YA ES SEMANA SANTA

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martes, 26 de abril de 2022

JESÚS POR SEGUNDA VEZ ANTE PILATOS

 


 ¿A QUIÉN DE LOS DOS? 




De nuevo el Señor es conducido al Pretorio entre sus enemigos. Según avanza el día, hay más gente por la calle y la vergüenza de Jesús es mayor. ¡Vestido y tratado de loco ven ahora los hijos de Jerusalén al que tenían por Maestro sabio y santo! 

Cuando Pilato ve llegar a Jesús, comprende que ha fracasado su primer intento de librarse de este asunto sin molestar a los judíos. 

Se entera de la respuesta de Heredes, y sale otra vez para decir a los Magistrados y a la gente que se va reuniendo en la plaza:

 —Me habéis presentado este hombre como amotinador del pueblo, y ya habéis visto qué preguntándole yo ante vosotros no hallé en él ningún delito de esos que le imputáis.

 Ni Herodes tampoco porque nos lo ha remitido, y ya veis que nada digno de muerte se le ha probado.-

 Bien advertía Pilato las torvas miradas que sus palabras suscitaban en los enemigos de Jesús. Un segundo arbitrio se le ocurre para salir del paso y contentar a todos. 



Era costumbre que en la Pascua indultase a un preso, escogido por el pueblo. Mientras él esta discutiendo con los príncipes, un gran tropel de gente desemboca en la plaza y empieza a pedir el indulto acostumbrado.

 De esta manera ha comenzado la intervención del pueblo en el proceso de Jesús. Hasta ahora lo han llevado todo los jefes del pueblo. Pilato piensa: 

«—En vez de dejarles elegir el que quieran, les obligaré a llevarse libre al Nazareno.»

 Por eso, manda traer a Barrabás, un preso famoso. Condenado a muerte. 

Lo muestra al pueblo junto a Jesús y pregunta:




 —¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo? 

Y aguarda la respuesta, dejándoles deliberar. Le parece que nadie querrá la libertad de Barrabas, encarcelado por sedicioso y homicida y ladrón. «El pueblo —piensa el Presidente— no aborrecerá a Jesús como los fariseos; pedirá su indulto, y así podré soltarlo, sin quedar disgustado con éstos». 

Pasado el tiempo suficiente, sale otra vez, y teniendo a Jesús a su lado, dice: 

—¿A quién de los dos queréis que os suelte? A una voz exclama toda la turba: 

—¡Quita a ése y suéltanos a Barrabás! 

Espantado queda Pilato ante esta elección. ¿Como es posible que la gente grite contra Jesús lo mismo que los jefes? ¿Qué ha ocurrido en la plaza? Intentemos una breve explicación: A lo largo del drama de Jesús, hemos visto al pueblo ordinariamente adicto al Maestro, mientras los dirigentes le hacían enconada guerra. Llegamos ahora al acto supremo. El triunfo tiene que decidirse por aquél o por éstos. ¿A quién se inclinará el pueblo, que por vez primera aparece como actor de la Pasión en este momento en que Pilato pregunta: 

—¿A quién de los dos queréis? Si estuvieran en esta plaza todos aquellos hombres, mujeres y niños que oyeron las palabras de Jesús en Galilea y Perea; si estuvieran aquí aquellos cinco mil y cuatro mil que él alimentó en el desierto: aquellos cojos, ciegos y leprosos que el curó, aquellos pecadores que él perdonó y consoló; aquellos padres y madres cuyos hijos resucitó; si estuvieran aquí todos los que hace cinco días —el Domingo de las palmas y los cantos— le aclamaban como Rey pacífico, no llegaría ahora a los oídos de Pilato ese grito triunfador:

 ¡Quitaras a ése; suéltanos a Barrabás! 



Pero llenan la plaza gentes bajas y turbulentas, que han venido a sacar un preso de la cárcel romana para llevárselo a hombros por las calles de Jerusalén, como trofeo de un miserable triunfo sobre el Emperador. Y gentes que viven de las sobras de los príncipes y fariseos, que los adulan y sirven; que han sido pagadas por ellos para vociferar contra el Nazareno. Lo más bajo de la ciudad, que son la mayoría, y entre ellos algunos honrados, algunos amigos, que no se atreven a gritar porque son la minoría. 

Esos llenan la plaza. Y entre ellos, olvidando su nombre y su dignidad, se mezclan los príncipes, los sabios, los sacerdotes, los ancianos de Israel, los que eran pastores del pueblo y se han convertido en lobos. 



Ellos son los que más gritan, ellos son los que seducen a las masas: 

—¡Pedid que suelte a Barrabás! ¡A Barrabas! Barrabás ¡no es peligroso! ¡El Nazareno, sí! ¡Pedid que mate al Nazareno! ¡Que lo crucifique, pedid que lo crucifique! Pilato no había medido todo el odio de los jefes judíos contra Jesús. Por eso, queda espantado cuando oye la respuesta: —¡Suéltanos a Barrabás! 

Y pregunta por segunda vez, 

—¿Qué haré entonces de Jesús Nazareno, llamado el Cristo? ¡Que lo mate, pedidle que lo mate! —silban los señores, serpenteando por todo el pueblo. 

Y en el silencio que impera Pilato e imponen sus legionarios a fuerza de golpe, vibran la pregunta y la respuesta que determinarán el destino de aquel pueblo: 

—¿Qué haré de Jesús Nazareno? —¡Crucifícalo, crucifícalo! 




Horrorizado queda el Presidente. Va de fracaso en fracaso. Vuelve a preguntar, indignado contra aquella muchedumbre que aumenta, según crece el día:

 —Pues ¿qué mal ha hecho? 

 Ya no se discurre, ya no se aguarda. Ya sólo es tiempo de triunfar definitivamente sobre el débil representante del poder más fuerte del mundo: —¡Crucifícalo, crucifícalo! ¡Fuera, fuera; crucifícalo! Pilato muerde la lengua. Confiesa su segunda derrota dejando libre a Barrabás, el homicida, el ladrón. Y busca un tercer recurso que le permita complacer a los judíos sin crucificar a Jesús, cuya inocencia le impresiona; y más todavía. cuando en uno de estos intervalos recibe un angustiado aviso de su mujer: —No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.




 Para quedar persuadido de la inocencia de Jesús, Pilato no necesitaba avisos, ni siquiera el de una pesadilla nocturna, que parecía de origen sobrenatural y traía una nueva punzada a la conciencia del Presidente. Bien convencido estaba de que el Nazareno era inocente, victima de la envidia y del odio; había repetido que no encontraba causa ninguna para condenarle a muerte, su conciencia de juez romano le exigía ponerlo en libertad; pero... ahí estaban los judíos clamando contra Jesús. Pilato no tuvo coraje para superarlos, ¡y encontró la nueva escapatoria que le permitiría satisfacerlos, sin quedar él atormentado por el remordimiento de haber impuesto una pena de muerte totalmente injusta! Gritó, pues, a los judíos:

 —Le castigaré y le dejaré libre. Y se retira a dar órdenes, mientras la explanada ante el Pretorio hierve cada vez con más sol, cada vez con más gente. 




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