Este proceso de conversión durará toda la vida y nos llevará a experimentar la plenitud del amor de Dios. Por ello esta invitación a convertirnos es siempre válida y actual. No importa en qué estado de conversión te encuentres… siempre podremos responder con mayor generosidad a Dios. Pero sin olvidar lo que el Señor les dirá a los discípulos: “Sin Mí no podéis hacer nada”. Pero con Él y con la ayuda de su gracia, lo podemos todo. ¡Animo! No dejes para mañana lo que puedas empezar hoy. ¡Animo!
VIERNES
“ Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo ”
JUEVES
“ Aquel de quien escribieron los profetas, lo hemos encontrado ”
según san Juan 1,43-51
En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme».
Ayer fueron Juan y Andrés los que siguieron a Jesús por las palabras del Bautista. Después Andrés, ya seducido, llevó a su hermano Pedro a Jesús. Hoy es el turno de Felipe y Natanael. Felipe, cosa rara, sigue a Jesús sin intermediarios; una fulminante palabra de Jesús es suficiente. Evidentemente no es posible ser seguidor de Jesús en solitario. El auténtico creyente siente el impulso de compartir su fabuloso descubrimiento. Quien ha descubierto a Jesús vive en otra galaxia, y ve el cielo abierto con la escalera preparada para alcanzarlo.
Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado:
Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?».
Es normal que la vida de una persona buena y piadosa que no ha descubierto a Jesús, esté marcada por miedos y desencantos. Y que viva con interrogantes parecidos al de Natanael: ¿Es que puede haber cosa buena en esta sociedad? ¿Es que puede esperar el Señor algo bueno de alguien tan miserable como yo? Pero el descubrimiento de Jesús lo transforma todo.
Felipe le contestó: «Ven y verás».
Felipe repite las palabras de Jesús a Juan y Andrés en el Evangelio de ayer. El conocimiento de Jesús no es cuestión de doctrinas y mandamientos; es cuestión de experiencia personal.
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».
Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
A los transfigurados por el encuentro con Jesús se les promete el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando. La unión de Dios y del hombre; en Jesús. La unión de cielo y tierra; en Jesús.
MIERCOLES
“ Venid y veréis
según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios».
Seguir a Jesús, ser verdadero cristiano, es algo más que haber nacido en un ambiente de cristiandad y ser buena gente.
Eran seguidores del Bautista y empiezan a seguir a Jesús.... su encuentro personal el Bautismo en el Jordan.
Para seguir a Jesús y ser verdadero cristiano se requiere un encuentro personal con El.
Aunque tampoco esto garantiza el auténtico seguimiento. Hay encuentros fallidos y seguimientos equivocados. Recordemos el encuentro del joven rico con Jesús; nada cambió en la vida de aquel hombre. Esto se da también entre personas piadosas que, por ejemplo, gustan encontrarse con Jesús, el de la presencia real eucarística, y piensan que sus otras presencias (prójimos, comunidad, Escrituras) no son reales. Esto resulta en una vida sin sabor evangélico.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Andrés y Juan, por indicación del Bautista, han seguido a Jesús en silencio. Pertenecen a ese grupo selecto de personas que no se conforman con lo que parece satisfacer a la mayoría de los mortales; buscan algo más sin saber exactamente qué. Jesús les ha preguntado: ¿Qué buscáis? Ellos quieren un encuentro concluyente; quieren encontrarle allí donde Él vive. Hagamos nuestra su pregunta para repetírsela cada día al Señor, especialmente cuando comulgamos.
Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Estuvieron con Él. Vieron y escucharon muchas cosas. Al día siguiente dirían como los dos de Emaús: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba y nos explicaba las Escrituras? Cenaron con Él y más tarde evocarían la intimidad de la cena que recrea y enamora.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
Nuestro seguimiento a Jesús también empieza con el Bautismo.
Señor, yo quiero acercarme hoy al evangelio “con ojos de enamorado”. Sólo así se puede leer este evangelio escrito por el discípulo a “quien Jesús tanto quería”.
MARTES
“ Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo ”
según el san Juan 1, 29-34
Hoy, el evangelista se detiene en presentarnos la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista en la orilla del Jordán.
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Envueltos todavía en el ambiente navideño, y en este día en que celebramos el Santísimo Nombre de Jesús, tratamos de penetrar un poco en el inconmensurable misterio del Hijo de María.
Andrés y Juan escuchan las palabras de su maestro, el Bautista. Parece tan seguro de lo que dice, como desconcertado; porque el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo no es lo que él imaginaba.
