según san Juan (20,2-8)
El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
El discípulo amado, Juan, cuya fiesta celebramos hoy, entró y vio: ¡vio y creyó!
Un momento después, exclamará María con todo su corazón y con todo el ímpetu de su ser: ¡”Rabboni"! San Juan, el discípulo amado, es una figura de fundamental importancia al inicio de la Iglesia porque nos muestra al Jesús más íntimo, el que se revela Hijo de Dios hecho carne, que ha venido a desvelarnos el rostro del Padre.
Es un gran teólogo cuyo símbolo es el águila, porque, es la única ave que puede mirar al sol, que para Juan es Cristo, sin quedar deslumbrado.
Y nos recuerda la vital tarea de todo discípulo: buscar al Señor en todo momento, buscar los signos visibles del Señor para sentir su amor y la salvación que trae su Palabra. Como veis, hacen falta muy pocas cosas para que nazca la fe...., pocas cosas, pero infinitas como el corazón y el amor, y profundas como el calor de una mujer y el silencio de Juan ante el misterio.
AMOR y SILENCIO. ¡Si lo tienes, crecerás en la fe!
.Los Padres de la Iglesia vieron en esa carrera hacia el sepulcro vacío una exhortación a la única competición legítima entre los creyentes: la competición en busca de Cristo.
También nosotros, si buscamos al Señor con sencillez y sinceridad de corazón, lo encontraremos, más aún, será Él quien saldrá a nuestro encuentro; se dejará reconocer, nos llamará por nuestro nombre, es decir, nos hará entrar en la intimidad de su amor.
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