Lunes y Martes de la Octava de Pascua
En el Evangelio de hoy nos encontramos con María Magdalena, es definida en el nuevo prefacio de la Misa como “Apóstol de los Apóstoles”, la primera a quien Jesús llamá por su nombre, la mujer que recibió el encargo de comunicar a los discípulos que Cristo Vive, la que experimento el cambio del llanto a la alegría tras el encuentro con el resucitado.
«No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.»
Acaba de comenzar un mundo nuevo. Para que renazcan los hombres de todos los tiempos, Dios ha levantado a este Hombre. Al arrancar a Jesús de la muerte, Dios da testimonio de que el camino del Nazareno era el suyo, el de los supremos cumplimientos, que Jesús Resucitado es el camino, la verdad y la vida.
María pensaba que iba a encontrar el cuerpo para ungirlo, en cambio, encontró una tumba vacía.
María Magdalena destaca por su ansía de buscar al Señor, es el interrogante que se le plantea: ¿A quien buscas? Aunque en un principio no lo reconoce pero le expresa su dolor, y vemos como tenemos a Alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento, que se conmueve con nosotros, y que nos llama por nuestro nombre, al igual que hizo con la Magdalena. ¡María!.
Y NOSOTROS
Corremos hacia el sepulcro como María, para venerar lo que nos queda de Dios.
Corremos hacia el sepulcro para buscar "sucedáneos" de Dios, con el riesgo de "reducir" la fe a abrazar un cuerpo sin vida, queremos tocarlo, verlo, estrecharlo... Y en cambio lloramos porque no lo vemos. Lo buscamos en un sepulcro y queremos encerrarlo en un relicario... La tumba está eternamente vacía:¡Dios está en otra parte!
Cuando Maria escucha su nombre, "¡Maria!" ella se estremece al oír la voz tan familiar y tan querida. "¡Maestro"!
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