NO ES UN REY CUALQUIERA!
El próximo domingo entraremos de lleno en el Adviento, tiempo de preparación a la Navidad.
La Solemnidad de Cristo Rey resume, centraliza, de alguna manera, todo aquello que hemos ido compartiendo con Jesús durante estos últimos meses. Sus palabras, sus hechos, su paso entre nosotros, sus indicaciones….no nos pueden dejar indiferentes. Hoy, ponernos frente a El, conlleva el sentirlo y situarlo en el eje de todo lo que somos y realizamos.
¿Es así? ¿Está Jesús en el núcleo de nuestra existencia y de nuestras decisiones?
Nuestras actitudes y nuestras obras, nuestros pensamientos y nuestros deseos ¿están orientados por la brújula de su Reino?
Seguir, a Jesús Rey, nos complica un poco la vida. El feudo del mundo es muy distinto al que Jesús nos propone, sugiere y anhela.
*En el dominio del mundo, las armas, suenan demasiado y se hacen de valer otro tanto. En el reino de Jesús, el amor vence sobre el odio y, la mayoría de las veces, no mete ruido.
*En los destinos del mundo, el poder y la ley, se imponen sobre la razón, e incluso, sobre la dignidad de las personas. En el reino de Jesús, la humildad, se ofrece como don y, el otro, es un bien sagrado.
*En el gobierno del mundo, el ser servido, se paga y se valora. En el reino de Jesús, el servir, no se recompensa. Se exige y...queda como huella impresa en la Vida Eterna.
*En la soberanía del mundo, lo externo, es esencial o decoroso. En el reino de Jesús, la sobriedad y la sencillez son sellos que llevan en su frente los amigos de Cristo.
¡Qué extraño reino y qué extraño Rey! Es el reino del mundo...pero al revés. Es un Rey que, sin empuñar el cetro, se expresa con autoridad.
Es un rey que, sin ser ceñido por corona de oro alguna, su rostro brilla con el esplendor de la verdad y del amor, con los colores de la esperanza y de la paz, con el fulgor del perdón y de la confianza en Dios. Sí, amigos. ¡Jesús es Rey!
Un Rey que, lejos de llamarnos vasallos, nos ha emplazado “¡amigos!”.
Un Rey que, lejos de cerrarnos sus puertas, las ha abierto de par en par, para que comamos de su pan; para que seamos conocedores de sus sentimientos; para que descubramos el gran secreto de su presencia en medio de nosotros: Dios.
¿Nos atrevemos a formar parte de la milicia de este pequeño gran Rey?
Qué bueno sería que hoy, en este último domingo del ciclo litúrgico, nos comprometiésemos con El: *El perdón, Señor, será nuestro escudo
*El amor, Señor, nuestra armadura
*La alegría, Señor, nuestra artillería
*La justicia, Señor, nuestro fuerte
*Tu Palabra, Señor, nuestro descanso
*Tu paz, Señor, nuestra avanzadilla
*La fe, Señor, la seguridad y la trinchera para llegar y alcanzar la meta.
Si, hermanos; Jesús, como Rey, espera respuestas e intrépidos cristianos que sepan enarbolar todas estas banderas que definen su peculiar Reino, y que ondean en lo más alto de su palacio.
Si, hermanos; Jesús, como Rey, observa desde lo más alto del cielo a los que, con pobreza y torpeza, ilusión y fatiga, entusiasmo y desencanto, luces y sombras….intentamos adelantar, llevar al día a día, las semillas de su Reino.
Pues, bien lo sabemos, esas simientes las tenemos todos dentro. Es entonces cuando, Cristo, se convierte en el auténtico Rey de aquellas personas que creen en El, esperan en El y dan la vida, aunque sea en insignificantes ofrendas; en pequeños detalles.
Y, si alguno de nosotros, piensa que para ser “rey” hace falta poseer un trono, que no olvide y mire a la cruz de Cristo. Ella, la cruz, es un trono con el que nos tropezaremos en momentos inciertos. Un trono del que lejos de huir, hemos de saber permanecer con el valor del que sabe que, no hay mejor cosa, que ofrecerse y entregarse por los demás como, Jesús Rey, lo hizo: hasta el final y con todas las consecuencias. ¡Viva el gran Rey!
YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY Donde quieras tu señorío, deseo que cuentes con mis manos Donde necesites tus caminos, sabes que mis pies se aventurarán en ellos Donde, tus Palabras, deban de ser escuchadas, te ofreceré mis labios
YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY
De aquellos que amen, sin contraprestación alguna De aquellos que perdonen, sin llevar cuentas del pasado De aquellos que ayuden, sin pregonarlo a los cuatro vientos De aquellos que siembren justicia, sin miedo a ser derrocados
Sé, Señor, que estás necesitado de vasallos: ¡Aquí tienes uno!
YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY Y, cuando en tierra de misión, asome el trono de la cruz que no olvide, Señor, que nunca me fallarás. Amén.
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