La liturgia nos regala hoy la fiesta de Teresa de Jesús, una mujer "sabia" en tiempos no menos recios que los nuestros, una mujer que supo discernir.
Ella no fue alumna de la Universidad de Salamanca o de la de Alcalá, pero se doctoró en la universidad de la oración y de la vida.
La Iglesia la considera "doctora de la fe". Naturalmente, este doctorado no tiene nada que ver con un título académico. Es un don del Padre.
Jesús lo dice en el evangelio de hoy: "Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla".
Teresa, que no fue una mujer de temperamento débil o apocado, sí fue una creyente inundada por la sencillez que viene del Espíritu.
De ella podemos aprender que sin amistad con Dios no hay transformación posible (ni personal ni social) por eso la oración es la más profunda, arriesgada y necesaria aventura que puede emprender el ser humano.
De su discernimiento hemos comprendido que toda religiosidad naufraga cuando no es curada por la humanidad de Cristo, de ahí que en medio de las crisis de Fe ella se agarrará a la humanidad de Cristo con humildad, audacia y fortaleza, virtudes esenciales para afrontar las crisis con éxito.
Dejemos que la Santa nos acompañe durante esta jornada. Para ello, os propongo acercarnos a uno de sus mejores poemas:
Por intercesión de santa Teresa de Jesús, que fue virgen sensata y una de las prudentes, concédenos, Señor, la verdadera sabiduría y la pureza de costumbres.



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