Vamos avanzando en este tiempo de la Pascua.
Y, además iniciamos el mes de mayo tradicionalmente dedicado a Santa María Virgen.
¡Qué bien viene el evangelio de este domingo! ¡Si me amáis, guardaréis mis mandamientos!
El Evangelio está para proponerlo sin ceder al intento de “descafeinamiento” según y cómo convenga a ese relativismo del que, el Papa Benedicto XVI, nos hablaba horas antes de ser elegido.
Amar a Dios implica guardar en nuestra memoria, en nuestra iglesia, los pasos, consejos y hechos que Jesús ha dejado a su paso por nosotros. Sucumbir en ese empeño evangelizador, olvidando sus fondos más exigentes (aunque se nos pongan ciertos sabios de frente) sería traicionar la misión primera y última de la Iglesia: dar a conocer íntegro el mensaje de Jesús.
Necesitamos del Espíritu Santo para, además de guardar las indicaciones de Jesús, evitar el que se queden empolvadas en la estantería de nuestra conveniencia, ópticas eclesiales o en la sensación de orfandad que podemos tener ante tiempos difíciles para la fe.
Flaco favor hacemos al Espíritu Santo si, en vez de poner nuestra confianza en El, nos dejamos llevar por un derrotismo que todo lo invade y que se convierte en un cáncer que nos paraliza pastoral y afectivamente.
Abrirnos a la próxima venida del Espíritu Santo, en Pentecostés, puede suponer una fuente de inagotable frescura para nuestra iglesia, parroquia, comunidades, etc.
Amar a Dios, no como algunos pretenden imponernos, sino como Jesús manda, exige un cierto grado de coherencia, de seriedad, de respeto a la Palabra y de santo temor de Dios, de compromiso y de hacer santo con nuestra vida, lo que El hizo santo a través de Jesús.
Hace tiempo que, por diversas razones que ahora no vienen al caso, han dejado que la joya de la fe (con mandamientos de Dios incluidos) se haya oscurecido o haya sido vendida (no precisamente para vivir más, mejor, ni con mayor ni más dignidad). ¿Cómo reaccionará cuando regrese “nuestro amado" Jesucristo?
Que el Espíritu Santo nos ayude a recuperar el brillo de la fe y, de esa manera, podamos (más que deslumbrar) indicar el camino que conduce hasta El. Y os muestro, como todos los domingos, una oración. Esta es la de hoy:
ENSEÑAME, SEÑOR, A GUARDAR Tus mandamientos, para que otros no me impongan sus ideas.
Tus preceptos, para que nadie me cambie el sentido de las cosas
Tus Palabras, para que no me confundan otras totalmente vacías
Tus obras, para que no me seduzcan los que hablan y no hacen nada
Tus consejos, para que sepa distinguir el camino cierto del equivocado
Tu mirada, para que cuente hasta diez, antes de abandonar el sendero de la fe
Tu Eucaristía, para que sienta cómo desciende la fuerza del Espíritu Santo
Tu Ley, para que sepa diferenciarla de aquellas otras leyes caprichosas y falsas
Tu esperanza, para que no puedan más en mí, las dificultades que mi afán de dar a conocerte.
Tu iglesia, para que cuando vuelvas, la encuentres guardando con respeto, vida y veneración la gran joya de tus mandamientos. Amén.
MMMMMMMMMMM
EL AMOR COMO MANDAMIENTO Por Javier Leoz Fácil, relativamente cmodo nos lo puso el Seor: “Un mandamiento nuevo os doy” (Jn 13:34). Y hasta nos parece posible el cumplirlo. Pero cuando, Jesús, aade “como yo os he amado” vemos que, amar como El exige, entre otras cosas, vivir de cara y no de espaldas a su deseo antes de marchar hacia el cielo: ¡Guardad mis mandamientos! Y, esos mandamientos, no son otros que los del Padre.
