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domingo, 21 de febrero de 2021

LAS TENTACIONES DE JESÚS Y EL ARTE

 Bautizado Jesús, volvió del Jordán lleno del Espíritu Santo, y al punto fue llevado por el Espíritu al Desierto, para que fuese allí tentado por el diablo. Y estaba en el Desierto cuarenta días y cuarenta noches, y era tentado por Satanás y habitaba con las bestias. 

De la multitud a la soledad.

 Es la última preparación. Ha venido para hacer de los hombres hijos de Dios, y se retira de los hombres para hablar de ellos con Dios. Ha venido para enseñarles a triunfar del mundo y de sus concupiscencias, y se retira para ayunar y pasar hombre 

Ha venido para enseñarles a triunfar de las sugestiones del demonio, y se retira para dejarse tentar por el demonio.





 En la tentación no hay culpa. Ser tentado es ser hombre. Jesús, santísimo, impecable, permite al Tentador que se le acerque. El lo vencerá y al fin lo arrojará de la Tierra como su Padre lo arrojó del Cielo. 

Pero antes de la victoria final, el combate. 

Satanás, la criatura más abominable, el primer rebelado contra Dios, el primer maldecido de Dios, aunque fue condenado para siempre, conserva su entendimiento angélico, con el cual puede conocer lo que Dios le permite.


La tentación de Cristo en el desierto. Autor: Juan de Flandes

 Ahora, en este desértico monte de Judea, ve un hombre joven llegado de Nazaret, que durante cuarenta días permanece en abstinencia y oración, como han hecho otras servidores del Altísimo. Por esto mismo, Satanás lo considera enemigo suyo, y quiere vencerlo.

 Observa que el enigmático penitente, al final de la cuarentena. muestra tener hambre: juzga que es el momento oportuno para seducirle; toma tal vez las apariencias de un ermitaño que vive también en alguna de aquellas cuevas; se acerca a Jesús.



Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión. 

Se marchó vencido el Tentador. Ha querido seducirle por la gula, invitándole a quebrantar el ayuno. Por la soberbia, proponiéndole descender desde lo más alto del Templo en manos de los ángeles a la vista del pueblo estupefacto. Por la ambición, ofreciéndole todos los reinos del mundo. 




Pero Jesús desbarata sus planes y le aplasta la cabeza con la sencillez de sus palabras. «No es el comer lo más importante de la vida del hombre.

 No hay que tentar a Dios poniéndonos en peligros graves y pidiéndole milagros inútiles. 

¡Sólo a Dios adorarás, sólo a Dios entregarás tu corazón!» 

Satanás le ofrecía el pan material, Jesús viene a libertar el espíritu de la esclavitud de la materia. Viene a transformar los hombres en ángeles; no las piedras en pan, la materia en otra materia.





Si a eso se redujera su poder, todos los hombres carnales le seguirían, jurando creer en él; pero en realidad buscando comer el pan producido por él.

 Pero Jesús no quiere esto. Al contrario: quiere que crean en él, aunque les cueste hambre, dolor y muerte. Sin el pan de trigo se puede vivir: un higo olvidado entre las hojas, un pez cogido en el lago pueden suplirlo.

 En cambio, sin el pan del alma no se puede vivir con vida eterna.


 Satanás le ofrecía el prodigio material: una caída portentosa en el punto más concurrido de Jerusalén, para que los hombres — siempre hambrientos y sedientos de lo maravilloso, siempre dispuestos a postrarse ante cualquier charlatán milagrero— lancen un grito de entusiasmo delirante al verle bajar así de lo más alto del Templo, y se junten a su alrededor y le proclamen Rey de Israel.

 Pero Jesús no quiere arrastrar con maravillas inútiles.




Curará a los sordos, limpiará a los leprosos, sanará a los enfermos, sobre todo a los enfermos del alma; pero cuando llegue la hora de juntar a su alrededor los siervos fieles y fundar su Reino, se apoyará en otro poder mayor que el de los milagros: el poder del amor.

Tentaciones de Cristo (Botticelli)



Se articula a través de tres acciones situadas en diferentes lugares altos y además, en la parte posterior o segundo plano de la pintura. Se lee de izquierda a derecha: 

 En la parte alta, al fondo, Jesucristo encuentra al demonio, bajo la apariencia de un eremita o un peregrino, quien le invita a transformar en pan las piedras y así comer después de cuarenta días de ayuno.

En el centro, sobre un edificio, Satanás tienta a Jesús, diciéndole: «Si tú eres hijo de Dios, arrójate». El demonio está sobre lo alto del frontón de un templo y reta a Jesús a lanzarse al vuelo y ser salvado por los ángeles. El templo está inspirado en el hospital del Santo Espíritu, construcción de Sixto IV próxima al Vaticano.

 A la derecha vuelve a tentarlo ofreciéndole toda la magnificencia del mundo. Cristo lo rechaza y hace caer al demonio desnudo desde una roca. La ropa de eremita se desprende y aparece el demonio, con garras, cola, y orejas de animal. Detrás de la figura de Cristo hay unos ángeles ante una mesa. preparando la Eucaristía.

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