La primera lectura que se nos presenta para hoy (Is 41,13-20), al igual que la de ayer, está tomada del “libro de la consolación” o el “segundo Isaías”, que comprende los capítulos 40 al 55.
El libro de Isaías está formado por tres libros de tres autores distintos:
El “primer Isaías”, que comprende los primeros 39 capítulos, compuesto principalmente antes de la deportación a Babilonia;
El “segundo Isaías” que hemos mencionado, compuesto primordialmente durante el exilio en Babilonia;
En el año 597 las tropas del soberano babilonio Nabucodonosor entraban en Jerusalén en castigo por el comportamiento de sus reyes.
Unas tres mil personas, pertenecientes a las familias más poderosas del país, fueron deportadas a Babilonia, junto con el mismo rey.
Aun así, los babilonios respetaron el trono de Judea, en el que pusieron a un pariente del rey depuesto
Y el “tercer Isaías”, compuesto durante la era de la restauración, luego del exilio.
El exilio babilónico se recuerda en la historia judía como un tiempo de tribulación y nostalgia por la patria perdida.
Pero en realidad el episodio tuvo consecuencias decisivas en la configuración de la religión y de la identidad nacional judía.
Si anteriormente a la conquista de Jerusalén el pueblo hebreo había tendido al politeísmo, los sacerdotes del exilio elaboraron un pensamiento rigurosamente monoteísta, muy influido por la ciencia mesopotámica.
Igualmente, fue en esos años cuando se pusieron por escrito muchos de los textos que constituyen la actual Biblia.
De este modo, a su vuelta a Jerusalén a partir del año 521, los exiliados establecieron un nuevo modelo religioso y político que ha marcado todo el devenir del pueblo judío hasta nuestros días.
La primera lectura que se nos presenta para hoy (Is 41,13-20), al igual que la de ayer, está tomada del “libro de la consolación” o el “segundo Isaías”, que comprende los capítulos 40 al 55.
La lectura nos presenta al pueblo de Israel pisoteado y humillado por el régimen opresor: “gusanito de Jacob, oruga de Israel”. Y Dios le dice “Te agarro de la diestra” y “no temas, yo mismo te auxilio”. Dios se compadece de su pueblo humillado y viene en su auxilio.
Jesús recogerá ese mismo pensamiento en las Bienaventuranzas, especialmente la de los pobres, los débiles, los pequeños.
La pequeñez de ese pueblo de deportados, que merecen el favor de Dios, la encontramos reflejada en la pequeñez de María, una débil y humilde doncella de Nazaret a quien Dios convirtió en portadora del Misterio de Dios, del Verbo encarnado: “porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora…” (Lc 1,48).
Así mismo, la primera lectura nos dice que: “Tu redentor es el Santo de Israel”, mientras María exclama en el mismo canto del Magníficat: “porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!” (Lc 1,49)
“Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos. Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado”
Cómo los va a acompañar? ¿Cómo los va a amar? “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,45). Que el verdadero portento de Dios en este Adviento sea que al nacer su Hijo en nuestros corazones, nos convierta en “piedras vivas” de las cuales brote agua en abundancia para saciar la sed de nuestros hermanos,
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