SÁBADO
“ Y les daba miedo preguntarle ”
san Lucas 9, 43b-45
En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido.
Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
Hoy la Iglesia nos invita a reflexionar sobre los miedos que nos impiden avanzar. Nos invita a pararnos a pensar cuántas veces, cómo y cuándo entregamos a Jesús, traicionamos a Jesús.
El miedo forma parte de la condición humana, y nos hace actuar como no querríamos. El miedo nos paraliza, aunque uno puede tener convicciones fuertes y profundas, el miedo puede más.
También, cuando tenemos que dar testimonio de nuestra fe, podemos sentirnos amenazados por el miedo al ridículo, por la vergüenza, por el miedo al qué dirán
En estas circunstancias Jesús nos dice: sed valientes, no tengáis miedo, porque yo os ayudo; mi gracia, mi fuerza, mi amistad está a vuestro lado siempre.
VIERNES
“ ¿Quién decís que soy yo? ”
san Lucas 9, 18-22
Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas».
La palabra Mesías, que usa Pedro, se refiere al Ungido (Cristo) de Dios, enviado para restaurar el reino de Israel, promesa hecha al rey David sobre un descendiente suyo; pero Jesús no acepta totalmente esa definición ya que Él no viene a instaurar un reino terreno, ni sólo de Israel, sino que viene a instaurar el Reino de Dios, que empieza en Israel, pero que se extenderá a todo el mundo;
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Pedro respondió: «El Mesías de Dios».
Es una pregunta que también nos dirige a cada uno de nosotros. Podemos dar respuestas generales, ya sabidas, de “libro”. Pero cada uno de nosotros hemos de responder desde nuestras vivencias, desde nuestro trato personal con Jesús, con sus momentos de luz y de sombras, desde nuestro deseo, a pesar de nuestros fallos, de seguirle y nombrarle el Señor de nuestra vida…
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Eres el centro de mi vida y unidad a Ti quiero poner mi granito de arena en el crecimiento del Reino de Dios
JUEVES
“ ¿Quién será éste? ”
san Lucas 9, 7-9
En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Jesús predica y realiza signos de salvación. Su presencia es Buena Noticia. Y las gentes le siguen. De Él sí se puede esperar la novedad que nos cambie la vida.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo.
MIÉRCOLES
“ Enviados a proclamar y a sanar ”
san Lucas 9, 1-6
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para sanar las enfermedades.
Los Doce representan a la Iglesia Apostólica, el nuevo Pueblo de Dios, que siempre ha sido consciente de su mandato originario que recibió del mismo Jesucristo.
Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: “No lleven nada para el camino, ni bastón, ni provisiones, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.
La Misión de los Doce; ellos deben ir por toda Galilea para, con su misión, compartir la naturaleza de la misión de su Maestro presentada en los capítulos 7 y 8, donde quedó claro que el mensaje del Reino de Jesús se dirige a hombres y mujeres y rompe los límites de lo puro e impuro.
Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”.
Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y sanando enfermos en todas partes.Jesús impuso a sus discípulos las manos , los Apóstoles imponían a los enfermos , tristes las manos, con la fe que tenían esas personas se venían a arriba y se curaban.
Pedimos al Señor que sepamos utilizar nuestras manos.
MARTES
“ Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios... ”
san Lucas 8, 19-21
En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
El evangelio de hoy nos habla del episodio en que la familia busca a Jesús, quisieron conversar con él, pero Jesús ensancha la familia situándola como aquella que hace vida la Palabra de Dios. Jesús usa su pedagogía para invitar a la muchedumbre a formar parte del Reino.
Entonces lo avisaron: "Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte".
Él respondió diciéndoles: "Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen".
El evangelio nos recuerda que María es más bien modelo y referente para nosotros, pues ella es la que escucha y pone por obra la Palabra de Dios.
Y quien primero realizó esto fue María: “hágase en mí según tu voluntad”, dijo al ángel ante su propuesta “imposible” de maternidad.
De este modo también nosotros hoy, somos familia de Dios, en la medida en que actualizamos y testimoniamos su Palabra. Con todo esto, se nos invita a hacer una nueva mirada a para descubrir con quiénes vamos formando esta familia, este Reinado de Dios… de seguro nos vamos a llevar más de una sorpresa.
LUNES
“ Sígueme ”
san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
"Sígueme". Él se levantó y lo siguió.
Para el asombro de muchos, Jesús llama a un pecador para ser su discípulo. Sabemos la especial sensibilidad del Maestro sobre los rechazados por su debilidad, condición y oficio.
Y hoy, al celebrar a san Mateo, se nos recuerda cómo El Señor le invita a seguirlo y con él, a cada uno de nosotros.
Es impresionante y una maravilla que el Señor no tenga la misma mirada que nosotros, personas racionales, calculadoras, que nos fijamos mucho y en algunas ocasiones, solamente en las apariencias; el Señor mira el corazón. ¡Cómo sería la mirada de Jesús para que un hombre como Mateo, que tenía de todo: dinero, una casa, amigos, etc., y que realmente en el fondo no buscaba ni pretendía seguir al Señor, deja al instante lo que estaba haciendo y le sigue!
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?".
Situación que no evita el escándalo de los fariseos, expertos en trazar muros separadores del perdón de Dios. Los fariseos, estrictos observadores de la ley y las tradiciones de pureza, estaban escandalizados con este hecho
Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores".
Cuando el corazón del que se siente elegido por el Señor es un corazón sencillo y pobre, que sabe que todo lo recibimos de Él, es muy fácil dar una respuesta; porque en la llamada que personalmente Jesús nos hace a cada uno hay mucho amor, que traspasa miras humanas y acoge con un amor único y profundo a todos los hombres y mujeres, sin distinción alguna.
DOMINGO
“ Id también vosotros a mi viña ”
La parábola quiere enseñar que este es el Dios de Jesús. Todo generosidad, amor, misericordia. Los obreros, que han llegado a última hora, no tienen mérito alguno, pero se les ha dado lo que sin duda necesitaban para su familia y para sus vidas
san Mateo 20, 1-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido».
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña».
“Un primer mensaje de esta parábola es que el propietario no tolera, por decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en realidad, ser llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro.”
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete.
Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
En el Reino de Dios no hay desocupados, todos están llamados a hacer su parte; y todos tendrán al final la compensación que viene de la justicia divina —no humana, ¡por fortuna!—, es decir, la salvación que Jesucristo nos consiguió con su muerte y resurrección.
Una salvación que no ha sido merecida, sino donada, para la que «los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos».
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