YA ES SEMANA SANTA

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viernes, 6 de enero de 2023

SEGUNDO DOMINGO DE NAVIDAD

SÁBADO
“ Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos ”



san Mateo 4, 12-17. 23-25 

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. 

San Mateo nos presenta el inicio de la predicación de Jesús, el primer anuncio de su evangelio, de la buena noticia que nos trae. Jesús no empieza predicando el amor, el perdón, la limpieza de corazón… Empieza anunciándonos la llegada del reino de Dios.

El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».

Es su gran mensaje para toda la humanidad. Jesús proclama la buena noticia de la llegada de un nuevo orden, de una nueva sociedad, de una nueva forma de vivir. Dios no solamente nos ha creado y nos ha dejado a nuestra suerte. Quiere tener unas relaciones muy íntimas con todos nosotros.
 Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Nos anuncia que está dispuesto a ser lo que es: nuestro Dios, nuestro Dueño, nuestro Señor… nuestro Rey
En este primer día después de la solemnidad de la Epifanía lo que más resuena es la llamada a la conversión, llamada a cambiar de mentalidad y de conducta. Se nos invita a creer en Dios y amarlo amando al prójimo.

 Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. 

Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. 


Llama la atención que iba a toda Galilea, no se quedaba con unos pocos, es para todos la salvación, y todos tenemos necesidad de crecer en el conocimiento del amor de Dios, por eso, es muy necesario que los que han tenido la dicha de encontrarse con el Dios vivo, se les requiere que ese tesoro lo hagan participe a sus hermanos, y es necesario que quienes pregonen el Kerigma, -el anuncio de salvación-, actúen como esa estrella que guio a los magos y lleven al encuentro con el Salvador, y procedan como el Señor, calmando toda dolencia, cercanos a los que sufren, aliviando, fortaleciendo y consolando.
Y él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.


Este proceso de conversión durará toda la vida y nos llevará a experimentar la plenitud del amor de Dios. Por ello esta invitación a convertirnos es siempre válida y actual. No importa en qué estado de conversión te encuentres… siempre podremos responder con mayor generosidad a Dios. Pero sin olvidar lo que el Señor les dirá a los discípulos: “Sin Mí no podéis hacer nada”. Pero con Él y con la ayuda de su gracia, lo podemos todo. ¡Animo! No dejes para mañana lo que puedas empezar hoy. ¡Animo!

 VIERNES

“ Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo ”






según san Mateo 2, 1-12

El camino de los magos es el camino de la auténtica fe.

 Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? 
Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». 

Es un don de Dios, algo que está por encima de nosotros y más allá de nosotros. La fe no se merece, se agradece. Esta primera llamada de Dios no nos deja indiferentes. Muchos vieron la estrella y se quedaron en sus casas, pero otros, dejaron todo y se pusieron en camino.

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías. 

Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”». 

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo». 

Un camino que no es nada fácil: La estrella aparece y desaparece. En este camino hay luces y sombras; presencias y ausencias. En la dificultad, hay que seguir buscando, hay que preguntar, indagar y, sobre todo, hay que fiarse de Dios. La estrella, después de haberse ocultado, volvió a brillar con más luz.

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. 

Lo esencial es el encuentro con Jesús. No lo encontraron donde ellos pensaban, pero en aquella cueva y en aquella pobreza, no dudaron en reconocerle como rey y adorarle.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. 

Le ofrecieron lo mejor que tenían: la “mirra” del dolor y sufrimiento propio de nuestro cuerpo mortal; el “incienso” del alma, creada a “imagen y semejanza de Dios” y el “oro” del corazón. Lo importante no eran los dones sino lo que éstos significaban: cuerpo, alma y corazón. Le ofrecieron no sólo lo que tenían sino lo que eran: su ser, su persona, su vida.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.


En todo encuentro con Dios hay que cambiar, convertirse, regresar a la vida, pero por otro camino. Si hemos entrado a la Iglesia por el camino de la mentira, debemos volver por la senda de la verdad. Si hemos ido por el camino de la soberbia, al ver a un Dios que se rebaja y se hace niño, regresamos por el camino de la humildad; si hemos entrado por el camino de egoísmo, al ver el amor de Dios enviándonos a su propio Hijo, regresamos por el camino del servicio y entrega a los demás.
 En un auténtico camino de fe, nada puede seguir igual.

JUEVES

“ Aquel de quien escribieron los profetas, lo hemos encontrado ”



según san Juan 1,43-51 

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme».

Ayer fueron Juan y Andrés los que siguieron a Jesús por las palabras del Bautista. Después Andrés, ya seducido, llevó a su hermano Pedro a Jesús. Hoy es el turno de Felipe y Natanael. Felipe, cosa rara, sigue a Jesús sin intermediarios; una fulminante palabra de Jesús es suficiente. Evidentemente no es posible ser seguidor de Jesús en solitario. El auténtico creyente siente el impulso de compartir su fabuloso descubrimiento. Quien ha descubierto a Jesús vive en otra galaxia, y ve el cielo abierto con la escalera preparada para alcanzarlo.

 Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: 

Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?».

Es normal que la vida de una persona buena y piadosa que no ha descubierto a Jesús, esté marcada por miedos y desencantos. Y que viva con interrogantes parecidos al de Natanael: ¿Es que puede haber cosa buena en esta sociedad? ¿Es que puede esperar el Señor algo bueno de alguien tan miserable como yo? Pero el descubrimiento de Jesús lo transforma todo.

 Felipe le contestó: «Ven y verás». 

Felipe repite las palabras de Jesús a Juan y Andrés en el Evangelio de ayer. El conocimiento de Jesús no es cuestión de doctrinas y mandamientos; es cuestión de experiencia personal.

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». 

Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».

 Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». 

Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». 

Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». 

A los transfigurados por el encuentro con Jesús se les promete el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando. La unión de Dios y del hombre; en Jesús. La unión de cielo y tierra; en Jesús.


MIERCOLES

“ Venid y veréis 



según san Juan 1, 35-42 

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios».

Seguir a Jesús, ser verdadero cristiano, es algo más que haber nacido en un ambiente de cristiandad y ser buena gente. 

Eran seguidores del Bautista y empiezan a seguir a Jesús.... su encuentro personal el Bautismo en el Jordan.

Para seguir a Jesús y ser verdadero cristiano se requiere un encuentro personal con El. 

 Aunque tampoco esto garantiza el auténtico seguimiento. Hay encuentros fallidos y seguimientos equivocados. Recordemos el encuentro del joven rico con Jesús; nada cambió en la vida de aquel hombre. Esto se da también entre personas piadosas que, por ejemplo, gustan encontrarse con Jesús, el de la presencia real eucarística, y piensan que sus otras presencias (prójimos, comunidad, Escrituras) no son reales. Esto resulta en una vida sin sabor evangélico.

 Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». 


Andrés y Juan, por indicación del Bautista, han seguido a Jesús en silencio. Pertenecen a ese grupo selecto de personas que no se conforman con lo que parece satisfacer a la mayoría de los mortales; buscan algo más sin saber exactamente qué. Jesús les ha preguntado: ¿Qué buscáis? Ellos quieren un encuentro concluyente; quieren encontrarle allí donde Él vive. Hagamos nuestra su pregunta para repetírsela cada día al Señor, especialmente cuando comulgamos.

Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. 

Estuvieron con Él. Vieron y escucharon muchas cosas. Al día siguiente dirían como los dos de Emaús: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba y nos explicaba las Escrituras? Cenaron con Él y más tarde evocarían la intimidad de la cena que recrea y enamora.


Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». 

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».

Nuestro seguimiento a Jesús también empieza con el Bautismo. 
Señor, yo quiero acercarme hoy al evangelio “con ojos de enamorado”. Sólo así se puede leer este evangelio escrito por el discípulo a “quien Jesús tanto quería”.

 Sólo si quiero iniciar con Juan “un camino de amor” podré entenderlo. Este evangelio no está escrito para personas superficiales. Dame la gracia, Señor, de contemplarlo en profundidad.

MARTES

 “ Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo ”


La liturgia va preparando el terreno para la solemnidad del Bautismo de Cristo que celebraremos el domingo, como clausura del tiempo especial de la Navidad.

según el san Juan 1, 29-34 

Hoy, el evangelista se detiene en presentarnos la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista en la orilla del Jordán.

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 

Envueltos todavía en el ambiente navideño, y en este día en que celebramos el Santísimo Nombre de Jesús, tratamos de penetrar un poco en el inconmensurable misterio del Hijo de María. 

 Andrés y Juan escuchan las palabras de su maestro, el Bautista. Parece tan seguro de lo que dice, como desconcertado; porque el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo no es lo que él imaginaba.

Este es aquel de quien yo dijo: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. 

El Bautista identifica a Jesús cuando éste se le acerca. Así se convierte en testigo suyo. No hay misión sin encuentro previo.

 Luego serán Andrés y Juan los que darán testimonio de Jesús. Y después de ellos, todos nosotros a los que el Señor se ha acercado mediante el don de la fe. 

Es una buena ocasión para recordar y agradecer al Señor por tantos Bautistas que Él ha puesto en nuestras vidas.

Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. 

Dos referencias animales señalan el momento: el cordero de Dios era el animal que se sacrificaba en el templo para expiación de los pecados del pueblo; la paloma era una forma arcaica de referirse al propio pueblo elegido de Israel.

Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Estás palabras las escuchamos todos los días. Las repite el sacerdote antes de la Comunión y no nos asusta la grandeza, que encierra,  este Misterio de Amor. 

Estamos acostumbrado pero no sabemos qué estamos llamados a hacerlas vida. 

El Cordero, el Enviado, el Mesías esta entre nosotros quiere decir que Dios  ha venido para quedarse para siempre. 



LUNES

“ ¿Tú quién eres? ”


Según san Juan 1, 19-28 

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» 

Es la pregunta que los judíos hacen a Juan Bautista. Recordemos que cuando el Evangelista Juan habla de los judíos, se refiere no al pueblo en general, sino a la autoridad religiosa: sacerdotes, fariseos, escribas. 

 El Bautista, con claro sentido de identidad personal, responde apropiándose las palabras de Isaías: Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor (Is 40, 3).

Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». 

Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». 

Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». 

Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». 

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». 

Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». 

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.


Nuestra misión no es otra que, como Juan el Bautista allanar el camino a los hermanos para que encuentren a Cristo. A nosotros nos toca ser testigo del Evangelio con la propia vida encarnando en nosotros la cultura del cuidado como la mejor manera de vivir el Evangelio en el hoy de nuestra historia.


DOMINGO 

“ Y el Verbo se hizo carne ”


según san Juan 1, 1-18 

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 

En estos días de Navidad nos vemos acompañados con este pasaje evangélico, varias veces se nos ofrece: el día de Navidad, el día séptimo de la octava y el segundo domingo después de la Natividad. Una y otra vez se nos invita a contemplar el misterio, -junto a los pastores-, se nos invita a quedarnos en silencio, “Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. 

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. 

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. 

Hermanos, y hermanas, deteniéndonos ante el belén miremos el centro; vayamos más allá de las luces y los adornos, que son hermosos, y contemplemos al Niño. En su pequeñez es Dios. Reconozcámoslo: “Niño, Tú eres Dios, Dios-niño”. Dejémonos atravesar por este asombro escandaloso. Aquel que abraza al universo necesita que lo sostengan en brazos. 

Él, que ha hecho el sol, necesita ser arropado. La ternura en persona necesita ser mimada. El amor infinito tiene un corazón minúsculo, que emite ligeros latidos. La Palabra eterna es infante, es decir, incapaz de hablar. El Pan de vida debe ser alimentado. El creador del mundo no tiene hogar. Hoy todo se invierte: Dios viene al mundo pequeño. Su grandeza se ofrece en la pequeñez.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. 

Y nosotros, preguntémonos, ¿sabemos acoger este camino de Dios? Es el desafío de Navidad: Dios se revela, pero los hombres no lo entienden. Él se hace pequeño a los ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo, quizá incluso en nombre suyo. Dios se abaja y nosotros queremos subir al pedestal. 

El Altísimo indica la humildad y nosotros pretendemos brillar. Dios va en busca de los pastores, de los invisibles; nosotros buscamos visibilidad, hacernos notar. Jesús nace para servir y nosotros pasamos los años persiguiendo el éxito. Dios no busca fuerza y poder, pide ternura y pequeñez interior.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Esto es lo que podemos pedir a Jesús para Navidad: la gracia de la pequeñez. “Señor, enséñanos a amar la pequeñez. Ayúdanos a comprender que es el camino para la verdadera grandeza”.


Pero aún hay más. Jesús no quiere venir sólo a las cosas pequeñas de nuestra vida, sino también a nuestra pequeñez: cuando nos sentimos débiles, frágiles, incapaces, incluso fracasados. 
Hermana, y hermano, si, como en Belén, la oscuridad de la noche te rodea, si adviertes a tu alrededor una fría indiferencia, si las heridas que llevas dentro te gritan: “Cuentas poco, no vales nada, nunca serás amado como anhelas”, esta noche, si percibes esto, Dios responde y te dice: “Te amo tal como eres. 
Tu pequeñez no me asusta, tus fragilidades no me inquietan. Me hice pequeño por ti. Para ser tu Dios me convertí en tu hermano. Hermano amado, hermana amada, no me tengas miedo, vuelve a encontrar tu grandeza en mí. Estoy aquí para ti y sólo te pido que confíes en mí y me abras el corazón”. 

Introducción 

Dios habla por medio de su Palabra encarnada. Jesucristo es la luz que ilumina en medio de la tiniebla. Pero el drama está servido: tampoco hoy la Palabra es escuchada y la humanidad prefiere muchas veces más la tiniebla que la luz. 

Estamos llamados por ello los creyentes a ser voz que haga resonar en los oídos y en los corazones al que es la Palabra. Estamos llamados a ser luz, que haga descubrir a la humanidad al que es la Luz verdadera. Nos lo recuerda el misterio de la Navidad que estamos celebrando. Es nuestra hora, la hora de la Iglesia, Comunidad Cristiana, que edifica el Reino de Dios a impulsos del Espíritu.

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