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viernes, 9 de abril de 2021

DOMINGO DE RESURRECCIÓN, OCTAVA DE PASCUA

 OCTAVA DE PASCUA

Con el Domingo de Resurrección comienza los cincuenta días del tiempo pascual que concluye en Pentecostés. La Octava de Pascua se trata de la primera semana de la Cincuentena; se considera como si fuera un solo día, es decir, el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga ocho días seguidos.

 Las lecturas evangélicas se centran en los relatos de las apariciones del Resucitado, la experiencia que los apóstoles tuvieron de Cristo Resucitado y que nos transmiten fielmente. En la primera lectura iremos leyendo de modo continuo las páginas de los Hechos de los Apóstoles.

SÁBADO

“ Les echó en cara su dureza de corazón ”


 según san Marcos 16, 9-15 

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. 

Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. 

Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. 

Las tres apariciones: la de la Magdalena, la de los discípulos de Emaús, y la de los Once. Lo que llama la atención es aquello en que las tres apariciones coinciden: NO CREYERON

Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo. 

No se trataba de creer que un muerto había vuelto a la vida, como en el caso de Lázaro a quien podían ver, ni de la inmortalidad, ni de la prolongación de esta vida nuestra en la otra. Se trataba de la Resurrección, de la entrada de Jesús definitivamente en el mundo de Dios para no volver ya ni a sufrir, ni a morir.

Se trataba de la entrada de Jesús en la plenitud: la plenitud de la vida, la plenitud de la verdad, la plenitud del amor, la plenitud de la felicidad. A esa vida plena en Dios nos llama Jesús a todos en la Resurrección.

También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Es verdad que no la merecemos, pero no es cuestión de méritos sino de “gracia”, de don, de regalo. Y esta plenitud ya tiene que comenzar en este mundo. Cristo Resucitado quiere que ya en esta vida “pregustemos” las alegrías de la futura felicidad. Cuando estos discípulos pasaron del no-creer al creer, se quedan “asombrados”.

Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».


Durante esta semana hemos estado celebrando la Resurrección de Jesús. No se trata de un acontecimiento del pasado; se trata de un acontecimiento presente, tan real como lo fue para los Once y los demás discípulos. Y como Pedro en la primera lectura, estamos llamados a ser testigos. ¡Jesús vive; verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya, aleluya, aleluya!


VIERNES

“ Es el Señor ”




según san Juan 21, 1-14 

En este bello relato, escrito tan al vivo que, al leerlo, da la impresión de que la tinta está todavía sin secarse, el Evangelista Juan, testigo de los hechos, nos presenta una aparición distinta.

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades.

Aquí no se trata de encontrarse con Jesús en situaciones límite o extraordinarias como puede ser la de la Magdalena llorando la muerte, o Emaús con discípulos de vuelta de todo, o en el Cenáculo con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos.

 Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». 

Aquí todo es fácil, sencillo, normal. Dice Pedro: “Voy a pescar”. Es lo normal en un pescador de oficio. Lo mismo que cada mañana el labrador dice: voy a sembrar, y la ama de casa: voy a comprar; y el hombre de negocios: voy a la oficina.

Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?».

Lo importante en esta aparición es que el Resucitado se hace presente en la vida ordinaria, en la sencillez de lo cotidiano. ¿Y qué sucedió? Pues que aquel almuerzo después de pescar que hubiera sido normal, ordinario, rutinario, se convirtió con Jesús en una auténtica fiesta. ¡Qué almuerzo tan sabroso!

 Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».

 La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». 

Y este es el mensaje: con Jesús Resucitado la vida tiene otro color y otro sabor. No hay que esperar al viernes por la tarde para pasarlo bien.

No hay que esperar al viernes por la tarde para pasarlo bien. Con Jesús todos los días son bonitos, aunque sean lunes. Jesús es la alegría de la vida.

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. 

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. 

Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. 

No olvidemos que Juan, tan pronto como ve a Jesús, exclama: ¡Es el Señor! Y Pedro se lanza al agua para ir a su encuentro. Es el gozo que les inunda. Los que han estado acostumbrados a vivir con Jesús ya no saben vivir sin Él.

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.



JUEVES

“ Vosotros sois testigos de esto ”



según san Lucas 24, 35-48 

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

En el Evangelio tenemos el testimonio de los discípulos como lo reconocieron al partir el pan. La importancia de la Eucaristía para el discípulo, necesaria para el seguimiento del Señor, “sin Mí no podéis hacer nada” –nos dice el Señor- se nos entrega como alimento para que tengamos vida y vida en plenitud.

 Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. 

También nos aparece el Señor resucitado comunicando la paz, la paz que sana de verdad los corazones, sana todas las heridas, curando y reparando. Al encontrarse con los discípulos vuelve a interrogarlos: ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?

Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? 

Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.

 Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». 

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. 

Cuanta paciencia tuvo que tener con sus discípulos. Los pobres hombres, a pesar de estar con el Maestro, parece que no se enteraban demasiado. Y el Señor intentando hacerles comprender: ¿Tampoco vosotros sois capaces de entender? ¿Por qué estáis tan asustados y tenéis esas dudas en vuestro corazón?

Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». 

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. 

Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

El Evangelio refiere también que los dos discípulos, tras reconocer a Jesús al partir el pan, «levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén» . Sienten la necesidad de regresar a Jerusalén y contar la extraordinaria experiencia vivida: el encuentro con el Señor resucitado.”




