SÁBADO
“ Uno solo es vuestro Padre, el del cielo ”
Se trata de prevenir contra el ritualismo, contra la fe de cumplimiento que se basa en la escrupulosa observancia de las disposiciones sin que la vida de quien reza se vea afectada. Orar con los labios, pero no con el corazón.
según san Mateo 23, 1-12
En aquel tiempo, habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.
Son palabras muy duras contra los fariseos contemporáneos de Jesús. Pero mejor escucharlas como palabras que denuncian el espíritu fariseo que siempre, en mayor o menor medida, está presente entre nosotros.
Y está evidentemente presente cuando nos situamos por encima de los demás. O cuando me siento en posesión de la verdad y juzgo duramente a los demás. ¿Dónde aprender como relacionarnos con los demás?
Lo aprendemos contemplando a quien se arrodilló ante sus discípulos y les lavó los pies. Es el testimonio más elocuente que podemos dar de nuestro ser de cristianos. Francisco de Asís daba este consejo a sus hermanos: Predicad siempre el Evangelio y si fuera necesario también con las palabras.
Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbí”, porque Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque Uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
A nadie llaméis maestro; a nadie, padre. Pero a todos nos hacen cosquillas los títulos y las distinciones. Significan mucho en nuestra sociedad. Como que envuelven a la persona en un halo de prestigio. Es difícil establecer la línea divisoria entre la presuntuosa vanagloria y lo que los psiquíatras llaman el trastorno histriónico de la personalidad. La persona fatua que alardea de lo suyo, es el hazmerreir de quienes le rodean.
No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Todos vamos embarcados en la misma nave y debemos ayudarnos unos a otros para llegar, felizmente, a la casa del Padre.. La autoridad no puede ser un medio para buscar el propio interés, sino un instrumento para servir a los hermanos. La comunidad cristiana no se funda en títulos y en honores, sino en la fraternidad, que nace del hecho de tener un Padre común y seguir a Jesús.
VIERNES
“ Amarás a tu prójimo como a ti mismo ”
Los fariseos, estrictos observantes de la ley mosaica, que quieren poner a prueba al Nazareno.
según san Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿ cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero.
Junto a ese amor con que devolvemos a Dios que él nos amara primero, aparece el prójimo como mandato capital.
La norma farisaica ha quedado superada. Y no ha sido por ninguna disposición jurídica ni de ningún doctor de la ley sino por el amor.
El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Dos preceptos que son uno, porque todo se reduce al amor. Para entender qué es amor no hay cosa mejor que la contemplación del Crucificado.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Jesús traza una cruz, el astil sirve para proyectar el amor que proviene de Dios y que a él le devolvemos; el travesaño figura el amor que abarca a los hermanos, a todos; y la cruceta es donde estás tú, donde tienes que saber amarte para poder trasvasar luego ese amor a Dios y al prójimo.
JUEVES
según san Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir.
Los invitados a la boda que no quisieron ir son los judíos. Pero son también todos aquellos que anteponen sus intereses a la invitación del rey que celebra la boda de su hijo. Puede tratarse de cristianos que son muy fervorosos pero que viven muy ocupados consigo mismos. Santa Teresa escribe: ¡Quién tuviera palabras, Señor, para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos!
Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
El Reino es una gran fiesta a la que todos estamos invitados. En la versión de Lucas (14, 23), a todos se nos obliga a entrar. Por tanto, nada, absolutamente nada, puede impedir que entremos
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.
De nuevo, como en la parábola de los viñadores llamados a distintas horas del día, Jesús se complace en mostrar la extravagancia del proceder de Dios. Un proceder que le lleva a no exigir ningún requisito previo. Sin embargo, la segunda parte de la parábola, difícil de conjugar con la primera, sí habla de un requisito.
Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿ cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”.
Quizá entenderemos mejor esta segunda parte de la parábola recordando las palabras de Jesús: No todo el que me diga: ¡Señor, Señor! Entrará en el Reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo (Mt 7, 21). O estas otras de la carta de Santiago: Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré por las obras mi fe (St 2, 18).
El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
esta parábola me da alegría y esperanza. Tú invitas a un banquete de bodas. Los cristianos, Señor, sabemos trabajar contigo, sufrir contigo, pero no hemos aprendido a disfrutar contigo. Hoy nos invitas a la alegría y a la fiesta. ¡Gracias, Señor!
MIERCOLES
“ Id también vosotros a mi viña ”
Jesús, con esta parábola, nos quiere hacer pensar y, sobre todo, nos quiere cambiar de actitud. El dueño de la viña es “un Padre” y no es “un Patrón”. Para un “patrón” lo importante es que el obrero “trabaje y rinda”. Para un padre lo más importante es que todos sus hijos trabajen honradamente y puedan comer.
según san Mateo 20, 1-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Todos somos llamados a trabajar en la viña del Señor, los conscientes de ello y los que no lo son. Y todos, al final, recibiremos la misma paga. No hay contrato laboral por el que se le paga a cada uno según las horas de trabajo. El dueño de la viña no sabe de justicias humanas. Sabe de liberalidad y de gratuidad.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”.
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?». Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”.
En el pasaje evangélico de hoy con el propietario de la viña nos esta mostrando cómo su Padre Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso nos aparece ese amo preocupado por invitar a todos a trabajar a su viña, que nadie se quede desempleado, se va haciendo el encontradizo y durante toda la jornada sigue invitando a trabajar a su viña.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
no entendieron y fue motivo de queja que ese dueño de la viña pagase a todos lo mismo. Si en ese dueño vemos el corazón del Padre Dios, vemos que sigue sorprendiéndonos, su proceder no es como el nuestro, no realiza ninguna injusticia porque da a los primeros lo que había convenido en darles, sin embargo es generoso con los últimos.
