CARMELITAS MÁRTIRES DE COMPIÉGNE
El santoral católico celebra el día 17 de julio a las 16 carmelitas de Compiègne (Francia) que fueron decapitadas durante la persecución religiosa que desató la Revolución Francesa.
Su martirio había sido profetizado 100 años antes de su muerte por sor Isabelle Bautiste, religiosa de la misma comunidad de Compiègne, que había tenido una especie de sueño o visión en la que había visto a todas las carmelitas del monasterio vestidas de blanco resplandeciente y portando la palma del martirio. Las carmelitas se habian establecido en Compiègne en 1641. Su monasterio se concluyó en sólo 7 años, y fieles al espíritu de Santa Teresa se ganaron pronto el aprecio de los vecinos de la ciudad.
El 14 de julio de 1789 comenzó el período conocido como Revolución Francesa, caracterizado por múltiples desmanes e injusticias.
Desde un principio fue enemiga de la Fe y realizó contra la Iglesia una despiadada presecución. La ley del 13 de febrero de 1790 prohibía las comunidades religiosas, más aún las de vida claustral, por considerarse contrarias a la razón.
La comunidad estaba formada por 17 hermanas:
Hna. Teresa de San Agustín (Magdalena Claudina Lidoine) Priora de todas ellas, nacía en París el 22 de Septiembre de 1752.
Hna. San Luis (María Ana Francisca Brideau), nace en Belfort.
Hna. de Jesús Crucificado (María Ana Piedcourt), nace en Paris.
Hna. de la Resurrección (Ana María Magdalena Carlota Thouret), nace en Mouy (Oise).
Hna. Eufrasia de la Inmaculada Concepción (María Claudia Cipriana Brard),nace en Bourth Eure.
Hna. Enriqueta de Jesús (María Francisca Gabriela de Croissy) nace en París.
Hna. Teresa del Corazón de María (María Ana Hanisset), nace en Reims.
Hna. Teresa de San Ignacio (María Gabriela Trézel), nace en Compiègne.
Hna. Julia Luisa de Jesús (Rosa Chrétien), nace en Evreux (Eure).
Hna. María Enriqueta de la Providencia (Anita Pelras), nace en Cajarc.
Hna. Constanza (María Juana Meunier), nace en Saint-Denis.
Hna. María del Espíritu Santo (Angélica Roussel), nace en Fresnes.
Hna. Santa María (María Dufour), nace en Bann´s.
Hna. San Francisco Javier (Isabel Julieta Verolot), nace en Lignières.
y dos hermanas externas, Catalina y Teresa Soiron, que vivían en la portería, manteniendo el contacto del exterior con las monjas.
Aunque son 17, sólo 16 fueron mártires, pues la Madre María de la Encarnación, anterior priora, se hallaba fuera del monasterio cuando fueron apresadas.
El 4 de agosto de 1792, fueron conminadas a abandonar los hábitos y el monasterio.
Antes firmaron el juramento de Libertad-lgualdad, por miedo a la deportación y pensando todo sería temporal.
Los revolucionarios pretendieron "liberarlas" de aquella vida de superstición y sometimiento, contraria a la libertad y sumergida en algo tan inútil como la oración. Niguna de ellas quería aquella "libertad" impuesta; todas ya habían elegido libremente, mucho antes que aquellos liberales pensaran por ellas.
Hasta el 14 de septiembre de 1792 pudieron llevar vida comunitaria en relativa calma, incluso celebraron los votos de la hermana conversa María de San Francisco Javier, los últimos celebrados antes del martirio.
Igualmente celebraron elecciones, recayendo los cargos de priora en la Madre Teresa de San Agustín, que eligió como supriora a Ana María de San Luis y como maestra de novicias a María Enriqueta de la Providencia.
La priora, al arreciar la persecusión y martirio de los religiosos o seglares, tuvo la inspiración de hacer un voto de ofrecimiento como víctimas al Sagrado Corazón de Jesús, ofreciéndose para aplacar la cólera divina y para que la paz volviera a la Iglesia y a Francia.
Reunió momentáneamente a las demás religiosas y externas, y todas aceptaron, menos las dos más ancianas, Sor Gabriela y Sor Carlota, aunque solo en un primer momento, pues luego hicieron el voto igualmente, que renovaban cada día.
Ante la inminencia de la exclautración, la priora había buscado cuatro casas de católicos leales, donde pudiera seguir en contacto con las monjas y, de alguna manera, vivir como carmelitas. Desde que se había decretado el masónico ,"culto a la diosa razón" las demás expresiones de culto fueron prohibidas, incluso en el ámbito privado.
Por esto, las imágenes, oraciones, y la Santa Misa, eran objetos y gestos perseguidos y causantes de ser acusado de alta traición y pagar con la vida.
Pasado un tiempo la priora Teresa de San Agustín propuso a sus hermanas hacer nuevamente una estricta vida conventual, como si no hubiesen sido exclaustradas. De ese modo y pese a estar en distintas casas, vivieron la obediencia a su superiora.
El 20 de junio de 1794, en Compiègne se celebró un festival de exaltación masónica del "Ser Supremo", en la iglesia de Santiago Apóstol, ya desacralizada en noviembre de 1793, y convertida en templo del culto de la Razón. Ese mismo junio, en medio de este ambiente anticatólico, luego de dos años de exclaustradas, la vida oculta que llevaban las carmelitas, con horarios regulares, su nula aparición en las calles (salvo para visitarse y alentarse), su silencio, alertaron a las autoridades jacobinas de que podían estar viviendo aún religiosamente.