También hoy el Señor tiene que ser paciente con nosotros ya que nos ocurre algo parecido. No acertamos a reconocer al Resucitado en la vida de cada día, nos cuesta ver y entender su voluntad, nos cuesta sentirle presente en los detalles de cada jornada.

Al igual que los primeros discípulos, necesitamos que el Resucitado nos abra la mente para comprender las Escrituras. Y eso parece que pide el vivir siempre abierto al Espíritu, en actitud de dejarse sorprender cada día, dispuesto a aprender, a dejarse seducir cada día por Jesús. Termina el Evangelio de hoy invitándonos a ser testigos. A mostrarle a Él con nuestra forma de vivir.

MIÉRCOLES

“ Se les abrieron los ojos y lo reconocieron ”


según san Lucas 24, 13-35 

Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 

El relato nos presenta a dos discípulos que salían de Jerusalén rumbo a una aldea llamada Emaús. Iban decepcionados, alicaídos. El Mesías en quien habían puesto todas sus esperanzas había muerto. Habían oído decir que estaba vivo, pero no parecían estar muy convencidos. En otras palabras, les faltaba fe o, al menos, esta se había debilitado con la experiencia traumática de la Pasión y muerte de Jesús.

Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 
Jesús sabe lo que van hablando; Él conoce nuestros corazones. Aun así, se acerca a ellos y les pregunta. Ellos no le reconocen, sus ojos están cegados por los acontecimientos.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Le relatan sus experiencias y comparten con Él su tristeza y desilusión. Jesús los confronta con las Escrituras: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?” Pero no se limitó a eso. Con toda su paciencia se sentó a explicarles lo que de Él decían las Escrituras, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas”.

 Él les dijo: «¿Qué». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 

Ellos se interesan por lo que está diciéndoles aquél “forastero” que encontraron en el camino. No quieren que se marche. Se sienten atraídos hacia Él, pero todavía no le reconocen. Más adelante, luego de reconocerle, dirán cómo les “ardía el corazón” cuando les hablaba y les explicaba las Escrituras.

Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana la sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo.

 Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria». 

Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. 
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». 

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 

Le invitan a compartir la cena con ellos. Allí, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Ese gesto de Jesús, el mismo que compartió con sus discípulos en la última cena, hizo que se les abrieran los ojos de la fe

Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».

Desapareció de su vista física, pero habían tenido la oportunidad de ver el cuerpo glorificado del Resucitado, y esa “presencia” permaneció con ellos, al punto que regresaron a Jerusalén a informar lo ocurrido a los “once” y sus compañeros, quienes ya estaban diciendo “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”.

 Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.




MARTES

“ ¡Cristo, el Señor, ha resucitado! ”



según san Juan 20, 11-18 

En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. 

Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?».


 Los ángeles le han participado la buena noticia, pero aun así, está entristecida y no es capaz de descubrir en quien tiene delante a su amado Maestro.

 Ella contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.

 Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».

Sólo cuando la llama por su nombre, lo reconoce al instante. 

Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice. «¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».

Como que de repente, el reencuentro con una persona amiga puede rehacer la vida y hacernos descubrir que el amor es más fuerte que la muerte y la derrota.

Jesús se revela a María Magdalena y le entrega una misión, la envía como evangelizadora, como anunciadora de la gran noticia: “Esta vivo, resucitó yo lo he visto”.

Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».

Nadie puede retener al Señor, nadie puede guardárselo como un secreto, un valioso joyel que se pone a salvo de miradas indiscretas. Al contrario, Jesús anima a la Magdalena a cumplir su misión: “Anda, ve a mis hermanos y diles”.

 María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».


Este día,  Señor, que aprenda a buscarte donde realmente estás y no donde yo me imagino que puedes estar.

 María Magdalena fue a buscarte a un sepulcro y lo único que pedía era tu cadáver. Tenía un inmenso amor, pero poca fe en la Resurrección.

Sólo cuando Jesús te nombra, caes en la cuenta de que está junto a ti, por muy penosas que sean las circunstancias por las que atraviesa tu vida, por muchos que sean los sinsabores.


LUNES

“ No temáis ”


según san Mateo 28, 8-15 

El testimonio de una mujer, entre los judíos en tiempos de Jesús, no tenía la misma validez que el de un hombre. Pero las primeras que dan noticia de la resurrección del Galileo son mujeres.

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. 

De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. 

A ellas se les aparece el Maestro, y así lo hacen saber al resto de seguidores.

Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. 

En frente, los soldados apalabran una versión falsa de lo ocurrido con los sumos sacerdotes previo pago. Probablemente, estemos en presencia de la primera fake new (noticia falsaria) de la historia destinada a confundir y a ocultar la Verdad.

Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. 

Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».

 Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Pero las mujeres, precisamente mujeres, no sienten temor alguno de contar lo que han visto. Al contrario, lo que sienten es alegría. Las dos primeras frases de Jesús glorificado son la clave: «Alegraos» y «No temáis». 




No tengáis miedo, nos dice a ti y a mí hoy. Sacúdete el temor y deséale a todos con los que te cruces hoy felicidades, porque estamos alegres y se nos tiene que notar. Feliz Pascua.

DOMINGO

“ No sabemos dónde lo han puesto ”



Evangelio según san Juan 20, 1-9 

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. 

El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». 

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. 

Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. 

Los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. 

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida.

 Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos

El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.


“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. 

 Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.

Dios nos sorprende siempre. Acepta que el Señor resucitado entre en tu vida, acógelo, abrele tu corazón, confía, ¡Él es la vida! Vida en plenitud. Tiempo especial para dejarnos sorprender por Él. Gloria al Señor y Feliz Domingo de Resurrección.








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