YA ES SEMANA SANTA

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viernes, 4 de febrero de 2022

CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINSRIO

SÁBADO

“ Jesús vio una multitud y se compadeció ”


según san Marcos 6, 30-34 

Hoy, el Evangelio nos invita a descubrir la importancia de descansar en el Señor. Los Apóstoles regresaban de la misión que Jesús les había dado. Habían expulsado demonios, curado enfermos y predicado el Evangelio. Estaban cansados y Jesús les dice «venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco».

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco».

Una de las tentaciones a las que puede sucumbir cualquier cristiano es la de querer hacer muchas cosas descuidando el trato con el Señor.

Jesús invita a sus discípulos a descansar un poco. El descanso lo hacen con Él. “Yo seré vuestro descanso”

 Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. 

el Evangelio dice «se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario» Para poder rezar bien se necesitan, al menos dos cosas: la primera es estar con Jesús, porque es la persona con la que vamos a hablar.

Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. 

Vamos, demasiadas veces, como “ovejas sin pastor”, necesitamos, como el Señor y sus discípulos, buscar un lugar apartado para descansar de esa aceleración estresante que se nos impone. Un lugar apartado donde re-encontrarnos con Dios y con nosotros mismos, y allí en lo más íntimo de cada uno nos encontramos con Dios.

Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.

También Jesús busca ese espacio para sus discípulos, pero ve a la muchedumbre “como ovejas sin pastor” y dice a los suyos: “se acabó el descanso” y con calma comienza a enseñar. 

En el evangelio de hoy vemos que Jesús, al ver a la gente como ovejas sin pastor, “se le removían las entrañas”. No basta que se muevan nuestras manos, nuestros pies, si no se nos mueve antes el corazón.



Descansamos cuando estamos con las personas que amamos: descansa el niño en los brazos de su madre y el amigo con el amigo y el esposo con su esposa. Y el hombre -varón y mujer- descansa con su Dios. “Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (San Agustín). 


VIERNES

“ Era un hombre justo y santo ”



san Marcos 6,14-29 


 ”Estamos ante un pasaje evangélico en los que la gente se pregunta por la identidad de Jesús: “Es un profeta como los antiguos”, “es Elías”, y la escena se centra en Herodes, que siente curiosidad por Jesús, y del que afirma que es Juan Bautista, a quien él había mandado decapitar, y que ha resucitado.


En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». 

Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado». Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. 

Es la fama de Jesús, que se ha extendido, la que llega a oídos de Herodes y causa incredulidad en éste porque, de alguna manera, no tenía la conciencia tranquila. Había ordenado matar al Bautista que le afeaba su conducta adúltera.

El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. 

El Evangelio de hoy narra la muerte violenta de Juan el Bautista. El martirio de Juan es un anticipo y anuncio de la suerte final que correrán Jesús y sus discípulos.

Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.

Ya está. Un capricho sella el destino de un hombre. Una vida arrancada para complacer una pasión enfermiza. Herodes, cegado por el deseo, no duda en cumplir su palabra pese a que tenía en estima al Bautista.

 La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. 

El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». 

Podría parecer que perdió la batalla al cortarle la cabeza, sin embargo nos enseña que la aparente derrota que nos pueda venir por intentar vivir conforme al Evangelio, da paso al verdadero triunfo, al que nos alcanza el premio en el cielo. Así estamos llamados a vivir nosotros, como Juan el Bautista, seguros en el Señor, confiados en Él, pendientes más de su juicio que el de los hombres.

Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. 

Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

san Marcos 6,14-29 


 ”Estamos ante un pasaje evangélico en los que la gente se pregunta por la identidad de Jesús: “Es un profeta como los antiguos”, “es Elías”, y la escena se centra en Herodes, que siente curiosidad por Jesús, y del que afirma que es Juan Bautista, a quien él había mandado decapitar, y que ha resucitado.


En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». 

Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado». Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. 

Es la fama de Jesús, que se ha extendido, la que llega a oídos de Herodes y causa incredulidad en éste porque, de alguna manera, no tenía la conciencia tranquila. Había ordenado matar al Bautista que le afeaba su conducta adúltera.

El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. 

El Evangelio de hoy narra la muerte violenta de Juan el Bautista. El martirio de Juan es un anticipo y anuncio de la suerte final que correrán Jesús y sus discípulos.

Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.

Ya está. Un capricho sella el destino de un hombre. Una vida arrancada para complacer una pasión enfermiza. Herodes, cegado por el deseo, no duda en cumplir su palabra pese a que tenía en estima al Bautista.

La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. 

El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». 

