Cuando la procesión se acerca a Jerusalén, muchísimos judíos que habían venido a la fiesta de Pascua, oyendo que llegaba Jesús, tomaron ramos de palmas y le salieron al encuentro, clamando: —¡Bendito el que viene como Rey, en nombre del Señor! Paz en la tierra y gloria en lo alto.
A la ciudad enemiga llegaban los clamores triunfales:
¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en los cielos! ¡Dios salve al Rey! ¡Viva nuestro Rey!
Y los fariseos y los escribas y los ancianos se abrasan de rabia, de envidia y de rencor ante esta victoria de Jesús Nazareno, que se les mete por los ojos.
Y ellos habían decretado que quien supiera dónde estuviese escondido, le delatase en seguida! ¡Y habían excomulgado a quien se hiciese su discípulo...!
Devoran su derrota comentando unos con otros: —¿No veis que nada conseguimos, ¡Todo el mundo se va tras él!
Es el día destinado por Dios al triunfo de su Hijo, y nadie lo podrá impedir. Pero la ceguedad y obstinación de aquellos hombres atraviesa como una espada de hielo el Corazón amante de Jesús.
Y cuando tiene delante la ciudad, donde viene a dejarse matar por ellos, permite que se descubra por fuera el dolor irremediable que le tortura. Y rompe a llorar por Jerusalén.
«Lloró con altos gemidos», dice el evangelista. Y habló a la ciudad: —¡Si tu comprendieras, a lo menos en este día, lo que puede traerte la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretaran el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.
Misterio de Jaen
Estas palabras de amargura infinita, pronunciadas en medio del triunfo, compendian la gran tragedia de Jesús. Jerusalén no se ha querido aprovechar del tiempo de su visitación. Toda la vida de Jesús, especialmente los tres años de su ministerio público y especialísimamente este día en que se presenta como el Mesías prometido, han sido la visitación de Dios a la capital de Israel. ¿No lo está proclamando el pueblo sencillo y creyente? ¿No lo están anunciando todas sus voces?
¡Ya viene el Hijo de David, el Salvador de Israel! ¡Ya viene el Rey que nos prometió el Señor! ¡Bendito sea! ¡Paz al hombre, gloria a Dios! Pero a los jefes del pueblo estas voces suenan a blasfemias...
Jesús ha cumplido su deber de mostrarse públicamente como el Mesías, el Ungido de Dios, ya que las circunstancias de su entrada han sido mesiánicas, cumpliendo en ellas una de las profecías que más claramente se refieren al Mesías: «Decid a Jerusalén: No temas, Jerusalén; mira a tu Rey que viene a ti, manso y montado en un jumento...»
Los fariseos, los sabios, los príncipes del judaísmo, no podrán decir que Jesús nunca se ha presentado como el Cristo del Señor.
Ya lo ha hecho; pero ellos no le quieren conocer; Jesús llora por ellos. Ellos arrastrarán pronto a ese pueblo hoy entusiasmado, y le impondrán su misma incredulidad y odio contra Jesús dentro de cinco días, el Viernes Santo: Jesús llora por el pueblo. El pecado de los habitantes será castigado en ellos y en Jerusalén dentro de algunos años por la espada y el fuego de los romanos: Jesús llora por Jerusalén..
Llora con gemidos vehementes. Pobre Jerusalén, la Ciudad de Dios. ¡Oh, si hubieras conocido tu día!...
Texto del "El Drama de Jesús" de Jose Julio Martinez S.I
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