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domingo, 11 de diciembre de 2022

DICHOSOS EL QUE NO SE ESCANDALICE DE MI

 según san Mateo (11,2-11) 

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»


Nos encontramos en el tercer domingo del tiempo de Adviento, llamado domingo “Gaudete”, esa antifona tomada del apóstol San Pablo en su carta a los Filipenses, Flp 4,4-5: “Gaudete in Domino semper…” “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. 


Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.” 

Domingo que se nos invita a la ALEGRÍA. Pero no cualquier tipo de alegría, nos referimos al GOZO que se centra y nace de Dios, nuestra alegría es Dios mismo, la raíz profunda es el DIOS-CON-NOSOTROS.

 Dios que viene a salvarnos, éste es el motivo de la alegría, Dios toma nuestra naturaleza humana y nos da la participación en la naturaleza divina. 

La alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros. Por eso en la segunda lectura de este domingo escucharemos la invitación del apóstol Santiago: “Tengan paciencia y anímense porque la venida del Señor está próxima”.

Pensemos: toda su vida Juan esperó al Mesías; su estilo de vida, su cuerpo mismo, está moldeado por esta espera. Por eso también Jesús lo alaba con estas palabras: «no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista».

 Sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. 

NOSOTROS

El Adviento nos estimula a hacerlo precisamente con la pregunta que Juan el Bautista le hace a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». 

 Sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. 

Como Juan, también nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios eligió asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso. 

 El Adviento es un tiempo de gracia. Nos dice que no basta con creer en Dios: es necesario purificar nuestra fe cada día. 

Se trata de prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos llama, que nos implica y ante el que se impone una elección.




Jesús llamará dichoso al que no se escandalice de Él, al que sepa descubrir la novedad que trae el Evangelio, y sepa leer la Palabra a fondo;

 El Niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos más necesitados, de los pobres, que «son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros».

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