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lunes, 13 de marzo de 2023

VIA CRUCIS DE LA MANO DE CRISTO 6ª, 7ª, 8ª, 9ª Y 10ª ESTACIÓN

  Sexta estación: La Verónica limpia el rostro a Jesús


“Sin gracia ni belleza para atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia. Despreciado, desecho de la humanidad, era despreciado y desestimado” (Is 53,2-3)

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.


La Verónica enjuga el rostro de Cristo. En cada cristiano perseguido, el rostro de Jesús es desfigurado. En cada abuso de la dignidad de las personas, es el Señor lacerado. En cada persona que mira y no encuentra a nadie, Cristo cae en la indiferencia.

 ¿Qué es ser Verónica? Es deslizarse sin miedo ni farsa al encuentro de tantos nazarenos que caminan, con rumbo o sin él, por las calzadas de nuestro mundo. Es ensuciar el pañuelo de nuestra vida cómoda con las heridas que, en tantas personas, produce el cuchillo de una sociedad degradada, insolidaria, injusta y excesivamente polarizada. 

Verónica, entre otras cosas, es saber escaparnos de la turba que nos impide sacar lo mejor de nosotros mismos y, no para nosotros mismos, sino para los demás. Verónica, en esta estación, es querer abrir los ojos –como lo hace un niño agradecido- para buscar rostros necesitados de afecto, caricias o simplemente de una mano que anime en el camino. Señor pequé ten piedad y misericordia de mí. 



 7ªEstación: CAE EL SEÑOR POR SEGUNDA VEZ

 “La locura de Dios es más sabia que los hombres; y la debilidad de Dios, más fuerte que los hombres” (1Cor 1,23-25)
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cae el Señor en tierra por segunda vez Al asomarnos a lo que acontece en el mundo podemos llegar a una conclusión: caídas y más caídas. Parece como si, el hombre, se empeñara en permanecer en estado de permanente caída. ¿No son caídas la falta de apego a la vida? ¿No es caída el consumo que hastía? ¿No es desplome de la humanidad el aborto como derecho o conquista social? ¿No es derrumbe el echarnos en brazos de un relativismo que rebaja todo y da por bueno todo incluso lo que es malo?

 Cayeron nuestros primeros padres y, siglos después, también nosotros nos dejamos seducir por el atractivo suelo que nos propone caminos cortos para supuestas felicidades largas. Luego, cuando caemos, comprobamos que algunas de esas caídas son fruto de nuestro aparentar, de nuestra fragilidad y hasta de nuestro deseo de querer vivir excesivamente arrastrados. 

¿Por qué no nos levantamos y empezamos a mirar hacia el cielo? Señor pequé ten piedad y misericordia de mí. 


 8ªEstación: JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN


 “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi; llorad por vosotras y por vuestros hijos…Porque si esto hacen al leño verde, ¿qué no harán al seco?” (Lc 23,28.31)

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús habla a las Hijas de Jerusalén. Sentimentalismos, sin obras, se quedan en eso: en sentimiento pero sin acción. Jesús, en aquella calle que cada uno recuerda, nos dijo aquel determinado día: “No llores por mí; haz algo”. “No me mires; dame tu mano”. “No gimas; utiliza tu ingenio y no sólo tus sollozos”. “No te lamentes; cambia en algo para que –allá donde estés- se transforme también tu entorno”. 

Nuestra vida puede estar llena de dolor o, por el contrario, repleta tan sólo de fáciles lágrimas. El dolor nos hace reaccionar y nos pone en guardia. Las lágrimas, a menudo, no nos dejan ver con nitidez lo que ocurre a nuestro alrededor. Jesús, camino del Calvario, nos exige una vida hacia arriba y no una vida “como siempre”. 

Y cuántas veces sin querer o queriendo, prometemos al Señor una conversión y luego seguimos instalados en el punto cero: suspirando pero sin ganas de ir cambiando a mejor. Señor pequé ten piedad y misericordia de mí. 


9ªEstación: CAE JESUS EN TIERRA POR TERCERA VEZ 

“Era maltratado, y no se resistía ni abría su boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante sus esquiladores, no abría la boca” (Is 53,7)


Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cae el Señor en tierra por tercera vez. ¿Cuántas veces cayo Cristo? ¿Tres? ¿Nueve? ¡Qué más da! Cayó, vía hacia el Gólgota, tantas veces cuantas el mundo, el hombre y todo seguidor por su reino cae. Cae el Señor cuando nos alejamos demasiado de su presencia. 

Queremos una fe tan light que podemos desplomarnos en una vida cristiana sin Cristo, sin cruz y sin más exigencia que aquella que no nos lleva a sacrificio alguno. Cae el Señor, por tercera o décima vez, cuando creemos que todo depende de nosotros y apenas le dejamos espacio para el triunfo de su gracia.

 Cae el Señor, por cuarta u octava vez, cuando nos creemos tan buenos que somos capaces de declararnos confesores de nosotros mismos. No hay contraste que valga ni voz que nos corrija. Vamos de grandes por la vida y, el Señor, nos recuerda que hay que ir más bajo, un poco más bajo. Señor pequé ten piedad y misericordia de mí.


 10 Estación: Jesús despojado de su vestiduras


Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite (Is I,6).


Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús despojado de sus vestiduras ¡Cuánto nos molesta que nos desnuden en público! ¡Cuánto si lo hacen injustamente! A Cristo, por fuera, lo dejaron aparentemente desnudo pero –por dentro- íntegro y sin fisura alguna. Los mártires, como Cristo, fueron desnudados de su fama y de su riqueza, pero no de su fe. 

Los primeros cristianos fueron perseguidos y, en muchos casos, despojados en infundios, injurias y malas artes. Pero, ninguno de ellos en los verdugos que les rasgaban las vestiduras, vendieron aquel otro vestido que les dio el Bautismo: hijos de Dios y para siempre. 

Hoy acostumbrados a ir al último grito y a vestir en la más reciente moda podemos pensar que, ser grandes, es vestir bien. ¿No es acaso mejor revestirnos con el bien del evangelio en cuerpo, corazón y alma? Llegará un día, el atardecer de la vida, en que el oro, plata, seda o tergal nada significará. Y es que, para Dios, cuenta más el cómo está revestido y blindado el corazón de la humanidad que cómo va disimulado nuestro cuerpo. Señor pequé ten piedad y misericordia de mí


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