Este es aquel de quien yo dijo: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”.
El Bautista identifica a Jesús cuando éste se le acerca. Así se convierte en testigo suyo. No hay misión sin encuentro previo.
Luego serán Andrés y Juan los que darán testimonio de Jesús. Y después de ellos, todos nosotros a los que el Señor se ha acercado mediante el don de la fe.
Es una buena ocasión para recordar y agradecer al Señor por tantos Bautistas que Él ha puesto en nuestras vidas.
Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
Dos referencias animales señalan el momento: el cordero de Dios era el animal que se sacrificaba en el templo para expiación de los pecados del pueblo; la paloma era una forma arcaica de referirse al propio pueblo elegido de Israel.
Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Estás palabras las escuchamos todos los días. Las repite el sacerdote antes de la Comunión y no nos asusta la grandeza, que encierra, este Misterio de Amor.
Estamos acostumbrado pero no sabemos qué estamos llamados a hacerlas vida.
El Cordero, el Enviado, el Mesías esta entre nosotros quiere decir que Dios ha venido para quedarse para siempre.
LUNES
“ ¿Tú quién eres? ”
Según san Juan 1, 19-28
Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Es la pregunta que los judíos hacen a Juan Bautista. Recordemos que cuando el Evangelista Juan habla de los judíos, se refiere no al pueblo en general, sino a la autoridad religiosa: sacerdotes, fariseos, escribas.
El Bautista, con claro sentido de identidad personal, responde apropiándose las palabras de Isaías: Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor (Is 40, 3).
Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No».
Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Nuestra misión no es otra que, como Juan el Bautista allanar el camino a los hermanos para que encuentren a Cristo. A nosotros nos toca ser testigo del Evangelio con la propia vida encarnando en nosotros la cultura del cuidado como la mejor manera de vivir el Evangelio en el hoy de nuestra historia.
DOMINGO
“ Y el Verbo se hizo carne ”
según san Juan 1, 1-18
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
En estos días de Navidad nos vemos acompañados con este pasaje evangélico, varias veces se nos ofrece: el día de Navidad, el día séptimo de la octava y el segundo domingo después de la Natividad. Una y otra vez se nos invita a contemplar el misterio, -junto a los pastores-, se nos invita a quedarnos en silencio, “Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Hermanos, y hermanas, deteniéndonos ante el belén miremos el centro; vayamos más allá de las luces y los adornos, que son hermosos, y contemplemos al Niño. En su pequeñez es Dios. Reconozcámoslo: “Niño, Tú eres Dios, Dios-niño”. Dejémonos atravesar por este asombro escandaloso. Aquel que abraza al universo necesita que lo sostengan en brazos.
Él, que ha hecho el sol, necesita ser arropado. La ternura en persona necesita ser mimada. El amor infinito tiene un corazón minúsculo, que emite ligeros latidos. La Palabra eterna es infante, es decir, incapaz de hablar. El Pan de vida debe ser alimentado. El creador del mundo no tiene hogar. Hoy todo se invierte: Dios viene al mundo pequeño. Su grandeza se ofrece en la pequeñez.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Y nosotros, preguntémonos, ¿sabemos acoger este camino de Dios? Es el desafío de Navidad: Dios se revela, pero los hombres no lo entienden. Él se hace pequeño a los ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo, quizá incluso en nombre suyo. Dios se abaja y nosotros queremos subir al pedestal.
El Altísimo indica la humildad y nosotros pretendemos brillar. Dios va en busca de los pastores, de los invisibles; nosotros buscamos visibilidad, hacernos notar. Jesús nace para servir y nosotros pasamos los años persiguiendo el éxito. Dios no busca fuerza y poder, pide ternura y pequeñez interior.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Esto es lo que podemos pedir a Jesús para Navidad: la gracia de la pequeñez. “Señor, enséñanos a amar la pequeñez. Ayúdanos a comprender que es el camino para la verdadera grandeza”.Introducción
Dios habla por medio de su Palabra encarnada. Jesucristo es la luz que ilumina en medio de la tiniebla. Pero el drama está servido: tampoco hoy la Palabra es escuchada y la humanidad prefiere muchas veces más la tiniebla que la luz.
Estamos llamados por ello los creyentes a ser voz que haga resonar en los oídos y en los corazones al que es la Palabra. Estamos llamados a ser luz, que haga descubrir a la humanidad al que es la Luz verdadera. Nos lo recuerda el misterio de la Navidad que estamos celebrando. Es nuestra hora, la hora de la Iglesia, Comunidad Cristiana, que edifica el Reino de Dios a impulsos del Espíritu.
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