Las denunciaron al Comité de Salud Pública y fueron apresadas y acusadas de conspiración, reuniones ilícitas y correspondencia con contrarrevolucionarios. Éste de inmediato hizo registrar los domicilios de las religiosas y se incautaron pruebas de la vida conventual, como eran diversos objetos devocionales (por ejemplo, una estampa del Sagrado Corazón), cartas y escritos. Se redactó entonces un informe donde explicaba que ,“ las ciudadanas religiosas, burlando las leyes, vivían en comunidad”, y que tramaban en secreto el restablecimiento de la monarquía y la desaparición de la República. Se las detuvo, pues y se las encerró en el monasterio de la Visitación – que entonces era usado de cárcel.
En su encierro, ellas acordaron retractarse del juramento revolucionario, “prefiriendo mil veces la muerte a ser culpables de un juramento así”, y tal resolución las llenó de serenidad, alivio y fuerzas. Por ello, cuando se les exigió que firmaran de nuevo el juramento revolucionario, esta vez dijeron que no. Aquello, a ojos de los revolucionarios, era abogar por el retorno de la monarquía y el dominio católico, y fueron halladas culpables de conspirar contra la Revolución.
El 12 de julio el Comité ordenó que fueran trasladadas a París. Pese a que estaban mojadas por haberse dedicado a lavar ropa, no les dieron tiempo a cambiarse. Les ataron las manos a la espalda y las montaron en dos carretas de paja. Escoltadas por un grupo de soldados se dirigieron a la prisión de la Conciergerie, antesala de la guillotina, llena de presos, sacerdotes, religiosos y seglares que estaban condenados a morir.
Fue un viaje duro y largo en carro, y ellas tenían las manos atadas a la espalda. No les ayudaron a bajar del carro al término del viaje, y la anciana Carlota de la Resurrección, que no sabía cómo se las arreglaría para bajar, fue empujada por sus escoltas y estrellada contra el suelo. Cuando pudo levantarse, se dirigió a los que la habían agredido y les dijo:“Créanme, no les guardo ningún rencor. Al contrario, les agradezco que no me hayan matado, porque si hubiera muerto, habría perdido la oportunidad de pasar a la gloria y la dicha del martirio”. Hasta tal punto había cambiado su opinión primera respecto a la muerte voluntaria.
Allí, en la prisión parisina, fueron modelo de piedad y de firmeza en la fe. Siguieron haciendo vida de oración, como si en ningún momento hubiesen abandonado el convento. Los presos dieron testimonio de que a las dos de la mañana se las oía recitar los oficios. Llegaron incluso a festejar el día de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, con toda alegría y solemnidad. Al día siguiente, en un juicio sumarísimo, serían condenadas a muerte y guillotinadas.
Al comparecer ante el Tribunal Revolucionario cantaron, por encima de la música de La Marsellesa, unos versos improvisados en los que manifestaban su fe, su temor y su confianza, que se conservan en el convento de Compiègne. Ante el tribunal, el fiscal Fauquier-Tinville expuso su acusación: “Aunque separadas en diferentes casas, formaban conciliábulos contrarrevolucionarios en los que intervenían ellas y otras personas. Vivían bajo la obediencia de una superiora, y en cuanto a sus principios y sus votos, sus cartas y escritos son suficiente testimonio”.
Las acusaron formalmente de fanatismo, de formar conciliábulos contrarrevolucionarios, guardar armas, vivir bajo obediencia y mantener los votos monásticos. La Madre Teresa de San Agustín respondiá a la acusación de las armas, enseñando su crucifijo y respondiendo: "He aquí las únicas armas que siempre hemos tenido en el convento, y nadie podrá probar que hayamos tenido otras". Intercedió por las externas, pero fue desoída, con alegría es estas. La Madre María Enriqueta de la Providencia preguntó que era eso de "fanatismo", a lo que se le respondió: "vuestro apego a esas creencias pueriles, sus tontas prácticas de religión".
Una hora después, subían a un carromato que las conduciría a la plaza del Trono, donde las esperaba la guillotina. Durante el trayecto la gente se amontonaba ambos lados, unos injuriándolas, otros admirándolas, mientras ellas entonaban el Miserere y la Salve Regina.
Ya al pie de la guillotina, cantaron el Te Deum y renovaron sus promesas de bautismo y sus votos religiosos. La novicia, Constance de Jésus, al ser llamada al cadalso, se arrodilló ante la priora con la misma naturalidad con que lo hubiese hecho en el convento y le dijo: “Dadme vuestra bendición y concededme el permiso para morir”. Luego, cantando el salmo Laudate Dominum omnes gentes, subió decidida los escalones. Así fueron subiendo, una por una, empezando por la novicia y terminando por la misma priora, Thérèse de Saint Augustin. Una tras otra, las dieciséis carmelitas fueron siendo guillotinadas mientras cantaban el Veni Creator. Era el 17 de julio de 1794, por la tarde.
Los cuerpos de las mártires, mezclados con los de otro 24 ejecutadoss, fueron arrojados a la fosa común de lo que más tarde se llamó cementerio de Picpus. Estos restos no han podido ser recuperados, pero una placa de mármol figura, a modo de conmemoración, sobre dicha fosa, con la sentencia Beati qui in Domino moriuntur (“Felices los que mueren en el Señor”.) El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902 el papa León XIII las declaraba Venerables. Fueron beatificadas por el papa San Pío X el 27 de mayo de 1906.
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