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sábado, 19 de octubre de 2024

MONASTERIO DE SAN PEDRO DE ALCANTARA

San Pedro de Alcántara comenzó su vida eremítica en dos lugares cacereños: Santa Cruz de Paniagua, y Pedroso de Acim, donde en una pequeña vivienda construyó un monasterio, de tan reducidas dimensiones, que hoy día se conoce como el conventico.

CONVENTO DE EL PALANCAR

Es tan minúsculo que San Pedro de Alcántara tenía que dormir sentado. El Palancar está en Cáceres, y las 13 estancias que hay en sus 73 metros cuadrados son un monumento a la austeridad



Así, en 1557 Rodrigo de Chaves cede al santo la dehesa «que se dice del Berrocal a la Fuente del Palancar», en agradecimiento a los consejos dados por Fray Pedro, nacido en Alcántara. Una modesta casa sobresalía en el terreno.





Un minúsculo refugio de San Pedro de Alcántara. Minúsculas estancias que guardan estrecha relación con las palabras de San Pedro: “que en nuestros edificios resplandezca toda pobreza, aspereza y vileza” y que la “casa sea tosca y la madera no labrada a cepillo”.

Y, en ella, lo primero que se construyó fue la capilla para celebrar los oficios. Tan minúscula como el resto de lo que en la zona se conoce como el conventico, la estancia sólo tenía cabida para el sacerdote y el acólito que le ayudaba. 

Junto a la capilla, San Pedro se construyó su propia celda de la que Santa Teresa comenta que «paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido una sola hora y media entre noche y día (…) lo que dormía era sentado y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda como se sabe no era más larga de 4 pies y medio».

El convento de  El Palancar, que está en Pedroso de Acim (124 habitantes, entre Cáceres y Plasencia) se anunciaría como «el conventino». 


Aquí, la mayoría lo llama así, con ese diminutivo tan extendido en esta región fronteriza a la que fue a parar en el último tramo de su vida Juan de Sanabria, rebautizado como Pedro al ingresar en la orden Franciscana, a la que llegó con 16 años, tras abandonar sus estudios de Derecho en Salamanca. 

El religioso más repetido en el callejero de Extremadura, el que dicen que curó a una niña ciega de cuatro años en el cercano pueblo de Casas de Millán, hizo de la austeridad su bandera, llevó al extremo el sentido de la coherencia y quiso para sí mismo una celda -nombre mucho más propio que el de habitación para este espacio- en la que no se puede estar de pie. Ni tumbado. Sólo sentado. Sobre una piedra pulida, con un ventanuco de nada a la izquierda, un pequeño tronco delante, el techo abuhardillado frente a los ojos y una cruz de madera a los pies.




 En este monasterio todo es minúsculo, propio de Lilliput: celdas, refectorio, capilla, cocina y claustro. Propio de la filosofía austera que proclamaba san Pedro de Alcántara: “Que en vuestros edificios resplandezca toda pobreza, aspereza y vileza”.

Cruz donde se retiraba a rezar San Pedro de Alcántara, en las proximidades del convento El Palancar.



Como no le gustaban ni la España del momento ni la Orden franciscana de esos años, san Pedro de Alcántara aceptó el regalo del noble y se fue a vivir a la casa de El Palancar, llamada así por una fuente que hay al lado y que ahora no suelta una gota. 


El emperador Carlos V le ofreció ser su confesor en el extraordinario monasterio de Yuste, pero él prefirió llevar una vida de ermitaño junto a unos pocos frailes más. Se le unieron siete, que ocuparon un convento raquítico, oscuro, en el que hay una cocina que hoy sería de juguete, un comedor sin mesa que era también la sala para juntarse a rezar o charlar, y una capilla en la que si caben siete personas es porque son flacas y no tienen reparos en permanecer codo con codo, en sentido literal. 

Tan pequeño que todo él, con gruesos de las paredes, medido por la parte de fuera, tenía treinta y dos pies de largo y veintiocho de ancho.


Cuenta que a Pedro de Alcántara vino con su amigo Fray Miguel y construyeron dos habitaciones y una pequeña capilla. Al poco les siguieron un grupo reducido de hombres que como ellos, querían vivir al modo de San Francisco de Asís: pobreza, retiro, trabajo manual, oración y apostolado.

 Eso es todo lo que hay en El Palancar, donde la temperatura baja unos cuantos grados nada más cruzar la puerta. «Una de las veces que la visitó en Ávila -relata el guía-, Santa Teresa le preguntó a San Pedro que qué hacía para combatir el frío, y este le contestó lo siguiente: Muy fácil, yo entro en la habitación, abro la puerta, abro la ventana, me quito el manto y empiezo a tiritar fuertemente un rato, luego cierro la ventana, cierro la puerta, me pongo el manto y quedo en la gloria».

