MIERCOLES
“ ¿Soy yo acaso, Maestro? ”
según san Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Judas ni siquiera pone precio. El precio lo ponen los compradores. Jesús en el mercado vale muy poco. Y sin embargo nosotros para él valemos mucho. “No nos ha comprado con oro ni plata sino con su preciosa sangre”. (I Pedro 1,19)
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
A pesar de ir en contra de “su grupo” lo pusieron. Es cierto que el “colegio apostólico” quedó manchado con ese pecado de traición, pero no quisieron ocultarlo ni taparlo. Que sirva de ejemplo para las comunidades cristianas posteriores. Una lección que nos está dando el Papa Francisco todos los días. Dentro de la Iglesia hay traidores que venden a Jesús a precio de dinero, de poder o de búsqueda de privilegios o dignidades.
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar.
El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Dios nos ha hecho libres y sabía bien a qué se arriesgaba. Y, sin embargo, prefirió ir a la cruz, antes de cercenar nuestra libertad. Si tanto valora Dios nuestra libertad que nos deja libres para hacer el mal, ¿hemos pensado en la alegría que podemos dar a Dios haciendo el bien libremente,
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Tú lo has dicho».
Este miércoles santo quiero pensar en la traición de Judas. Y me horroriza lo que dice el evangelio: “Uno de los doce”. Uno que había comido y bebido contigo tantas veces. Uno que había escuchado de tus labios las palabras más dulces, más bondadosas, más misericordiosas. Y ahora te vende y te traiciona tan mezquinamente. Me pongo a temblar al pensar que también yo, a pesar de ser discípulo tuyo toda la vida, puedo acabar mal. ¡No lo permitas, Señor!
MARTES SANTO
“ Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? ”
san Juan 13, 21-33. 36-38
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Es impresionante la reacción de Jesús ante la traición de un discípulo: “Se turbó”. Y no es para menos. Jesús tuvo con Judas gestos de especial cercanía. Le ha lavado los pies como a los demás y se los ha secado. En la cena le ha dado el bocado “untado en salsa”, signo de una amistad íntima.
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Si el nombre para un judío expresa la esencia de la persona, el verdadero nombre de este discípulo ya no puede ser Juan sino “el discípulo que Jesús tanto quería”. Eso es lo verdaderamente importante que ha ocurrido en su vida
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?».
Desde ahora se llamará “el discípulo amado”. Nos preguntamos, ¿se puede subsanar una traición? Sí, a base de amor. Y el amor desbordante de este discípulo va a compensar con creces la ingratitud del “traidor”
Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”».
Lo importante es lo que todavía podemos ser. Me emocionan estas palabras de Jesús: “Hijos míos qué poco me queda de estar con vosotros”. Nunca ha llamado a los discípulos hijos. Y el evangelista que ha sido testigo ocular, dice “hijitos”
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿adónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Como la triple negación de Pedro va a quedar enterrada y olvidada por la triple profesión de fe. Para Jesús poco importa lo que hayamos sido.
Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó: «¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».
Señor, salgo impresionado por este evangelio donde, en medio de la más negra ingratitud de Judas, aparece el amor más tierno de otro discípulo que se ha cambiado el nombre porque quiere hacer de su vida una auténtica profesión de amor a Ti y a los hermanos. Gracias porque todavía tengo tiempo para emplearlo en lo que únicamente merece la pena: amar. Amarte a Ti, fuente del verdadero amor, y amar a mis hermanos.
LUNES SANTO
LUNES SANTO
“ María, unge los pies de Jesús ”
según san Juan 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María unge los pies de Jesús y los seca con sus cabellos, porque cree que es lo que debe hacer. Es una acción tintada de espléndida magnanimidad: lo hizo «tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro» (Jn 12,3).
Es un acto de amor y, como todo acto de amor, difícil de entender por aquellos que no lo comparten. Creo que, a partir de aquel momento, María entendió lo que siglos más tarde escribiría san Agustín: «Quizá en esta tierra los pies del Señor todavía están necesitados.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
La protesta de Judas no tiene ninguna utilidad, sólo le lleva a la traición. La acción de María la lleva a amar más a su Señor y, como consecuencia, a amar más a los “pies” de Cristo que hay en este mundo.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Nuevamente, a propósito de otro hecho, se repite la reflexión: no es cierto que, como suponemos, si hubiésemos conocido a Jesús habríamos cambiado de vida.
Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Y no lo hacemos hoy sólo porque no hemos sido tan privilegiados como quienes lo vieron y convivieron con Él en Palestina hace veinte siglos. En este texto se demuestra que hubo muchas personas a quienes, más a Jesús, les interesaba encontrar pruebas para acusarlo, porque les daba vueltas sus esquemas en los que intentaban atrapar a Dios por medio de mandatos injustificados y ritos hipócritas. “…fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro”
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
Esto nos lleva a preguntar: nuestros esfuerzos por ser cristianos, ¿son por seguir a Jesús o hay de fondo otros beneficios que se buscan con ello?
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