Podría parecer que perdió la batalla al cortarle la cabeza, sin embargo nos enseña que la aparente derrota que nos pueda venir por intentar vivir conforme al Evangelio, da paso al verdadero triunfo, al que nos alcanza el premio en el cielo. Así estamos llamados a vivir nosotros, como Juan el Bautista, seguros en el Señor, confiados en Él, pendientes más de su juicio que el de los hombres.

Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. 

Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.



Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra.

Yo escucho tu palabra, medito tu palabra y hasta me gusta tu palabra. Pero hoy, ante el testimonio de Juan que prefiere guardar silencio y estar encadenado para ser fiel a esa palabra, me pregunto: Y yo, ¿qué tipo de cristiano soy? ¿Me limito a escuchar tu palabra? 

 Señor, fuerza para que avale con mi conducta lo que proclaman mis palabras..Ayúdame, Señor, a ser tu testigo.

JUEVES

“ Los fue enviando de dos en dos ”



según san Marcos 6, 7-13 

En el Evangelio de hoy, nos presenta la llamada de los Doce y el envío a la misión. Fueron llamados y enviados por Ntro. Señor: “Ellos salieron a predicar la conversión”.

 La necesidad de una transformación de nuestras vidas, es importante dejarle hueco a Dios, que Él ilumine nuestra realidad, nos ayude a saber priorizar, a dar plenitud a nuestra existencia, a colmarla de gozo, dicha y esperanza.

En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. 

Por qué en parejas. La respuesta es la comunión. Indispensable en todo apostolado. Jesús quiere que sus discípulos misioneros reproduzcan el amor que el Padre y el Hijo, con la fuerza del Espíritu, se tienen y actúen a semejanza de esa comunión trinitaria celestial en su predicación terrena.

Muchas veces, los esfuerzos que hacemos por extender nuestra fe quedan abocados al fracaso precisamente porque no tenemos en cuenta la comunión y nos atrevemos a pensar que podemos solos.

Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. 

Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos». 

La manera con la que el Señor les indica como deben realizar la misión: “y nada más”, deben ir ligeros de equipaje, sin apegos materiales que les impidan la agilidad requerida para el camino, confiados plenamente en el poder de Dios que les da la energía espiritual necesaria. Que su única riqueza, fuerza y apoyo sea el Señor.

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

El Señor no cesa de seguir llamando, no deja de invitarnos a su seguimiento, pidamos a Él que nos ayude, para que no seamos sordos a su llamada, sino que cumplamos fiel y generosamente la tarea que nos ha encomendado en la misión para la cual nos llamó.


Necesitamos al otro, al prójimo para todo, también para predicar la Buena Nueva, esa es la gran enseñanza. Por eso los envía Jesús de dos en dos.

La meditación de hoy no me deja tranquilo en mi casa, sino que me invita a salir. Por eso te pido valor para entender el cristianismo como salida. Tú has salido del Padre y has venido a este mundo para enseñarnos a salir. Saliste del Padre, del corazón del Padre, de la ternura del Padre. Haz que yo salga al mundo con el corazón lleno de amor, de solo amor y nada más que amor.

MIERCOLES

“ Mis ojos han visto a tu Salvador… ”



según san Lucas 2,22-40 

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». 

María y José eran pobres y no tuvieron dinero para comprar un cordero. ¡No importa! Ellos saben muy bien que llevan al Templo “al verdadero Cordero de Dios”. Y es la ofrenda que más agrada a Dios.

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. 

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. 

María y José se admiran de la fe de aquellos ancianitos: Simeón y Ana. Su niño ha pasado por las manos de aquellos sacerdotes del Templo a la hora de circuncidarlo, y le tocaron como a un niño más. Cumplieron su oficio.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

 Pero Simeón lo tocó con fe. Se emocionó y rompió a llorar. Desde ese momento, ya no le importaba morir.

 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». 

“Una espada te atravesará el alma”. María vivió siempre con una espada atravesada, no en el cuerpo sino en el alma. Cuando duele el cuerpo el dolor está localizado, pero cuando duele el alma “duele todo”.

María vivió siempre con la espada cruel del presentimiento. En cada momento del día o de la noche ella creía que a su Hijo le iba a pasar algo.

Y es al presentimiento de todas las madres. No sólo sufren por lo que realmente les pasa a los hijos sino por lo que les puede pasar. A vosotras madres, ¡qué bien os entiende la Virgen!

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. 

Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. 

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 

El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.


Dios nos llama a que lo encontremos a través de la fidelidad en las cosas concretas —a Dios se le encuentra siempre en lo concreto—: oración diaria, la misa, la confesión, una caridad verdadera, la Palabra de Dios de cada día, la proximidad, sobre todo a los más necesitados, en el cuerpo o en el espíritu.

Podemos tocar a Dios todos los días en la comunión sin que pase nada en nosotros. Lo hemos tocado con rutina. Pero si un día lo tocamos con fe, puede cambiar totalmente nuestra vida.