 


 Cuenta la anécdota y se comprende por qué «la incredulidad», según dice él, es la palabra que más repiten los turistas al final de la visita. «La gente -asegura- suele decir que es algo inédito, aprecian la paz que transmite este lugar». «La mayoría de los que vienen son creyentes, y alguno que no lo es, tras pasar por aquí se lo replantea», concluye fray José García. No se sabe si bromea. Quizás no. Él se despide, invita a volver, sonríe y cierra la puerta de un convento mínimo, o si se prefiere, un enorme monumento a la austeridad.

DEPENDENCIA DEL CONVENTILLO DEL PALACAR

Traspasadas las puertas del cenobio actual, un pasillo conduce a una puerta tan pequeña que los propios oficiales afirmaron que «no dejase las puertas tan estrechas y bajas que no podían caber alguna persona por ellas sino era bajándose y entrando de lado».

 La cocina se presenta como una minúscula estancia que da cabida a una chimenea típica extremeña.

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 Los religiosos ayunaban de forma diaria y sólo en fiestas muy importantes suprimían dicho ayuno. En el refectorio lugar donde ingerían su frugal comida, colocaban las escudillas en asientos de piedra y comían de rodillas.

 

La Capilla tiene 6,25m2 y 3,5m de altura. 

Esta capilla la adorna una decoración donada en 1962 por Magadalena Lerroux, esposa del escultor de Hervás (Cáceres) Enrique Pérez Comendador, donde se conmemora el IV centenario de la muerte del Santo. 
 En ella se alude, además, a Francisco de Borja y a Santa Teresa de Jesús, quienes tuvieron bastante relación con este convento. La decoración, en lugar de hacerla al fresco como estaba pensado en un principio, está hecha a base de mosaico de vidrio para evitar que la humedad lo deteriorase con el paso de los años.




Cabía en ella holgadamente el sacerdote que decía la misa y el acólito que le ayudaba; si otro alguno entraba ocupaba mucho.

Llama poderosamente la atención la amplia gama cromática que la compone en un espacio tan austero. En ella se aprecian alusiones al cielo, la tierra, al Espíritu Santo o a Cristo entre otros. Aprovechando los espacios que dejan las pechinas, se plasman en ellos algunos símbolos franciscanos tales como la Cruz de Jerusalén, las llagas, los brazos y un serafín. 




En el centro y como eje fundamental, una escultura de San Pedro de Alcántara, obra de Pérez Comendador, hecha de madera policromada. Es, como no podía ser de otra forma, muy austera. El Santo se encuentra con una actitud serena, calmada, un sencillo hábito, los ojos cerrados, con una simple cruz abrazada entre sus manos y los pies descalzos sobre un libro en el que se muestran sus instrumentos de penitencia. El 19 de octubre de 1954 fue bendecida y expuesta por el obispo de la diócesis de Coria-Cáceres don Manuel Llopis Ivorra.


Un auténtico lugar con historia.

 Celdas, la más pequeña de ellas la del santo. 
Ubicada en el hueco de la escalera, dormía acurrucado en cuclillas con la cabeza apoyada en un tronco de madera. 

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El fraile se había propuesto mortificarse con aquellas estrecheces para purificar su alma. Allí escribió su Tratado de la oración y meditación.

 Más un patio central de tres metros por tres. 

Celdas de los frailes




En el exterior, los bancales han dado paso a la huerta.

Fuera del Conventico, también así llamado, existe una fuente de aguas que algunos devotos consideran milagrosas y hermosas vistas de los valles del Jerte y el Alagón. 
Su rumor y el murmullo están presentes en un mundo de recogimiento y de silencio. Al igual que la higuera que plantó san Pedro, que hoy ha desaparecido, cuyos frutos, al parecer, curaban a los enfermos.



Un mundo de recogimiento y de silencio, interrumpido por el rumor de la fuente milagrosa y con vistas a las fértiles tierras del Jerte y el Alagón, que se esconden del mundanal ruido, para seguir en silencio. Así, bajo el cielo extremeño, con ilustre modestia y mayor sabiduría se ampara este singular cenobio, recogido en la estrechez de sus muros y en la amplitud de sus almas para formar un apacible lugar que conforma el convento más pequeño del mundo. Datos prácticos:

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En ella existe un escaño de madera de castaño procedente de Serradilla donado al convento por sus antiguos propietarios. Este escaño es un mueble típico de la zona que se utilizaba para guardar el ajuar de los dormitorios y servía también como cama para los huéspedes.

Refectorio y Sala Capitular

Es el lugar más amplio del convento. No existían mesas y los frailes hacían de este comedor un lugar de penitencia. 
Normalmente comían arrodillados, aunque en los días de fiesta comían sentados colocando las escudillas sobre sus rodillas. 
 Dos asientos corridos de tosca mampostería era todo el mobiliario. Era también la Sala Capitular y en ella los frailes se reunían periódicamente para organizar la vida conventual.




