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miércoles, 6 de marzo de 2024

STA SETENTA VECES SIETE

Evangelio según san Mateo (5,17-19) 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. 



El evangelista Mateo pone mucho empeño en presentar a Jesús como un nuevo Moisés que ha venido a sellar la Nueva Alianza de Dios con los hombres. Y una alianza compromete a ambas partes, no sólo a una: desde este punto de vista, la ley que viene a culminar las prescripciones mosaicas no es un corsé para el pueblo sino manifestación del compromiso de amor que lo liga a su Dios. 

"No he venido a abolir la ley sino a llevarla hasta sus últimas consecuencias" Así es la ley de Dios, es una palabra interior que despeja el camino e invita a la creatividad. 

 Pues la ley y las normas solo viven cuando los hombres se ponen a inventar el amor: El de Dios y el del hombre. Así fue como Jesús llevó la ley a su plenitud, en su propia persona, viviendo el amor hasta el extremo. A quienes lo matan, a pesar del precepto, responde con el perdón total. Al hombre rico que no ha robado ni matado, le propone el amor a la pobreza. 

El verdadero amor canta la dicha de la mansedumbre, de la mirada limpia, de la misericordia, de la pasión por la justicia. ¿Ha habido alguna vez sobre la tierra un Dios más cercano a los hombres? ¿Y existe una ley más vivificante que el Evangelio?

La fuerza de Dios se muestra en la entrega, en la pequeñez, en la debilidad, en la humildad y el más grande, el amor; no hay mandamientos pequeños, lo importante el amor que se pone, continuamente el Señor les dice a sus discípulos: “Permaneced en mi amor”, “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.



Esa es la plenitud de la que habla Jesús, la que ha venido a instaurar entre los hombres para que el cumplimiento de esa ley no sea un gesto de renuncia o de sometimiento a una instancia superior que no se comprende sino una amorosa asunción de lo que nos pide el Amado. Visto así, no hay duda de que la cosa cambia. Al colocar el amor como medida de todas las cosas, Jesús supera el estrecho marco legal judaico y lo ensancha hasta el infinito de la misericordia divina.

El fin de la ley es Cristo, la ley sigue teniendo su misión de pedagogo para la educación progresiva del cristiano en el amor. Así decía S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, pero primero ama. La plenitud de la ley esta en el amor a Dios y a los hermanos. “Amar es cumplir la ley entera”. (Rom 13,10).


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