El evangelio está sacado del “discurso escatológico” (Mc 13,1-37), uno de los textos más complejos del NT, que está redactado en estilo apocalíptico, propio de la época, y está lleno de simbolismos.
A pesar de la aparente oscuridad, su intención fundamental es la de tranquilizar una comunidad turbada y asustada a causa de los acontecimientos sucedidos en Judea durante los años 70 d.C. (opresión romana, destrucción del templo y persecución de la comunidad cristiana).
Este discurso está situado entre las controversias que Jesús tiene en Jerusalén con sus dirigentes (Mc 11-12) y su pasión, muerte y resurrección (Mc 14-16).
Funciona, así como un alto en el camino, una pausa de reflexión: a las puertas se encuentra el Hijo del hombre, que viene en gloria y majestad. Jesús acaba de salir del Templo, donde ha elogiado a una pobre viuda que ha echado en el arca de las ofrendas cuanto tenía para vivir, y se encuentra ahora en el monte de los Olivos junto a sus discípulos, que están fascinados por la vista impresionante del Templo de Jerusalén.
Jesús interrumpe su asombro y les anuncia que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido. Jesús les propone un largo discurso donde el final de Jerusalén con su Templo se convierte también en una imagen anticipada del fin del mundo.
Ciertamente, suponía el fin del mundo conocido, pues un judío no concebía la vida sin el Templo donde poder adorar a Dios. Sin embargo, el tono general de las lecturas de hoy nos habla de un mensaje transido de esperanza.
Junto al sufrimiento que conllevará el cambio, se proclama que el pueblo se va a salvar (1ª lectura), que el Señor lo va a librar de la muerte y la corrupción (Salmo), que será el mismo Hijo del hombre revestido de poder y majestad el que reunirá a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales.
Al final el que vence es Dios y nos promete que “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31).
La prueba de que Dios ha vencido la tenemos en Jesucristo. Su entrega al Padre lo convierte en la ofrenda que borra todos los pecados y permite tener libre acceso a Dios (2ª lectura).
Así, Jesucristo es erigido por Dios como el Templo definitivo y la buena noticia es que está a las puertas, que viene para llevarnos con su Padre; por esta razón estemos atentos a su llamada, para poder abrirle nuestra morada.
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