Cristo y la samaritana contiene algunas de las innovaciones que hicieron de la Maestá uno de los conjuntos más revolucionarios de su tiempo. Duccio, valiéndose de la arquitectura y de unas rocas, elementos entre los que encuadra la escena, se esfuerza por narrar un episodio recogido en el Evangelio de San Juan.
Este pasaje, según el Nuevo Testamento, tiene lugar en una ciudad de Samaria, llamada Sicar, representada a la derecha.
Por su puerta asoman, agolpándose, cuatro de los discípulos con las provisiones en sus ropas. Jesús, sentado en el pozo de Jacob, habla con la samaritana, diálogo que Duccio interpreta mediante el juego gestual de las manos.
En la pintura observamos una detallada puesta en escena del relato y el empeño por situarlo en un fondo que empieza a tener profundidad espacial: el pozo con sus escalones, la representación de Sicar, el camino empedrado que conduce desde la ciudad hasta donde se produce el encuentro o la posición del cántaro en la cabeza de la samaritana han roto los lazos formalistas bizantinos.
Invitamos al lector para que conozca más de esta bella reflexión.
Vino una mujer a sacar agua
De acuerdo a la óptica humana, se podría pensar que el único propósito de Jesucristo era quedarse sólo para descansar, mientras los discípulos iban a buscar la comida. Jesús tenía otro plan distinto.
Había pasado por Samaria en busca de aquella mujer que necesitaba de sus palabras de forma urgente. Y debido a que Jesús sabía todo lo que sucedería ya estaba en cuenta que debía de estar allí para aquella mujer que se cruzaría con el junto al pozo para sacar el agua.
Al parecer la hora sexta no sería la más adecuada para buscar el agua en el pozo, ya que según la narración, la única que había elegido ese momento para sacar agua era ésta mujer samaritana precisamente. Posiblemente los demás habían asistido antes o después, esperando que la intensidad del sol fuera bajando.
Sin embargo por otra razón la mujer asistiría sola sin ninguna compañía, esto igualmente era positivo para Jesús ya que podían tener una conversación más personal y sin interferencia alguna. De esta manera observamos que Jesús buscaba especialmente a ésta mujer y escogió ese momento acorde para acercarse a la misma.
Lo primero que la samaritana vio es que Jesús siendo judío no era igual a los demás. Él mismo estaba dispuesto a estar cerca de los «odiados samaritanos» y tratar con ellos. Ello no servía para que la mujer samaritana accediera a darle agua a Jesús para la sed que tenía.
Jesús es fuente de agua viva para todo el que lo necesite, lo que sucede es que algunas personas no lo buscan como deberían o de la forma correcta; y por ello caemos abatidos muchas veces ante situaciones que con sólo tener a Jesús presente en nuestra vida, podríamos sobrellevar y lograr salir de ellas con toda felicidad y paz absoluta.
Creamos verdaderamente en Jesús y no seamos como la mujer samaritana que en un principio no estaba segura de que Jesús se trataba del Mesías o Salvador del Mundo; nosotros debemos creer en él desde el mismo momento en que lo aceptamos en nuestro corazón como nuestro Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario