evangelio según san Mateo (8,5-11)
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
El evangelista propone en el comportamiento de este pagano centurión un ejemplo del camino de fe que tiene que transitar el discípulo que pasa de la confianza absoluta a la Palabra a la acogida de Jesús en su casa.
En Jesús que se acerca a la casa del centurion, que se acerca a cada uno de nosotros, descubrimos el rostro de nuestro Dios viniendo a visitar a nuestra humanidad. Dios ha venido para quedarse en el corazón del mundo.
Y solo el que se considera pobre, sin derecho a nada, sin poder, solo el que es humilde, podrá disfrutar de esta presencia de Dios que cura y sana:"Señor, no soy digno de que entres en mi casa..."
Detrás de la gran fe del centurión, se esconde una grandísima humildad de corazón. “Bienaventurados los humildes…” (Mt. 5, 5).
La humildad, es la actitud clave en la fe del centurión. El humilde de corazón es el único que puede desarmar a Dios. Esta humildad del centurión le permite acercarse a Cristo y rogarle de corazón. El hecho de acercarse a Cristo nos permite ver la confianza que él le tiene, aunque no lo conoce del todo; pero es su corazón el que le permite ver a Dios.
“La confianza y nada más que la confianza puede conducirnos al amor” nos dice santa Teresita del Niño Jesús. La confianza en Dios nos debe llevar a amar siempre.
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