1.- Nos acercamos a la solemnidad de la Ascensión del Señor. Y, porque el Señor se va, nos deja sugerentes palabras en el evangelio de este domingo. ¿A qué mandamientos se refiere Jesús? ¿A los la Antigua Alianza? ¿Al resumen de todos ellos basados en el amor a Dios y al prójimo? No estamos huérfanos para llevar a cabo esa pretensión de Jesús. El Espíritu nos acompaña para que, lejos de elegir el atajo para dar rienda suelta a nuestra propia voluntad, podamos dar aquel camino con el cual poder agradar a Dios y –sobre todo- aguardando sus promesas. No estamos solos, aunque muchos se empeñen en recordarlo, a la hora de defender con la Iglesia y dentro de ella que el amor a Dios es el motor que nos impulsa a miles y miles de católicos a trabajar por los demás. ¿Qué diferencia hay entre el amor humano y el amor divino? Preguntaba un párroco a sus fieles. Y, una anciana, al finalizar la misa le respondió: “que el amor humano es limitado, sirve a quien quiere y pronto se agota; el amor divino no mira a quien se hace el bien y, cada vez que lo hace, tiene necesidad de seguir haciéndolo aunque no sea recompensado”.
2.- Necesitamos un poco de ardor en nuestra acción apostólica, un poco más de ilusión y hasta de coraje. A veces nos quejamos demasiado de que no nos comprenden a los católicos o que ser cristiano es algo poco menos que imposible en una sociedad en la que todo ya está diseñado, pensado y acotado de cara a la galería, con multitud de leyes nacidas como setas para satisfacer la sociedad del bienestar. Es en esas situaciones, donde tanto cuesta “ver al Invisible”, donde como amigos de Jesús, hemos de optar por El, fiarnos de El y saber que sigue vivo en medio de nosotros: -cuando salimos al encuentro de alguien que se encuentra perdido y sin horizonte -cuando miramos a nuestro alrededor y ayudamos a superar dramas y vacíos, miserias y complejos.
3.- El Señor, lejos de ser talla de madera que desfila en una procesión, es Alguien vio y operativo en lo más hondo de nuestras entrañas. Alguien que, en el día a día, lo vamos descubriendo en multitud de signos que nos hablan de su presencia y, al cual, amamos en otros tantos símbolos que aún siendo misterios sabemos que nos llevan a El, que nos hablan de El y que nos hacen estar en permanente apertura hacia El. Teniendo las palabras de Jesús, sus promesas y su garantía de que está a nuestro lado…no tenemos derecho al desencanto ni a la duda, a la desesperanza o al abatimiento. **El Señor, desde el sagrario, nos acompaña **El Señor, en la adoración eucarística, nos consuela **El Señor, en la oración, nos habla **El Señor, cuando amamos, doblemente nos acompaña: porque nos ama y porque amamos como El amó.
4.- POR TI, SEÑOR, LO HARÉ Guardaré tus mandamientos, porque al hacerlo así, soy consciente de que cuido lo más santo y noble que Dios, en tu comunión contigo, nos legó. Amaré tus mandamientos, porque al amarlos, sabré que amó lo que Tú, estando con nosotros, amaste, defendiste y llevaste en tu mente y corazón Esperaré al Espíritu Santo, porque en esa espera, residirá la fuerza que me auxiliará en el duro combate de mi vida y de mis luchas Viviré, bajo el soplo de tu Espíritu, porque en la carrera de mis días siento que no puedo llegar al final si, ese Espíritu, lo dejo de lado agarrándome a otros huracanes. POR TI, SEÑOR, LO HARÉ Miraré hacia el cielo cada vez que me encuentre en cruel batalla con mi soledad Buscaré respuestas en tu Palabra cuando el discurso del mundo sea promesa hueca Aceptaré tus mandamientos, porque al aceptarlos, reverenciarlos y vivirlos sé que se encuentra el secreto para dar contigo para amar al Padre y vivir en el Espíritu POR TI, Y PORQUE LO NECESITO, LO HARÉ SEÑOR
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