santo evangelio según san Lucas (12,49-53)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
Hay algo que se nos desencaja cuando escuchamos la proclamación de este Evangelio en la liturgia de hoy.
Se nos rompe el esquema edulcorado que nos hemos fabricado de Jesús como un predicador bien intencionado, alguien demasiado espiritual. A simple vista, no reconocemos a Jesús. A quien tenemos por manso y humilde, a quien presentamos pacificador y consuelo de nuestras aflicciones, lo encontramos en el Evangelio de la jornada a un punto del arrebato, predicando división y enfrentamiento.
¿Qué ha pasado?
El que siembra fuego cosecha vida. Jesús era manso y humilde de corazón, pero su mansedumbre es la de un corazón apasionado. La pasión, el ardor, la entrega, la lucha porque reine el amor esa es la violencia de los pacíficos. Cuando Jesús enciende el fuego de su espíritu lo que inicia es una conversión. El fuego reconforta y es vida, pero la vida es riesgo y la brasa purifica.
Así es la aventura de la fe, si el fuego del Evangelio prende en nuestras casas, la dulce quietud del hogar se transforma en divisiones: "Dos contra tres, tres contra dos” La lucha está servida ¿reinará la pasión de la fe? ¿Hacia cuál te inclinas tu?
La pista del fuego nos inspira la exégesis. El fuego del Espíritu Santo prende en la interioridad del hombre e inflama su alma y, a partir de ese momento, no hay agua que lo pueda sofocar. Cuando esa llama espiritual prende en lo más profundo del ser humano, se desencadena una violenta reacción que sólo quien ha visto de cerca un pavoroso incendio forestal puede apreciar en lo que vale.
Después del llamamiento a la vigilancia y a sacudirnos la modorra espiritual de los días precedentes, la Palabra nos invita hoy a luchar a brazo partido, a enfrentarnos sin pudor con todas aquellas ataduras mundanas -también el afecto, el reconocimiento, la sabiduría- que no nos dejan actuar como Dios quiere de nosotros.
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