“Maestro; qué bien se está aquí” (Mc 9,2-10)
Para sentir algo tan difícil como el bienestar interno y externo necesitamos buscar “Tabores” que nos conviertan en personas nuevas. Experiencias personales donde el traje de nuestra vida y de nuestras actitudes resplandezcan en un blanco deslumbrador por el secreto escondido que todos llevamos dentro: la presencia de Dios.
Sólo cuando seamos capaces de alejarnos del ruido, de correr y rasgar los velos que el mundo pone delante de nosotros, reconoceremos el papel que juega Jesús en nuestra existencia y lo que pretende de ella.
--Tabor son aquellas situaciones que Dios nos regala y donde, de una forma sorprendente, comprobamos que El camina junto a nosotros.
--Tabor es el monte idílico del que nunca quisiéramos descender para no enfrentarnos a las numerosas cruces que nos aguardan. Es la otra cara de la moneda: las dificultades de nuestra misión cristiana como paso previo a la Resurrección.
--Tabor es la claridad que nos hace ver, leer, escrutar y asombrarnos ante la huella de Dios por su Palabra y en sus Misterios --Tabor es, ante todo, aquel momento que Dios nos brinda para adquirir la capacidad de comprensión y entendimiento: detrás de la humanidad de Jesús se descubre la grandeza y el poderío de Dios.
¡Hagamos tres tiendas!
Tres tiendas pretendía levantar Pedro movido por una atmósfera de paz y de éxtasis espiritual y miles de tiendas, quisiéramos construir muchos de nosotros, para vivir cosidos al Maestro permanentemente. Para que nuestra vida no tuviera resquicio de duda ni de pecado, de división ni de dificultades.
Tres tiendas quería Pedro y vivir de espaldas al llano que le aguardaba, del martirio y de las complicaciones que le traería el ser discípulo de Jesús.
Otras tantas, que protegen y fortalecen la vida cristiana, podemos tener nosotros:
-Cuando vivimos con intensidad una eucaristía: nuestro interior resplandece a la luz de la Fe.
-Cuando, como penitentes, reconocemos que en el Sacramento de la Reconciliación se alcanza la paz consigo mismo y, sobre todo, con el mismo Dios.
-Cuando escuchamos la Palabra de Dios que nos propone caminos para ser hombres y mujeres enteramente nuevos. -Cuando en las situaciones de cada día descubrimos que Jesús se transfigura en los pequeños detalles, en las grandes opciones que realizamos, en las cruces que abrazamos
¡Hagamos miles de tiendas, Señor!
No para estar ajenos a la realidad que nos produce hastío o cicatrices en el cuerpo, en el corazón o en el alma:
-Una tienda cuyo techo sea el cielo que nos habla de tu presencia Señor.
-Una tienda, sin puerta de entrada ni salida, para que siempre nos encuentres en vela, despiertos y contemplando tu realeza.
-Una tienda en la que todos aprendamos que la CRUZ es condición necesaria e insoslayable en la fidelidad cristiana.
-Una tienda que nos ayude a entender que aquí todos somos nómadas. Que no importa tanto el estar instalados cuanto estar siempre cayendo en la cuenta de que todo es fugaz y pasajero.
-Una tienda, Señor, que nos proteja de las inclemencias de los fracasos y tumbos de nuestra vida cristiana.
-Una tienda, Señor, que nos ayude a ESCUCHAR tu voz en el silencio del desierto.
-Una tienda, Señor, donde permanentemente sintamos cómo se mueve su débil estructura al soplo de tu voz: “Tú eres mi Hijo amado”.
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