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miércoles, 1 de febrero de 2023

NO DESPECIAN A UN PROFETA MÁS QUE EN SU TIERRA

Evangelio según san Marcos 6,1-6 

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso?  

Treinta años vivió Jesús en Nazaret junto con su madre María y José, su esposo y padre adoptivo de Jesús. Y en todos estos años se acogió al silencio y a la reserva de una vida escondida. Es éste un gran Misterio, cómo el Hijo de Dios no reveló su personalidad divina, de forma que nadie de su pueblo pudo imaginar quién era Jesús y la misión que tenía acerca de la salvación de todos los hombre.
José y María no eran conocedores de estas grandezas por el diálogo y el roce cotidiano de sus vidas, sino por el anuncio de un ángel, primero a María y después a José. Cuando Dios manifiesta sus misterios, no hay más qué hablar, se sabe todo desde el interior y sólo queda adorar y dar vueltas en el corazón para más amar…

El Evangelio de hoy nos presenta al Señor dirigiéndose a su pueblo, enseñó en la sinagoga, y los suyos se resistían, le salen sus prejuicios, lo conocen desde pequeño y eso no es una ayuda, resulta todo lo contrario, tienen dificultades para ver la presencia de Dios en Él, ¿no es el hijo de María? 


Una llamada grande para cada uno de nosotros, ¿si nos dejamos sorprender por Dios?, ¿si percibimos su presencia en lo cotidiano de cada día?, ¿si tenemos mirada de fe ante los acontecimientos?, ¿acogemos su Palabra? ¿lo escuchamos? ¿nos dejamos interpelar por Él? 

Para nuestra meditación os propongo la catequesis dada por el Papa Benedicto XVI, realizada en el ángelus del 8 julio del 2012: “un texto del que se tomó la famosa frase «Nadie es profeta en su patria», es decir, ningún profeta es bien recibido entre las personas que lo vieron crecer.

 De hecho, Jesús, después de dejar Nazaret, cuando tenía cerca de treinta años, y de predicar y obrar curaciones desde hacía algún tiempo en otras partes, regresó una vez a su pueblo y se puso a enseñar en la sinagoga.
 Sus conciudadanos «quedaban asombrados» por su sabiduría y, dado que lo conocían como el «hijo de María», el «carpintero» que había vivido en medio de ellos, en lugar de acogerlo con fe se escandalizaban de él. 

. A ellos les resulta difícil creer que este carpintero sea Hijo de Dios. Jesús mismo les pone como ejemplo la experiencia de los profetas de Israel, que precisamente en su patria habían sido objeto de desprecio, y se identifica con ellos. 

Debido a esta cerrazón espiritual, Jesús no pudo realizar en Nazaret «ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos». De hecho, los milagros de Cristo no son una exhibición de poder, sino signos del amor de Dios, que se actúa allí donde encuentra la fe del hombre, es una reciprocidad. […] 

Al estupor de sus conciudadanos, que se escandalizan, corresponde el asombro de Jesús. También él, en cierto sentido, se escandaliza. Aunque sabe que ningún profeta es bien recibido en su patria, sin embargo la cerrazón de corazón de su gente le resulta oscura, impenetrable: […] 

Y mientras nosotros siempre buscamos otros signos, otros prodigios, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es él, Dios hecho carne; él es el milagro más grande del universo: todo el amor de Dios contenido en un corazón humano, en el rostro de un hombre. 

Quien entendió verdaderamente esta realidad es la Virgen María, bienaventurada porque creyó. María no se escandalizó de su Hijo: su asombro por él está lleno de fe, lleno de amor y de alegría, al verlo tan humano y a la vez tan divino. Así pues, aprendamos de ella, nuestra Madre en la fe, a reconocer en la humanidad de Cristo la revelación perfecta de Dios.”


Sin duda son muchos los que pasan de Dios en este hoy que nos ha tocado vivir, son muchos los que ni creen en Dios ni lo esperan. Hay "nazarets" enteros que seguirán rechazando a Dios. Y Jesús se alejará extrañado. Extrañeza de un amor ofrecido sin deseo de herir ni de ser gravoso, de un amor ofrecido para alegrar y para liberar, de un sufriendo por no ser recibido. Jesús se aleja porque respeta nuestra libertad, pero lo hace para recorrer otras aldeas y encontrar otros corazones libres que le digan "si". Y es que el amor no logra resignarse ante el rechazo.







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