5,6,7,8,9,Y10
Miercoles Jueves y Viernes de la Pascua
Al atardecer del primer día de la semana, dos hombres van por el camino y caminaban destrozados sin comprender lo que le había ocurrido a Jesús. Se quedaron en el Viernes Santo.
Los dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús,
Jesús sabe lo que van hablando; Él conoce nuestros corazones. Aun así, se acerca a ellos y les pregunta. Ellos no le reconocen, sus ojos están cegados por los acontecimientos. Le relatan sus experiencias y comparten con Él su tristeza y desilusión
No quieren que se marche. Se sienten atraídos hacia Él, pero todavía no le reconocen. Más adelante, luego de reconocerle, dirán cómo les “ardía el corazón” cuando les hablaba y les explicaba las Escrituras. Le invitan a compartir la cena con ellos.
Allí, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”
Es el pan roto compartido, la hogaza de la amistad, está ahí, ante ellos, el signo del Amigo. Son los gestos de la última cena, los gestos que la joven Iglesia repetía ya en memoria del Maestro.
Entonces resuena la alegría de la Pascua: "¡Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón!" Así fue el primer día de la nueva semana.
¡Qué malo es el miedo! Estaban encerrados a cal y canto. El temor los ahogaba.
Los discípulos después del viernes fatídico volvieron a su trabajo de siempre. Bregaron toda la noche y sin éxito. La fe en el resucitado todavía no había hecho mella en sus corazones.
En medio de tanta esterilidad, al amanecer Jesús se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocen
A estos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Los discípulos confiaron en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. Es así que Juan se dirige a Pedro y dice: Es el Señor.
Y les invita a echar las redes a la derecha y los frutos no se hacen esperar.
Cuando obedecemos a Dios, cuando hacemos las cosas no en nombre propio sino en su nombre la cosecha es abundante: "Ciento cincuenta y tres peces" y a pesar de la gran cantidad de peces, las redes no se rompió. Así contra toda esperanza, cuando el trabajo es infructuoso, confiar en el Señor es la clave de la misión: sin Jesús no podemos hacer nada.
De regreso a la orilla, encontraron unas brasas sobre las que Jesús ha puesto pescado y pan. Jesús toma ahora el pan y se lo da, y ninguno le pregunta:"¿Quién eres?, ya saben muy bien que es el Señor.
Que no nos deja solos sino que nos alimenta no con los peces pescados sino con su propia vida.
Ahora es el tiempo de la misión: "no tengas miedo, Simón: desde ahora serás pescador de hombres". Ahora es el tiempo de la misión, de anunciar a todos que Cristo vive, que la muerte ha sido tocada de muerte, que podemos empezar de nuevo. Que la vida se ha instalado para siempre en nuestros corazones: ¡somos eternos!
A NOSOTROS
Cristo ha entrado en nuestra casa. Ha partido el pan, como hacen los amigos que toman juntos la comida de cada día. Ya nunca podremos olvidar el sabor de ese pan. Ya Cristo vive para siempre en ese pan, en nuestro corazón.
Que no nos deja solos sino que nos alimenta no con los peces pescados sino con su propia vida.
Ahora es el tiempo de la misión: para nosotros también.
Ahora es el tiempo de la misión, de anunciar a todos que Cristo vive, que la muerte ha sido tocada de muerte, que podemos empezar de nuevo. Que la vida se ha instalado para siempre en nuestros corazones: ¡somos eternos!
Llevar la paz, que sólo Tú conoces, a un mundo violento Llenar de alegría, una realidad tan mediatizada por la tristeza
Sentirnos enviados, ante tanta incomprensión y rechazo
¡Te he visto, Señor! ¡Con eso me basta para seguir adelante!
Te pido, Señor, que cuando la duda llama el dintel de la puerta de mi casa sea capaz de responderle: la FE llamó primero.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario