De pronto los escribas y fariseos irrumpen dejando en medio a una mujer, —«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Jesús había pasado la noche en el huerto de los olivos orando a su Dios. Un Dios todo misericordia incapaz de dictar sentencias tan crueles. Un Dios que no se parecía al de los judíos. Es la novedad que vino a traernos. En adelante ya no invocaríamos a un Dios terrible y justiciero sino a un Dios «tardo a la ira y rico en misericordia». a un Dios Padre bondadoso. Jesús lo sabía muy bien, la mujer lo sabría enseguida. Nosotros ya lo sabemos. Como aquellos hipócritas «insistían en preguntarle se incorporó y les dijo:
—«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Tirar la primera piedra era privilegio del testigo principal, era hacerse responsable de la ejecución. Los escribas y fariseos debieron quedar admirados y perplejos por la sagacidad de Jesús y asustados porque sus corazones no estaban limpios. y «se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos»
«Se quedó sólo Jesús con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: —«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: —«Ninguno, Señor».
Jesús dijo: —«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
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