MARTES

“ Tú no temas, basta que tengas fe ”



según san Marcos 5, 21-43 

No lo tuvieron fácil ni Jairo ni la mujer.

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».

Un jefe de sinagoga no podía dirigirse a Jesús sin ser “mal visto” por las autoridades religiosas del pueblo que estaban ya al acecho de Jesús para ver cómo acababan con él (Mc 3,6). 

Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. 

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». 

La mujer con flujo de sangre era “impura” según la Ley y contaminaba con su contacto, por lo que estaba excluida de la vida social, marginada en medio de su pueblo.

Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. 

Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?»

Sin embargo, ambos pasan por encima de toda dificultad para tratar de encontrar en Jesús lo que necesitan. No había más salidas: la niña se estaba muriendo, la mujer había buscado todo tipo de remedio a su enfermedad y sólo había conseguido gastar toda su fortuna, al tiempo que empeoraba.

 Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"» Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. 

La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. 

Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. 

Vete en paz y queda curada de tu enfermedad». 

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?» 

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». 


No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentran el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? 

La niña no está muerta; está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). 

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.


Señor, tú te has manifestado hoy como el “Dios de la vida”. Quieres que tengamos vida, pero vida en plenitud. Quieres que vivamos y disfrutemos de la vida. Quieres que no vivíamos con miedos o esclavitudes. Quieres que vivamos felices. ¡Gracias, Señor!

LUNES

“ Anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo ”


En el Evangelio de hoy nos encontramos con el enfrentamiento del Señor con el poder del mal, el encuentro victorioso con el poder del demonio.

según san Marcos 5, 1-20 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. 

Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. 

Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? 

La actuación del Señor con este endemoniado de la región de los gerasenos, es signo de su poder salvador que vence las fuerzas del mal, la victoria ante todas las fuerzas que se oponen a la salvación del hombre.

Por Dios te lo pido, no me atormentes». Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». 

Un detalle para nuestra meditación es que cuando el Señor exhortó al espíritu inmundo, comenzó a vociferar, a clamar, a gritar y a mostrar resistencia. NO nos sorprendamos si en nuestro día a día experimentamos cierta rebeldía o desgana hacía lo que tenga que ver con el Señor. Ya se encarga el maligno de plantarle cara a todo lo que nos pueda llevar a acercarnos a la voluntad de Dios, de separarnos del Señor y de sus cosas.

Y le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. 

Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos». 

Él se lo permitió. 

Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. 

Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado. 

Jesús enfrenta exitosamente a la Legión de demonios en territorio pagano y libera al hombre que estaba sometido, el cual recupera la paz interior, por eso está sentado, recupera el dominio de sí mismo, por eso está vestido y, recupera su dignidad de hombre, por eso está en su sano juicio.

Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron. 

Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. 

Todos quedan maravillados, pero la gente del lugar, al perder los cerdos le pide a Jesús que se vaya; el Señor se retira (un aparente fracaso), pero no es así, porque donde entra Jesús el Reino sigue actuando, en este caso en la persona del hombre liberado que se transforma en misionero.

Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. 

Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». 

Al curado se le encarga que proclame ante la gente la misericordia de Dios. “Cuentales lo que el Señor ha hecho contigo”. La misma actitud que nos invita Ntra. Madre, la Santísima Virgen María: “proclama mi alma la grandeza del Señor”;

El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.



 DOMINGO

“ Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba ”




Hoy, por el contrario, todas las manos parecen estar sobre El para empujarlo y despeñarlo por una ladera. La vida, en todos los estados y en variadas situaciones, nos trae a la memoria esta cruda realidad: tan pronto te aplauden como te critican.

según San Lucas 4, 21-30 

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». 

Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». 

JESUS DEFRAUDA A SUS PAISANOS. A todos nos gusta tener un personaje famoso en nuestro pueblo. Y esa idea se habían forjados los paisanos de Nazaret sobre Jesús. Habían oído que había hecho cosas maravillosas en otros lugares y esperaban que, en su pueblo, haría las mismas y aún mayores. Este profeta iba a engrandecer Nazaret, a hacerlo famoso, de modo que vendrían a visitarlo de todas partes. Por fin había llegado el momento en que Nazaret iba a dejar de ser un pueblo insignificante “del cual no podía salir nada bueno”

Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». 

Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo.

 Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. 

Pero este malestar fue creciendo a medida que iba hablando. Ahora cita a personas que no pertenecen al territorio de Israel. Nombra a Naamán el Sirio y a una viuda de Sarepta. Este nuevo profeta tiene la osadía de decir que Yahvé ya no es sólo del pueblo de Israel sino también de otros pueblos.

Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». 

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. 

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.



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