En aquel momento dijo Jesús a las turbas: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos a prenderme?
Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y no me prendisteis. Todo esto sucedió para que se cumplieran las escrituras de los Profetas"(Mt).
Era de noche, muy entrada la madrugada. No quieren los conspiradores la luz del día, quieren la sorpresa, como si pudiesen sorprender a Jesús, que les espera consciente del peligro y entregándose a él.
"Entonces todos los discípulos, abandonándole, huyeron"(Mt).
Los apóstoles se dispersan cuando prenden a Jesús.
La comitiva se aleja: el preso con las manos atadas es llevado será llevado ante el Sanedrín -o al menos parte de él- durante la noche, y, por la mañana, temprano, lo llevarán ante el gobernador romano.
Judas se queda solo en el lugar viendo alejarse a sus acompañantes, que golpean a Jesús y lo maltratan; también ve como huyen sus antiguos amigos y compañeros, casi hermanos en otros tiempos.
DESDE EL HUERTO DE LOS OLIVOS A CASA DE ANAS
Desde Getsemaní lo llevan atado hasta la casa de Anás, suegro del Sumo Sacerdote para interrogarle. "Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año" (Jn. 18-13).
Cautivo de Granada
Para eso fueron por el torrente Cedrón.
Era un torrente pues por allí pasaba abundante agua. Ahora es un descampado con algunas tumbas y árboles dispersos-
Cautivo de Santa Genoveva
Todavía hoy se puede atravesar el valle del Cedrón a través de un caminito que lo cruza transversalmente. Por ahí debieron llevar a Jesús en dirección al pináculo del templo.
Se puede comprobar al verlo desde Getsemaní que de noche es un lugar muy oscuro. Más lo debía estar en aquella época.
Bordeándolo subirían hacia la casa de Anás que estaba en el monte Sión.
A buen seguro subirían las escaleras de piedra muy antiguas que llevaban hacía la cima del monte Sion.
Después de subirlas, a la izquierda se encontraba la casa de Anás, ahora lugar Santo llamado Galicantum, porque allí estuvo el Señor.
Se conservan unas grutas subterraneas -antiguas cárceles- donde la tradición dice que tuvieron encerrado al Señor.
ANAS
Sumo sacerdote judío, hijo de Seti, que actuó como tal a partir del año 6 ó 7 de nuestra era, fecha en la que fue nombrado por Publio Sulpicio Quirino, prefecto romano de Siria, en sustitución de Joazar. Permaneció en su cargo hasta el año 15, en que fue depuesto por el procurador romano Valerio Grato.
La influencia de Anás fue muy fuerte, hasta el extremo de lograr que sus cinco hijos y su yerno Caifás obtuvieran también el cargo de Sumo sacerdote.
Es un viejo habilísimo en el arte de acumular riquezas y granjearse con ellas el favor del Gobernador romano y del Pontífice judío.
El mismo ha sido Pontífice Supremo de su nación durante siete años, y ha conseguido este cargo para cinco de sus hijos y para su yerno Caifás, que es quien actualmente lo desempeña. Caifás, más audaz de palabra, mucho menos diplomático que su taimado suegro, se deja fácilmente gobernar por él.
Es lo más probable que toda la campaña contra el profeta Nazareno fue preparada y dirigida por Anás, que seguía siendo de hecho, aunque no de nombre, el Jefe del Gran Consejo de Israel.
El Sumo Sacerdote Caifás y los demás miembros del Consejo han dado orden de que Jesús sea conducido, ante todo, a presencia de Anás.
Quieren adular al viejo zorro, y quieren que luego le quede tiempo para dormir, ya que ellos deberán velar hasta que se reúnan todos y se celebre el juicio.
Y Jesús de Nazaret se encuentra frente a frente con el Príncipe del pueblo.
Aquel, atado, de pie. Este, sentado, dominador. Anás le pregunta quiénes son sus discípulos, qué hacen y cuál es esa doctrina que va predicando. Jesús nada dice de sus discípulos. Uno le ha traicionado, otros le han abandonado. El no los quiere traicionar. Nada bueno puede ahora decir de ellos, y se calla.
Sabe que el interrogatorio de Anás es ilegal, pues sólo el Sanedrín tiene jurisdicción para inquirir en las causas de los acusados. Sin embargo, a la pregunta acerca de su doctrina, le responde noblemente: —Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas.
¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído: ellos saben lo que he dicho yo. En diciendo esto, uno de los ministros que estaban a su lado, dio a Jesús una bofetada, diciendo: —¿Así respondes al Pontífice?
Era uno de aquellos siervos sin conciencia que en algunas ocasiones envió Anas al Templo para robar a los sacerdotes y aun derribarlos a golpes, si oponían resistencia.
Esta bofetada —bastonazo puede significar también la palabra empleada en el texto griego— es la primera de las que caerán esta noche en el rostro de Jesús.
El ofendido, al ver que el Pontífice no le defiende como era su obligación, se vuelve al agresor y le dice mansamente: —Si he hablado mal, di qué he dicho mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?
El siervo nada sabe decir: Anás empieza a entrever que el galileo no es un aventurero vulgar; crece su envidia, su odio contra él, su deseo de perderle. Mucho había oído hablar del Nazareno a sus hijos, primos, parientes y paniaguados.
Pero acaso nunca le había tenido delante. Incapaz de sostener sus miradas, y deseando que empezara pronto aquella ficción de juicio legal preparada a toda prisa para esta noche, tomo a Jesús, y lo envió atado a Caifás.
Sumo sacerdote judío, hijo de Seti, que actuó como tal a partir del año 6 ó 7 de nuestra era, fecha en la que fue nombrado por Publio Sulpicio Quirino, prefecto romano de Siria, en sustitución de Joazar. Permaneció en su cargo hasta el año 15, en que fue depuesto por el procurador romano Valerio Grato.
La influencia de Anás fue muy fuerte, hasta el extremo de lograr que sus cinco hijos y su yerno Caifás obtuvieran también el cargo de Sumo sacerdote.
Es un viejo habilísimo en el arte de acumular riquezas y granjearse con ellas el favor del Gobernador romano y del Pontífice judío.
El mismo ha sido Pontífice Supremo de su nación durante siete años, y ha conseguido este cargo para cinco de sus hijos y para su yerno Caifás, que es quien actualmente lo desempeña. Caifás, más audaz de palabra, mucho menos diplomático que su taimado suegro, se deja fácilmente gobernar por él.
Es lo más probable que toda la campaña contra el profeta Nazareno fue preparada y dirigida por Anás, que seguía siendo de hecho, aunque no de nombre, el Jefe del Gran Consejo de Israel.
El Sumo Sacerdote Caifás y los demás miembros del Consejo han dado orden de que Jesús sea conducido, ante todo, a presencia de Anás.
Quieren adular al viejo zorro, y quieren que luego le quede tiempo para dormir, ya que ellos deberán velar hasta que se reúnan todos y se celebre el juicio.
Y Jesús de Nazaret se encuentra frente a frente con el Príncipe del pueblo.
Aquel, atado, de pie. Este, sentado, dominador. Anás le pregunta quiénes son sus discípulos, qué hacen y cuál es esa doctrina que va predicando. Jesús nada dice de sus discípulos. Uno le ha traicionado, otros le han abandonado. El no los quiere traicionar. Nada bueno puede ahora decir de ellos, y se calla.
Sabe que el interrogatorio de Anás es ilegal, pues sólo el Sanedrín tiene jurisdicción para inquirir en las causas de los acusados. Sin embargo, a la pregunta acerca de su doctrina, le responde noblemente: —Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas.
¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído: ellos saben lo que he dicho yo. En diciendo esto, uno de los ministros que estaban a su lado, dio a Jesús una bofetada, diciendo: —¿Así respondes al Pontífice?
Era uno de aquellos siervos sin conciencia que en algunas ocasiones envió Anas al Templo para robar a los sacerdotes y aun derribarlos a golpes, si oponían resistencia.
Esta bofetada —bastonazo puede significar también la palabra empleada en el texto griego— es la primera de las que caerán esta noche en el rostro de Jesús.
El ofendido, al ver que el Pontífice no le defiende como era su obligación, se vuelve al agresor y le dice mansamente: —Si he hablado mal, di qué he dicho mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?
El siervo nada sabe decir: Anás empieza a entrever que el galileo no es un aventurero vulgar; crece su envidia, su odio contra él, su deseo de perderle. Mucho había oído hablar del Nazareno a sus hijos, primos, parientes y paniaguados.
Pero acaso nunca le había tenido delante. Incapaz de sostener sus miradas, y deseando que empezara pronto aquella ficción de juicio legal preparada a toda prisa para esta noche, tomo a Jesús, y lo envió atado a Caifás.
Fuente:El drama de Jesús de J.L.Martinez
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