Hoy inauguramos una serie de publicaciones para los martes titulada “Elementos de otro tiempo”. Recordaremos objetos de épocas pasadas mediante su representación en las obras del Museo.
“El nacimiento de San Juan Bautista”, maestro de Miraflores, 1490-1500.
Los braseros existen desde la Edad Media en forma de recipientes metálicos, de piedra o de cerámica, cuadrada, redonda o en forma de olla.
También podemos dividirlos en braseros de caja o bajos y de pie o altos. Además de los braseros de suelo, los había de mesa para mantener calientes los platos, del tipo enrejados o parrillas, y portátiles, para llevar los días fríos a la calle.
La badila o palilla, se empleaba para recoger y remover las brasas. Se alimentaban con cisco, un carbón vegetal menudo de encina, también llamado de tahona por ser empleado preferentemente en la cocción del pan.
“Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor”, Antonio María Esquivel, 1846.
También se utilizaba el erraj o arrax, hueso de aceituna triturado por la rueda del molino de aceite. Este último se consideraba el más adecuado para los braserillos de las damas, que se empleaban en los estrados o tarimas en los que recibían a las visitas sentadas sobre amplios cojines. En ellos se quemaban pastillas de olor, de benjuí o de pétalos de rosa, o se calentaban recipientes llenos de aguas de olor, de azahar, de jazmín, de limones o de mirto.
Los braseros han sido uno de los sistemas de caldeamiento más corrientes en España y la chimenea no logró desbancarlo hasta la década de los treinta del siglo XIX, aunque hoy en día todavía se utilizan algunos ejemplares eléctricos.
“La amiga (en Córdoba)”, Domingo Muñoz y Cuesta, 1901.
Las palabras de 1841 de Mesonero Romanos, uno de los retratados en el cuadro de Esquivel, en defensa del brasero como “objeto puramente español” frente a la francesa chimenea, justifican el destacado papel que a modo de homenaje tiene en esta obra:
“Y sin embargo de todas estas razones, el brasero se va, como se fueron las lechuguillas y los gregüescos; y se van las capas y las mantillas, como se fue la hidalguía de nuestros abuelos, la fe de nuestros padres, y se va nuestra propia creencia nacional.
-Y la chimenea extranjera, y el gorro exótico, y el paletot salvaje, y las leyes, y la literatura extraña, y los usos, y el lenguaje de otros pueblos, se apoderan ampliamente de esta sociedad que reniega de su historia, de esta hija ingrata que afecta desconocer el nombre de su progenitor.
-Asistamos, pues, al último adiós del brasero; pero antes de despedirlo, tributémosle un ligero panegírico, como es uso y costumbre de los que llevan a enterrar. SÉALE LA CENIZA LEVE.”
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