según san Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
UNA VENTANA ABIERTA AL ARTE RELIGIOSO,FIESTAS, TRADICIONES,SEMANA SANTA Y MÁS COSAS RELACIONADAS CON MI PUEBLO,SIRUELA.PARA QUE MIS HIJOS Y SOBRINOS SIEMPRE LO RECUERDEN Y DEDICADA AL COFRADE DE LA FAMILIA, HERMANA, AMIGOS Y VECINOS.
según san Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
Pontificia, Real y Muy Ilustre Hermandad Escolapia y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Expiración María Santísima del Mayor Dolor y San José de Calasanz
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo,
yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
DOMINGO
“ Fue a buscar fruto, y no lo encontró ”
según San Lucas 13, 1-9
En aquel tiempo se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto?
Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo.
O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
En tiempo de Jesús era normal considerar los males de este mundo como “castigos de Dios”. Por eso podían pensar que los que derramaron su sangre en la época de Pilato y los que murieron aplastados por la torre de Siloé, murieron como castigo de Dios.
Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».
Y de ahí se sacaba la consecuencia de que aquellos a quienes no les ocurría esas desgracias era porque eran buenas personas.
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro.
Nuestra vida se parece a esa “higuera seca que no produce frutos”, no la corta, sino que, con una paciencia increíble, la cava, la abona, la riega, la mima, para que dé fruto. Dios no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Lo que quiere es que volvamos a Él.
Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”.
Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”».
Oración de Consagración a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María.
La siguiente es la oración que el Papa Francisco se rezó en el acto de Consagración de Rusia, Ucrania y toda la Humanidad al Corazón Inmaculado de María
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica. Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra. Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación. Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo. Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar. Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear. Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar. Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad. Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.
Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén
Consagración de #Rusia y #Ucrania unidos al Inmaculado Corazón de María, en la parroquia De Santiago el Mayor de Toledo.
SI TU QUIERES MADRE
Un año más Señor de Siruela, has vuelto a clavar tus ojos en los míos al pasar por mi casa
Como decirte que mi cruz pesa si la tuya es más pesada. Como decirte que mi cruz es dura si la tuya es aún más dura.
Como decirte que no puedo más, si Tu llevas el peso de todos y sigues firme hacia adelante.
Un año más Señor de Siruela, has pasado a mi lado he sentido Tu mirada, he recibido Tu fuerza para cargar con mi cruz.
El Papa consagra Rusia y Ucrania a la Virgen: «Que nos guíe por el camino de la paz»
«Si queremos que el mundo cambie, primero debe cambiar nuestro corazón. Para que esto suceda, dejemos hoy que la Virgen nos tome de la mano». Esta es la clave que ofreció el Papa Francisco durante la consagración de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, que tuvo lugar la tarde del viernes en la basílica de San Pedro.
Dios pudo iniciar en la Virgen una nueva historia de salvación «porque en ella no hay rastro del mal». El Señor cambió la historia «llamando a la puerta del Corazón de María». Por eso es tan potente este gesto de Francisco, que invitó, en unión con todos los obispos y fieles del mundo, a Rusia y Ucrania –«que con afecto filial la veneran como Madre»– a cambiar su historia.