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viernes, 18 de septiembre de 2015

LEYENDAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

LEYENDA DE SAN VIRILA
Narrada pr el abad San Virila



 Por aquel entonces, me sentía yo atormentado a causa del dilema de la eternidad y las dudas me asaltaban sin cesar.
 Rogaba a Dios, Nuestro Señor, para que me ilustrara acerca de este misterio y encendiera la luz en mi corazón.
 Una tarde de primavera, como lo hacía habitualmente, salí a pasear entre los frondosos árboles de la sierra de Leyre. 




Fatigado, me senté a reposar junto a una fuente, y allí permanecí absorto e hipnotizado escuchando el hermoso canto de un ruiseñor.


 Tras lo que para mí fueron unas horas, retorné al monasterio, mi hogar.
Al rebasar la puerta principal, ningún hermano monje me resultaba familiar.
Deambulé por las distintas dependencias, sorprendiéndome con cada detalle y comprendiendo que algo extraño estaba sucediendo.


 Al darme cuenta de que nadie me reconocía, me dirigí al Prior, quien atónito, escuchó mi historia con atención.
 Nos encaminamos a la biblioteca para intentar descifrar este enigma y revisando antiguos documentos, descubrimos que “hacía trescientos años, un monje santo, llamado San Virila, había gobernado en el monasterio y había sido devorado por unas fieras en uno de sus paseos primaverales”.


Con lágrimas en mis ojos, comprendí que ese monje era yo y que Dios, por fin, había escuchado mis plegarias.




 LEYENDA DE GUILLEN Y FELICIA DE ARNOTEGUI
El misterio de Obando, Navarra
Sucede y se cuenta sobre todo en Obanos y esta narrada por Guillén.

 

La leyenda, según quien la cuente, o según donde se cuente, tiene sus variantes, aunque al final la esencia y la enseñanza es la misma.

 Se cuenta, desde muy antiguo, que una princesa aquitana y su hermano, es decir, Felicia y Guillén (Guillermo), peregrinaron hasta Compostela.

La experiencia del camino, el contacto con los romeros, y la fe que le transmitió el apóstol Santiago, hicieron que Felicia se convirtiese al cristianismo y se replantease su vida.
Cuando regresaban a Francia, en el momento que pasaban por Amocain, ella tomó la determinación de quedarse en ese lugar, aparcar a un lado la vida esplendorosa que le esperaba como futura reina, y dedicarla a servir, entregada a los demás.

No pudo convencerle Guillermo de lo contrario.



Ella se quedó en Amocain, y él continuó su marcha hasta Aquitania.
Enterada su madre de la decisión de Felicia le ordena a su hijo regresar a por ella pues, según decía, no había nacido su hija para servir, sino para ser servida.

El príncipe Guillermo volvió hasta Amocain transmitiéndole a su hermana el mensaje y la orden de su madre.
 Pero ella se mantuvo firme en su decisión; su fe y sus convicciones religiosas estaban lo suficientemente arraigadas como para no dejarse tentar por unos aires de grandeza que se reñían con la humildad que ella anhelaba. Su hermano trató en vano de convencerle, y ciego de ira por su fracaso sacó un cuchillo y allí mismo le dio muerte.


Poco tiempo pasó hasta que Guillermo se arrepintiese y se horrorizase de lo que había hecho, y apenado por ello, lejos de regresar a su casa marchó a Roma en donde confesó su culpa.
El Papa le mandó regresar al lugar del crimen, y le dijo que desenterrase a su hermana, que cargase la caja con sus restos sobre una mula, y que a esta la dejase andar.
 El cometido establecía también que, allá donde se parase la mula, debía de levantar una ermita que acogiese los restos de Felicia. Y así lo hizo el príncipe aquitano.


Regresó a Amocain, desenterró a su hermana, y sobre una mula blanca cargó los restos de Felicia. El animal se puso a andar con tan pesada carga; cruzó el valle de Egüés, y se adentró en el de Aranguren.



 Dice la leyenda que al pasar por el lugar de Labiano la mula se paró, y se desplomó. Y fue en ese mismo sitio en donde Guillermó levantó una ermita.



 La misma que hoy acoge, y en la que hoy se venera, el cuerpo incorrupto de Santa Felicia.
 Una vez cumplida su misión, Guillermo se retiró a la ermita de Arnotegui,


Ermita de Arnotegui (Navarra)
 en Obanos, en donde acabó sus días como ermitaño de la misma.

 A partir de esta tragedia se da forma a una de las más hermosas leyendas del Camino de Santiago, “El Misterio de Obanos”, que desde 1965 se representa todos los meses de julio.



 Incluso en la actualidad, el cráneo de San Guillén, guardado en un relicario de plata, es el centro de una ceremonia de fertilidad de las viñas que se celebra cada año.



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