La semilla es la fe, nosotros somos los sembradores pero el dueño es Dios.
En esta época que la evangelización es tan pobre no podemos perder la confianza.El dueño de la fe solo nos dice sembrar, sembrar y sembrar.
Junto a mi, junto a nosotros hay una presencia amiga que no nos deja ni un instante, una fuerza divina que no deja de trabajar por dentro, en el mayor silencio.
Algo así como ese misterioso empuje que, nadie sabe como, hace germinar y crecer la semilla.
Sin miedo tenemos que sembrar la Buena Noticia estemos donde estemos.
Dame fe, como un grano de mostaza. Y así Señor me olvidaré de todo lo que me rodea estando alegre porque Tu vives en mi y me amaste primero.
El Señor te ha llamado por tu nombre y tan solo está esperando tu respuesta. Anda, ábrele la puerta. Y cuando te diga: “Sígueme”, no lo pienses; ¡síguelo! Créeme, no te arrepentirás.
Dios se convierte en el centro de nuestras vidas, todo adquiere un nuevo significado.
Mi corazón, Señor, es un a cerámica de arcilla que retiene todo lo que escucho del Evangelio y dejo al lado la ocasión de ser un colador.
Si miro a la Cruz si puedo amar a mis enemigos.
Amar, rezar y ayudar sin ruido.
Hoy, Señor, te pido que me enseñes a orar. Los judíos rezaban mucho, pero estaban muy lejos de la oración de Jesús. Yo te pido que me enseñes a orar como Tú orabas: con aquella sencillez, humildad, confianza y ternura con que un niño habla con su Papá. De esta manera mi oración me llevará hasta el mismo corazón del Padre.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban.
Dos palabras muy unidas: tesoro y corazón. El tesoro de Jesús era su Padre
Nosotros somos un regalo del Padre para Jesús. Así nos ha visto, así nos ha amado. Entonces, ¿dónde ha puesto Jesús su corazón? En el amor al padre y en el amor a nosotros que somos “regalos del Padre”.
Dios me ama tal como soy. Dios tiene fe en mi y espera que mi corazón se vuelva poco a poco a El. Dios sueña verme un día viviendo la armonía del Reino como sus discípulos. ¡Ahí está nuestro tesoro! La fe no es otra cosa que el descubrimiento del Reino día a día. En él se encuentra la fuente de transformación de nuestro corazón. La promesa del tesoro de Dios nos llena de admiración.
Y terminamos esta semana y el Evangelio nos dice:
Bajo la presión de la pandemia y las consecuencias del año que llevamos escuchamos a Jesús que nos dice: “no andéis agobiados”
Podríamos responderle: “pero, Señor, con todo lo que tenemos encima” y Él con infinita calma y dulzura nos anima a mirar a los pájaros del cielo y a los lirios del campo. Nos invita a mirar a la naturaleza y a mirarnos por dentro, para descubrir a Dios presente en el mundo y en nuestro corazón.
Dios que no nos deja, que se preocupa y ocupa de nosotros aunque no lo notemos.
Confiar siempre en Dios, Él sabe lo que necesitamos.
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