SÁBADO
“ Orar siempre sin desanimarse ”
Hoy nos propone la iglesia una parábola que nos invita a orar sin cesar, y la oración implica vencer la pereza, levantar los ojos a Dios en todas las circunstancias y, esto solo es posible si juntamos la oración con una vida cristiana coherente.
según san Lucas 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Esta parábola me hace pensar no tan sólo en la perseverancia en la insistencia sino en la escucha. El juez escucha la petición de la viuda y actúa. Y al escuchar esta parábola me pregunto, ¿cómo alimento mi fe, cómo es mi oración?
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas?
Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
la parábola de la viuda inoportuna, que pedía con insistencia al juez que la escuchara. Como ella, tenemos que insistir en nuestra oración día y noche.
Hoy que tanto se habla del aparente silencio de Dios, esta invitación es más actual que nunca. Pedimos sin ver los frutos, buscamos en la oscuridad de la noche, llamamos a una puerta que parece cerrada. En este caso, nuestra oración tiene que ser más intrépida e insistente, conscientes de que no dejará de cumplirse lo que dice la Escritura: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha» (Sal 34 [33],7).
VIERNES
“ El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará ”
según san Lucas 17,26-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.
Pero sí que avisa de que en el modo de plantearnos nuestras actividades cotidianas, de ir entregando la vida... seremos hallados dignos del Reino («a uno se lo llevarán»)... o no («al otro lo dejarán»).
Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos.
Serán elegidos los que no se dejen atrapar por las cosas, ni vivan continuamente mirando hacia atrás (como la mujer de Lot). Es decir: que la salvación, como tanto repite Lucas en su Evangelio, nos la jugamos «hoy», que el Día del Señor ya empezó «aquella noche», la noche Pascual.
Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás.
Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará.
Os digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán».
Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?». Él les dijo: «Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres».
No podemos vivir olvidados de Dios, distraídos y embebidos en las cosas solo comiendo y bebiendo preocupados por los bienes terrenos. Jesús nos advierte de la ceguera espiritual que nos impide captar en el interior de los acontecimientos buenos o malos esos mensajes de los que Dios no priva a quienes le reconocen como tal: “El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará”
MIERCOLES
“ Levántate, vete; tu fe te ha salvado ”
Según san Lucas 17,11-19
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea.
Es como una llamada de atención a cada uno de nosotros para que hagamos examen de conciencia sobre que damos gracias a Dios.
Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios.
Los diez sanaron. En verdad, todos sanamos, porque a todos nos alcanza la salvación, ya que el Padre quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4).
Como lo puede, si lo quiere lo consigue, aunque no entendamos cómo: el Padre es principio de todo y fin nuestro (1 Cor 6, 8).
Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Los nueve, buenos judíos ellos, están habituados al cumplimiento escrupuloso de la ley. No les parece bien que uno desobedezca y se vuelva atrás para dar gracias. Eso no está escrito en los libros de la ley. Claro que todo queda claro para ellos cuando se dan cuenta de que se trata de un pobre samaritano, un incompetente en cosas de religión. La decisión correcta, no faltaba más, es la suya.
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado»
Le duele a Jesús el legalismo, la falta de sensibilidad de los nueve que no han vuelto. Podían haber postergado unos momentos su presentación a los sacerdotes. El rigor de la ley sofoca el aliento del Espíritu. Sin embargo, el aliento del Espíritu no sofoca la ley; al contrario, le pone alma.
MARTES
“ Él hablaba del templo de su cuerpo ”
Este Evangelio recoge el pasaje de Jesús expulsando a los mercaderes del templo, en la versión de Juan, que lo coloca al inicio de su Evangelio a modo de pórtico o preámbulo de lo que va a suceder: el cumplimiento de esa palabra de Jesús que sólo con su muerte y resurrección cobra el auténtico significado.
según san Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Jesús, en el Evangelio muestra su rostro más serio y duro cuando ve como han convertido en un mercado el templo, su casa de oración. Y se enfada porque se está poniendo mucho en juego. Lo más sagrado para Él es el encuentro del hombre con Dios que se realiza de un modo muy especial en el templo, lugar de recogimiento y oración.
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
No podían entenderle. ¡Es algo tan radicalmente distinto a lo que el templo significaba para ellos! También para Jesús el templo es el sitio de la presencia de Dios, pero esa presencia se da en primer lugar en la persona humana, en toda persona humana, comenzando por la persona de Jesús.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Demos gracias a Dios por esta Iglesia nuestra que después de tantos siglos sigue en marcha, sin duda es un misterio de fe que a pesar de contar con tantos fallos humanos, pesa más la vida sencilla, sincera y entregada a las necesidades de los demás de tantos hermanos que nuestros pecados.
LUNES
“ Auméntanos la fe ”
En el contexto de su segunda etapa del viaje a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez para abordar tres temas muy importantes para la vida comunitaria: el escándalo, el perdón y la fe. Y lo hace en medio del acecho de los fariseos contra quienes se enfrenta una y otra vez. De hecho, hemos escuchado, en el capítulo anterior, a Jesús, hablando así a los fariseos:“Vosotros queréis pasar por hombres de bien ante la gente, pero Dios conoce vuestros corazones.”
según san Lucas 17,1-6
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca!
Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás».
El mejor remedio contra todo mal y contra toda violencia es el perdón. Un perdón que sea gratuito y que no espere ser correspondido. Un perdón que tiene poco que ver con la justicia; ni la justicia del ojo por ojo, ni la justicia en que se amparan distintos tipos de memoria histórica. Un perdón como el expresado en la oración del Crucificado: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».
Y ellos, como nosotros, tan penosamente timoratos y cobardes. Pero, ¿dónde encontrar la energía para creer? Porque el abandono propio de la fe es la máxima osadía posible para un ser humano. A pesar de todo, Jesús nos invita a confiar incondicionalmente en Él; sin peros ni reservas. Repetiremos con frecuencia la oración de los discípulos: Auméntanos la fe. Y Él, que se comprometió a darnos lo que pedimos, nos irá moldeando firmes y libres, a su imagen y semejanza.
El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería».
¿Cómo es que puede dar vida a los muertos y no puede infundir una fe sólida en los discípulos? Es que para que el discípulo disfrute de fe inquebrantable necesita pasar por la experiencia de la cruz. De la cruz a la resurrección, a la nueva vida.
DOMINGO
“ Ha echado más que nadie
según San Marcos 12, 38-44.
En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones.
Son los celosos guardianes de la ley y de la tradición; algo así como los policías de Dios. Promueven lo que les diferencia de los demás: ropajes, títulos, ceremoniales…Sin ser conscientes de ello, se sirven de la religión para situarse un peldaño por encima de los demás. Tienen un corazón pequeño en el que solo caben ellos mismos. Sus prédicas, en lugar de liberar, oprimen
Esos recibirán una condenación más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Esta pobre viuda vive lo religioso de modo radicalmente distinto al de los escribas. Actúa de manera callada y humilde pero, desde su pobreza, se muestra profundamente solidaria con los demás. Tiene un corazón grande, lleno de Dios.
Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie.
Estando llena de Dios, la pobre viuda actúa como Dios. El Dios de Jesús, el Dios que es Jesús, que no nos da lo que le sobra, sino que nos da lo más querido: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo (Jn 3, 16); el Dios que se da a sí mismo
Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Y eso es lo que hemos de hacer quienes seguimos a Jesús: darnos a los demás como Él se nos da. Y hacerlo con la mayor sencillez, sin pregonarlo; como la viuda.
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