Adosada al refectorio se encuentra la despensa o trastero que se utilizaba para guardar el ajuar del comedor y la cocina, así como los escasos alimentos que existían en el convento.


El claustro, un patio con cuatro columnas de madera y un patio de luz, hay que entrar encogidos.



San Pedro de Alcántara fue amigo y consejero de santa Teresa de Jesús,


 Un hombre tan humilde que renunció a convertirse en confesor del monarca Carlos V en su retiro de Yuste, lo que le hubiera supuesto honores y prebendas cortesanas. Sin duda.

Interior de la capilla conventual







Aunque la entrada es gratis, los frailes agradecen los donativos. Destinados al mantenimiento del edificio y de la comunidad religiosa que vive en el Convento El Palancar.



CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONCEPCIÓN DE EL PALANCAR



A 3 kms. de Arenas, se llega siguiendo el cauce del río Avellaneda. A 250 m. antes de llegar, una cruz de piedra, señala, según la leyenda, la impronta dejada por la mano de San Pedro, tras un alto en el camino.
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En el siglo XVIII, con la ayuda de Carlos III y sobre planos de Ventura Rodríguez, se levanta el complejo alcantarino que ha llegado hasta nuestros días.


Pero el Convento del Palancar es un Convento dentro de otro Convento.









 Así los frailes, siglos después, ante la gran afluencia de peregrinos y el reconocimiento institucional que de la figura y obra de Fray Pedro de Alcántara hacía la iglesia al ser beatificado por el papa Gregorio XV en 1622 y canonizado por Clemente IX en 1669.


Tanto la iglesia con el Claustro y los espacios intermedios son de una robustez excesiva.


La iglesia Nueva
Es una nave de un solo cuerpo rematado con bóveda de cañón. Es grande aunque muy sencilla en forma y decoración.

Las obras, que comenzaron el 13 de octubre de 1702, no se terminaron hasta el 3 de octubre de 1710, día en el que, según consta en el frontispicio de la puerta principal, se inauguró el templo de manos del padre Pedro de Burguillos, predicador y a su vez guardián del convento. 

También se bendijo la nueva iglesia, quedando consagrada a la Purísima Concepción de la Virgen María, celebrándose al día siguiente, fiesta de San Francisco de Asis, la primera misa. 

Se aprovechó la ocasión para trasladar el Santísimo desde la vieja a la nueva iglesia y se cantó misa por primera vez. 




 Tenía un bello retablo barroco sin dorar, pero con la confiscación del convento y la segunda expulsión de los frailes por orden del Gobierno en 1835, fue trasladado a la Parroquia de Santa Marina, en Pedroso de Acim, donde actualmente se puede admirar.

 A este retablo pertenecía la imagen de San Francisco de Asis que se puede ver a la derecha del Crucificado. 
 Se trata de un edificio de planta de cruz latina cubierto por una bóveda de lunetos y ladrillos. 

Destaca el Crucificado del siglo XVII procedente del Convento de San Buenaventura de Sevilla. Tiene, además, dos capillas: una dedicada a San Pedro de Alcántara y otra a San Antonio de Padua. 




Las imágenes de la Purísima Concepción y de San Antonio de Padua son modernas.


La paredes están a piedra vista, y en el techo podemos observar las geométricas formas de los ladrillos cerrando la estructura.







El claustro nuevo 
es otra joya que por sí sola merecería una visita a este lugar. Sus arcos cierran un espacio bellamente decorado.




 Las plantas abundan llevando tonalidades verdes entre los colores de la piedra, el ladrillo y la cal. Una estela romana junto con otros restos y utensilios se exponen en este improvisado museo.
Una fuente cuadrada en el centro pone el colofón a este entorno.





En 1972 fue declarado Monumento histórico-artístico nacional.



 



El convento-santuario alberga varios museos: Sacristía, Sala Alcantarina, Claustros, museo franciscano de Arte Sacro.
 



La fe en el poder taumatúrgico del Santo ha sido tal que desde su construcción el santuario ha sido centro de peregrinación tanto de los nobles como de la gente sencilla; el 19 de octubre, acuden hombres, mujeres y niños, tanto de Arenas como de los pueblos cercanos sin olvidar a muchos que se desplazan desde La Vera y, sobre todo, de la campana de Oropesa, donde también residió el santo; lo hacen para cantar lo loores del Santo y sacar su estatua en procesión por el campillo. 




Arcos de la fachada norte enclaustrada entre la iglesia y el convento construidos ambos a lo largo del siglo XVIII.


Remanso de paz que se respira en este rincón


Hoy como ayer, la gente conoce sus milagros y acude, cada día, a invocar su ayuda en las necesidades.

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Después, para conocer mejor la vida del Santo, muchos peregrinos visitan el Museo Alcantarino en el que se guardan una serie de documentos de muy diverso carácter relacionados con la vida y la época en la que vivió San Pedro de Alcántara.


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