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domingo, 8 de octubre de 2023

santo evangelio según san Lucas (10,25-37) 


En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»  

El relato del buen samaritano es una de las parábolas más vivas de todo el Evangelio, porque atañe a cada uno de los que la escuchan. 



En la vida de cada día no hay más que hombres que se encuentran, que se miran, que a veces se desgarran y que intentan también comunicarse entre si. Como el samaritano que se acerca al judío herido. 

Otros han pasado de largo pero el samaritano no atendió más que a su corazón. Obedeció de esa forma a la única ley del mundo cristiano, la del Espíritu. Se dejó conducir por el Espíritu, y éste va más lejos que la ley. 

 El buen samaritano, ese hombre sospechoso, ¡es Cristo! que se acerca al hombre herido.

 La salvación está del lado del corazón, de un corazón que consiente en compadecerse. 

Tened un corazón misericordioso, porque la misericordia es como el corazón de Dios. "Anda, vete y haz tu lo mismo" Permítete compadecerte, consiente a tu corazón practicar la misericordia y no te pierdas en justificaciones por muy piadosas que sean.




También a nosotros está el Señor preguntándonos quién consideramos que ha sido realmente prójimo del pobre infeliz apaleado por los salteadores de caminos. 

También a nosotros nos está interrogando sobre si nuestra espiritualidad se queda solo en un bello ritualismo, en el plano formal de la celebración cultual, o se encarna precisamente en el otro, en el desvalido, el descartado, el maltrecho, el que ha quedado al borde del camino en esas cunetas de las periferias donde se acumula la basura. 

También a nosotros nos está interpelando esta parábola del acompañamiento, de la caridad y de la compasión que descubrimos en quien no era ortodoxo pero tenía un corazón de carne en vez de piedra.

samaritano, extranjero e ignorante de la Ley, sí tuvo compasión y se mostró misericordioso, así como lo es Dios, porque se hizo prójimo del hombre asaltado. Así la pregunta según Jesús no es ¿Quién es mi prójimo? Sino ¿De quién yo me hago prójimo?

Señor, antes de entrar a conocer esta bella enseñanza sobre el amor concreto al hermano, necesito rezar. ¿Quién es capaz de tener misericordia de un desconocido y tratarle con ese mimo que lo trata el buen samaritano? Sólo aquel que tiene el Espíritu de Jesús. Por eso yo, en esta oración, te pido que me des tu Santo Espíritu para que pueda cumplir con el mandamiento del amor.

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