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lunes, 29 de enero de 2024

JESÚS , SANADOR Y SALVADOR

 evangelio según san Marcos (5,1-20) 

 En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?»

Un endemoniado que vive entre las tumbas y parece indomable: rompe las cadenas y no hay manera de sujetarlo, pero a renglón seguido inspira compasión: “Se pasaba el día gritando e hiriéndose con piedras”. ¿Cuántos “endemoniados” conoces así?


 



Jesús siempre dispuesto a enfrentarse con el mal y no sólo lo hace entre los suyos sino que, por primera vez, anuncian la Buena Noticia en tierra de los gentiles. En este episodio tan singular, Jesús viene a perseguir al mal en Gerasa,tierra en la que éste reina como dueño y señor. 

Y es tal su poder que es capaz de derrotar a la legión de demonios desalojándolo del poseído y expulsándolo a una piara de cerdos:¡Jesús no soporta ver a un hijo de Dios por los suelos, atado, desnudo, apartado de todo, haciéndose daño y viviendo entre los muertos! 

Y sorprende la respuesta de Jesús cuando el poseso liberado le pide que le conceda el privilegio de ser admitido en el círculo de sus discípulos, en señal de agradecimiento, pero Jesús no acepta su petición pues sólo a él corresponde la iniciativa de la elección, pero, en cambio, si le encomienda una misión: la de manifestar a sus compatriotas la misericordia divina que él acaba de experimentar. 

Una vez más estamos ante un Jesús valiente que vive abriendo paso al Reino del Padre, a su voluntad, a su proyecto de restauración de la creación. Este es nuestro Dios y Señor, siempre dispuesto, a sanar y salvar.




Por eso cobra pleno sentido la recomendación final que Jesús hace al endemoniado después de haberlo sanado: “Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia”. Porque hay que contarlo, hay que proclamar que la misericordia infinita de Dios es capaz de desatar las cadenas del demonio que nos atenazan, hay que comunicarlo a quien quiera escucharlo, hay que expresarlo con los labios. El pasaje del día lo remata con una escueta frase esperanzadora: “Todos se admiraban”.

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