En la óptica humana, esta decisión es una auténtica injusticia, en la óptima de Dios un acto de bondad, porque la justicia divina da a cada uno lo suyo y, además, incluye la misericordia y el perdón. Una parábola que nos revela el corazón misericordioso de Dios. Cuánto tenemos que aprender y crecer en el amor.
Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
MARTES
En el Evangelio se nos habla de la relación humana con los bienes y la dificultad de que un rico pueda entrar en el reino de los cielos.
“ Dios lo puede todo ”
según san Mateo 19, 23-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos.
Acaba de marcharse el joven rico. Se ha ido triste, viéndose dominado por sus riquezas e incapaz de seguir las instrucciones de Jesús. También Jesús y los discípulos se han quedado tristes: han fallado en su intento por atraer aquel joven tan prometedor.
Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos».
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».
No es que ellos fuesen personas adineradas; ni mucho menos. Pero entienden bien que el problema radica no solo en tener riquezas, sino también en querer tenerlas. Igual de apegado puede estar un ricachón a sus millones como un pobretón a sus escasos céntimos. Lo de ser rico o pobre no es cosa del bolsillo, sino del corazón.
Además, la pobreza que pide Jesús lo abarca todo; las riquezas materiales son solo el comienzo. Para vivir la riqueza del amor es necesario vivir la pobreza de uno mismo. Por eso Jesús pide a quien quiera seguirle que se niegue a sí mismo.
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo».
Entonces dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?». Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros».
Te pido en este día que Tú siempre seas para mí mi riqueza, mi tesoro, mi perla fina, la persona de la que siempre me puedo fiar. Estando contigo, pierdo todos los miedos.
LUNES
“ ¿Qué me falta? ”
según san Mateo 19,16-22
En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?».
Jesús le contestó: « ¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos».
Cada vez que leemos o escuchamos la proclamación del encuentro de Jesús con el joven rico nos invade una sensación de amargura, como si nos asomásemos a un pozo oscuro. Porque, en el fondo, nos gustaría que ese proverbial encuentro entre alguien que busca y el mismísimo Cristo, Dios encarnado, terminara de otra manera: que el joven rico acogiera el don que le está proponiendo Jesús
Él le preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo».
El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?».
Sin embargo ante la propuesta del Señor, se entristece, le parece mucho, le parece que le supera sus fuerzas.
Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo - y luego ven y sígueme». Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico.
Sin embargo, Dios no nos quita nada como nos recordaban los sucesores de Pedro en los encuentros de la juventud. Dios no nos quita nada, al contrario, llena nuestra vida de plenitud, porque Dios es Amor infinito: el único que sacia nuestro corazón.
Es en el amor de Dios donde nos abrimos al amor, y nos capacita para poder amar al otro, es en su amor donde aprendemos a ver a los demás desde el corazón de Dios y reconocemos en los demás a aquellos por los que el Señor ha dado su vida amándonos hasta el extremo.
DOMINGO
Hoy volvemos a escuchar un evangelio de gracia, pero molesto. Jesús comienza el viaje a Jerusalén, presentando las exigencias que conlleva para El y cuantos lo siguen. De esta manera, nos sorprende hablando de sí mismo, de su misión y su destino, con palabras misteriosas: Fuego, guerra, división.
“ He venido a prender fuego a la tierra ”
según san Lucas 12,49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego a la tierra,
Un evangelio apócrifo pone en labios de Jesús estas palabras: El que está cerca de mí está cerca del fuego. El que está lejos de mí está lejos del reino. El fuego representa la fuerza de Dios que irrumpe en nuestra historia personal y universal, y nos transforma liberándonos de todo lo que se resiste a ese fuego. Nos transforma encendiendo en nosotros la pasión por Dios y la compasión por los prójimos más necesitados.
Hoy, cosa extraña, contemplamos a un Jesús impaciente. El Papa Francisco dice que Jesús revela a sus amigos su más ardiente deseo: traer a la tierra el fuego del amor del Padre. El fuego del Evangelio quema; quema toda forma de particularismo y mantiene la caridad abierta a todos.
¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
Jesús se está refiriendo a su pasión, muerte y resurrección. Jesús entiende perfectamente que lo que Él proclama, su Evangelio, va a encontrar un rotundo rechazo en el mundo. Entiende el fin que le espera a Él, y nos avisa de que esa será también la suerte de sus seguidores
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
El saludo de Jesús es siempre un saludo de paz. ¿Cómo entender lo que ahora nos dice? Lo entendemos desde esa oposición acérrima del mundo a los valores del Evangelio. Quizá nosotros, aquí y ahora, no seremos perseguidos hasta la sangre, pero sí que nos ignorarán, sí que nos mirarán como a reliquias del pasado, sí que tratarán de borrar todo vestigio con sabor a Evangelio.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
la Palabra nos invita hoy a luchar a brazo partido, a enfrentarnos sin pudor con todas aquellas ataduras mundanas -también el afecto, el reconocimiento, la sabiduría- que no nos dejan actuar como Dios quiere de nosotros.
Jesús no es pacifista. Es pacífico, que es cosa bien distinta. No calma conciencias sino que las aviva. No deja sentado sino que obliga a ponerse en camino. Quien lleva ese fuego dentro bien lo sabe.
“El fuego de una persona se ve en sus ojos. El de Jesús era tremendamente cálido cuando miraba a aquel hombre excluido por la lepra, a la mujer condenada por adulterio, aquella otra con hemorragias, apartada de toda relación, a Pedro después que le abandonó. En las miradas que les regaló, pudieron ellos volver a encender sus vidas. “Era un fuego ardiente dentro de sus huesos y, aunque intentaba contenerlo, no podía” (Jer. 20,9). (Mariola López).
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