«PARA QUE EL MUNDO CONOZCA QUE AMO A MI PADRE»
Iba pasando la noche. Se acercaba el momento de la partida. Jesús insiste en que cumplir sus mandatos es prueba de amarle, y les deja su paz, distinta de la paz del mundo.
—El que me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado: pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Ellos entienden que esas palabras, «mi paz os dejo», anuncian un adiós, muestran la pena en sus miradas, y él los tranquiliza: —Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy, y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí; pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago.
Levantaos, pues, y vamos de aquí. El Maestro está conmovido con todos los misterios de esta noche. Al decir estas últimas palabras, se levanta de la mesa para salir.
«VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS. EL MUNDO OS ODIARÁ»
Vuelve a decirles lo que desea en ellos y en todos los suyos:
—Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros. Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Muchas cosas me quedan por deciros; pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablara de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os ira comunicando.
LA ORACIÓN DEL SACERDOTE ANTE EL SACRIFICIO
Después de dichas estas cosas, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo:
—Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti; y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste.
Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Ante esta íntima y perfecta comunicación de Jesús con el Padre, debe callar toda palabra humana, debe cesar todo ruido exterior, para que mejor la podamos oír dentro del alma.
Llega la hora, dice Jesús; ¡la hora en que el Padre recibirá la máxima glorificación por el sacrificio del Hijo! ¡La hora más solemne y augusta de la Humanidad! Y en esta hora pide Jesús que también el Padre le glorifique a él, haciendo que todos los hombres le conozcan, para que tengan vida eterna, pues la vida eterna consiste en conocer al Padre y a su enviado, Jesucristo. Después, el Sumo Sacerdote ruega por sus apóstoles: —He manifestado tu Nombre a los hombres que me diste del mundo.
Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido; y han conocido que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos.
Qué delicadamente emplea Jesús ante su Padre la mejor recomendación en favor de los discípulos. Son tuyos, tú me los diste, han guardado tu palabra... Y añade todavía: —Sí; todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no estaré en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti. Padre santo; guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como tú y yo somos uno.
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo, Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo también los envío al mundo. Y por ellos me consagro yo para que también ellos sean consagrados en la verdad. Oración sublime. Oración de hermano, que cuando ruega por sus hermanos se ofrece en sacrificio para que sea oída su oración por ellos.
Cristo en nosotros, no solo para presidirnos y guiarnos y salvarnos, sino para orar al Padre en nosotros, para amarle y glorificarle en nosotros... con nosotros.. para ser un Corazón de hombre que, desde los hombres y en los hombres, ofrece a Dios un amor digno de Dios, y para ser el Corazón de Dios que ama a los hombres cuanto los hombres necesitan ser amados tan íntimamente unido a los hombre, que no sólo hemos sido redimidos por Jesucristo, sino que hemos sido redimidos en Jesucristo. Nadie vea aquí el delicioso invento de un místico.
Fuente: El drama de Jesús
No hay comentarios:
Publicar un comentario