DOMINGO
Hoy volvemos a escuchar un evangelio de gracia, pero molesto. Jesús comienza el viaje a Jerusalén, presentando las exigencias que conlleva para El y cuantos lo siguen. De esta manera, nos sorprende hablando de sí mismo, de su misión y su destino, con palabras misteriosas: Fuego, guerra, división.
“ He venido a prender fuego a la tierra ”
según san Lucas 12,49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego a la tierra,
Un evangelio apócrifo pone en labios de Jesús estas palabras: El que está cerca de mí está cerca del fuego. El que está lejos de mí está lejos del reino. El fuego representa la fuerza de Dios que irrumpe en nuestra historia personal y universal, y nos transforma liberándonos de todo lo que se resiste a ese fuego. Nos transforma encendiendo en nosotros la pasión por Dios y la compasión por los prójimos más necesitados.
Hoy, cosa extraña, contemplamos a un Jesús impaciente. El Papa Francisco dice que Jesús revela a sus amigos su más ardiente deseo: traer a la tierra el fuego del amor del Padre. El fuego del Evangelio quema; quema toda forma de particularismo y mantiene la caridad abierta a todos.
¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
Jesús se está refiriendo a su pasión, muerte y resurrección. Jesús entiende perfectamente que lo que Él proclama, su Evangelio, va a encontrar un rotundo rechazo en el mundo. Entiende el fin que le espera a Él, y nos avisa de que esa será también la suerte de sus seguidores
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
El saludo de Jesús es siempre un saludo de paz. ¿Cómo entender lo que ahora nos dice? Lo entendemos desde esa oposición acérrima del mundo a los valores del Evangelio. Quizá nosotros, aquí y ahora, no seremos perseguidos hasta la sangre, pero sí que nos ignorarán, sí que nos mirarán como a reliquias del pasado, sí que tratarán de borrar todo vestigio con sabor a Evangelio.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
la Palabra nos invita hoy a luchar a brazo partido, a enfrentarnos sin pudor con todas aquellas ataduras mundanas -también el afecto, el reconocimiento, la sabiduría- que no nos dejan actuar como Dios quiere de nosotros.
Jesús no es pacifista. Es pacífico, que es cosa bien distinta. No calma conciencias sino que las aviva. No deja sentado sino que obliga a ponerse en camino. Quien lleva ese fuego dentro bien lo sabe.
“El fuego de una persona se ve en sus ojos. El de Jesús era tremendamente cálido cuando miraba a aquel hombre excluido por la lepra, a la mujer condenada por adulterio, aquella otra con hemorragias, apartada de toda relación, a Pedro después que le abandonó. En las miradas que les regaló, pudieron ellos volver a encender sus vidas. “Era un fuego ardiente dentro de sus huesos y, aunque intentaba contenerlo, no podía” (Jer. 20,9). (Mariola López).
No hay comentarios:
Publicar un comentario