DOMINGO XVIII
De mi confianza cuando la deposito en ti y me alejo de los que me prometes otros paraísos ¿Qué me das, Señor, a cambio? De mi seguimiento y de mi fidelidad de mi silencio o de mi reconciliación de la ofrenda de mi vida o de mis esfuerzos ¿Qué me das, Señor, a cambio?
De mi fe, aunque sea débil y hasta interesada De mi constancia, aunque a veces me quede por el camino De mi audacia, aunque en momentos piense más en mí que en Ti ¿Qué me das, Señor, a cambio? ¿Me darás, tal vez, la Vida Eterna, frente a esta efímera? ¿Tal vez tus palabras verdaderas en contra de las falsas que me rodean? ¿Tal vez tu mano cuando otras me abandonan?
¡Necesito que me des tanto, Señor! Tu presencia, cuando me encuentro huérfano Tu luz, cuando la oscuridad eclipsa mi esperanza Tu cielo, cuando sólo veo tierra y más tierra Tus mandamientos, cuando construyo una vida a la carta Tu respuesta, cuando ya nadie me escucha ni me responde
¡Dame, Señor, sobre todo tu persona! Que temo no encontrarte en la dirección por donde busco o, tal vez, hacerme un “dios” a mi medida Que temo encontrarte demasiado rápido sin cambiar mis días en poco o en nada Que temo confundirte con otros señores y disfrazarte de comodidad y de riqueza de orgullo y de existencia del todo fácil kill;
Ven a mi encuentro, Jesús, y aléjame de todo aquello que me impide ser tu testigo de todo aquello que me aleja de tu reino de todo aquello que me confunde y me degrada de todo aquello que, simplemente, no eres Tú. Amén
D
No podemos seguir amando a las cosas y usando a las personas. ¡Es al revés! Se trata, desde luego, de otro plano. De otra lógica. De otra riqueza. O "amasar riquezas para ti", o "ser rico ante Dios" Hay que escoger.
L
Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades: invita a convertirnos a la fe en la Providencia, a saber compartir lo poco que somos y tenemos, y no cerrarnos nunca en nosotros mismos.
M
Necesitamos de Cristo como Pedro cuando siente que se hunde. Ese grito de “Señor, sálvame” es el mismo que pronunciamos cualquiera de nosotros cuando nos damos cuenta de que, sin Dios, nada podemos y que necesitamos de su misericordia para sobreponernos a las limitaciones.
X
La invitación que se nos hace a nosotros es la misma que escucharon los discípulos: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle. ESCUCHADLE. La importancia de tomarnos en serio la Palabra de Dios, de conocerla, de dejar que sea nuestra guía, nuestra brújula, la que nos orienta en los acontecimientos y decisiones que se nos presenten.
J
No hace falta darle muchas vueltas para que cada uno de nosotros, seguidores de Jesús, nos veamos reflejados en el doble Pedro de este evangelio. Confesamos sinceramente a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, como nuestro mejor tesoro, nuestro Rey y Señor… pero, de vez en cuando, somos capaces de rechazar a Jesús, algunas de sus actitudes y algunas de sus palabras. Necesitamos la ayuda del mismo Jesús para que le sigamos siempre a él, en los momentos buenos y en los otros, en nuestros domingos de resurrección y en nuestros viernes santos… Pidámosles que continuamente reaccionemos a como el primer Pedro y no como el segundo.
V
Sabemos mucho de ganar el mundo, de conquistar las cumbres de la fama, el reconocimiento o el bien vivir, pero no sabemos nada de ganar el alma. Y hacemos muy poco por saberlo. Quizá porque se nos ha olvidado y no encontramos quién nos lo recuerde, convencidos de que la fe es una muleta para nuestro crecimiento personal o nuestra realización individual en vez de una escalera hacia la vida eterna.
S
Hoy, Señor, quiero iluminar la lámpara de mi vida con la tuya. “Quiero que tu luz me deje ver la luz” (Sal. 36,9).
La lámpara de mi vida con frecuencia se apaga, si no se deja iluminar por tu Luz. Yo no puedo presumir de ser astro con luz propia; pero no me importa con tal de ser iluminado por Ti, mi Sol, que alumbras siempre y nunca te apagas.
DOMINGO XVII
Señor, te pido que me enseñes a ser humilde. Cuanto más alto se quiere hacer un edificio, más profundos han de ser los cimientos. Y el gran edificio de la vida cristiana y de la santidad sólo se puede edificar sobre los hondos cimientos de la humildad. Señor yo quiero ser pequeño y humilde.
M
Se dirige a Jesús con un lamento, como tantas veces hacemos nosotros mismos en la oración, penosos de que la omnipotencia divina no se haya manifestado a nuestro favor. Sólo que en Marta prima la fe en Jesús.
X
Encontrar el tesoro es encontrar la ilusión, la alegría, las ganas de trabajar, las ganas de vivir. Yo no puedo entender el cristianismo como un peso, una obligación o una ascética. Quiero vivirlo como una “mística”, como una atracción, como una seducción.
J
Si Dios es amor, todo en la Biblia me tiene que hablar del amor. Si no saco amor es que no la he leído bien.
V
Señor, ayúdame a comprender el valor de lo pequeño, lo sencillo, lo ordinario, lo que vivo cada día. Que pueda experimentar como Jesús, la experiencia del Padre. Que, con esa presencia dentro de mi corazón, pueda disfrutar de todo, aún de las cosas más insignificantes.
S
Hoy, Juan Bautista nos sigue hablando y su testimonio es actual para nosotros y será válido de generación en generación. Juan Bautista era el precursor de Jesús, el que iba por delante preparándole el camino. Por eso la muerte de Juan anuncia y prepara la muerte de Jesús.
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