evangelio según san Juan (1,35-42)
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Después de escuchar este relato Evangélico qué agradecidos tenemos que estar a todos aquellos hombres y mujeres que conociendo a Cristo se han sentido tan enganchados a Él que lo van contagiando a otros.
¡Benditos los testigos que han hecho posible que la Fe llegue viva hasta nosotros, hasta nuestro dias! Gracias al testimonio de Juan estos dos discípulos conocieron a Jesús: “Fueron, vieron .... y se quedaron con Él”
Quedarse con Él es tomarlo, en adelante, como único Maestro. Es dejar atrás la duda, ese ir dando tumbos sin sentido por el pecado y por la muerte, y entrar en la Buena Noticia que nos salva. Ha bastado, por nuestra parte, el gesto de abrir la puerta, y Él se nos ha entrado en el corazón: se nos ha manifestado.
A partir de este momento, ya no seremos nosotros: será Él quien viva en nosotros. Y todo lo empezaremos a ver con otros ojos: los suyos.
Todo tiene ya un sentido nuevo, desde la risa hasta la cruz. Ya vale la pena vivir. Y morir. Y entonces, acontece lo inevitable.
Aunque quisiéramos, no podemos guardar para nosotros la noticia que nos ha hecho tan felices. No se puede ocultar por mucho tiempo la alegría. Lo delata los ojos, luego el semblante, de ahí pasa a los labios y a la vida. Porque es imposible guardar para si una alegría que nos está haciendo brincar el corazón. Y salimos por ahí comunicando a otros que, por fin, hemos encontrado a alguien que da sentido a nuestra vida: “¡Hemos encontrado al Mesías! Y la cadena sigue, y sigue. Hasta nosotros. Hasta ti.
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