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viernes, 23 de diciembre de 2022

NOCHEBUENA

 24 DE DICIEMBRE

“ …habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló ”





san Lucas 2, 1-14 


Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
El misterio que se encierra en un niño nacido, en un pesebre, en extrañas circunstancias en las afueras de Belén.

En este pesebre comienza Dios su aventura entre los hombres. No le encontraremos entre los poderosos, sino en los débiles. No está en lo grande y espectacular, sino en lo pobre y pequeño. Vayamos a Belén; volvamos a las raíces de nuestra fe. Busquemos a Dios donde se ha encarnado.

 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 
De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 
Estas son las primeras palabras que hemos de escuchar: «No temáis. Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo». Es algo muy grande lo que ha sucedido. Todos tenemos motivo para alegrarnos. Ese niño no es de María y José. Nos ha nacido a todos. No es solo de unos privilegiados. Es para toda la gente.

El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».



Amar al recién nacido ante el Niño Dios es el amor. ¿Por qué ha querido venir Jesucristo a este mundo? ¿Qué necesidad tenía Él, Dios inmenso y glorioso, de venir a este mundo, de nacer como un niño, débil, indefenso, que depende totalmente del cuidado de sus padres? 
Sólo el amor explica este rebajamiento de Dios, un amor total, desinteresado, generoso hacia el hombre, hacia cada hombre, hacia mí. «Amor con amor se paga».

 Por eso el mejor regalo que podemos poner a los pies del pesebre es nuestro amor a Él. Cuando Jesús nació en Belén sólo los pastores, y tres Magos Sabios, le ofrecieron algún regalo. Y seguro que Jesús recibió con mucha alegría los regalos de los pastores. No eran grandes cosas, pues ellos también eran pobres: un queso, un poco de leche, quizás alguna oveja. Pero era todo lo que tenían y se lo daban con todo su amor. Igual hemos de hacer nosotros: ofrecer al Niño Jesús nuestro corazón, pobre y pequeño, pero entregado con alegría y amor.

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