijo y lo distribuyó entre sus discípulos.
Llegó entonces el momento cumbre de los siglos. El momento que jamás se hubieran atrevido a imaginar ni los Santos ni los Ángeles.
El momento de la infinita generosidad de Dios.
Tomó Jesús un pedazo de pan de los que quedaban sobre la mesa, levantó los ojos a su Padre, le dio gracias, partió el pan, lo bendijo y lo dio a sus discípulos, diciendo:
—Tomad y comed: Esto es mi Cuerpo, entregado por vosotros.
Del mismo modo tomó el cáliz, dio gracias y se lo entregó, diciendo:
—Bebed de él todos. Porque esta es mi Sangre, Sangre de la Nueva Alianza, que por vosotros y por muchos será derramada para remisión de los pecados. Haced esto para acordaros de mí
Este es mi Cuerpo... Esta es mi Sangre... Palabras sencillas y terminantes, que tienen un único sentido: aquello que parece pan, es el Cuerpo de Jesús; aquello que parece vino, es la Sangre de Jesús. El lo puede todo porque es Dios.
Ahora dice ante el pan: Esto es mi Cuerpo, y el pan se convierte en el Cuerpo de Jesús. Queda el gusto de pan, queda el color, queda el peso: pero ya no es pan. Es el Cuerpo de Jesucristo, el mismo Cuerpo que esta sentado a la mesa. Y con el Cuerpo están la Sangre, el Alma y la Divinidad. Dice después ante el vino: Esta es mi Sangre. Y el vino se convierte en la Sangre de Jesús. Queda el color y el gusto del vino; pero ya no es vino. Es la Sangre del Hijo de Dios. Y con la Sangre están el Cuerpo, el Alma y la Divinidad.
En esta primera consagración —y en las consagraciones que se sucederán por los siglos de los siglos— Jesús realiza un prodigio, mejor dicho, una serie de prodigios, que sólo Dios puede realizar. Y los Once creen sin dudar ni un momento. Ellos, hace un año, le habían oído decir «Os daré a comer mi cuerpo, os daré a beber mi sangre.» Creyeron que Jesús cumpliría esta promesa, pero no sabían de qué manera.
Comentario del El Drama de Jesús
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