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miércoles, 21 de febrero de 2024

CONMIGO LO HICISTEÍS

 según san Mateo (25,31-46) 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, bmenmditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.



Hoy se nos recuerda el juicio final, «cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles» (Mt 25,31), y nos remarca que dar de comer, beber, vestir... resultan obras de amor para un cristiano, cuando al hacerlas se sabe ver en ellas al mismo Cristo.

El texto del evangelista Mateo formula un código de conducta cristiana vigente desde que el Verbo se encarnó. Dios ha preparado su reino desde la eternidad para que lo disfruten quienes obran conforme a las directrices de la misericordia. 

Porque el Amor primero, no se olvide, siempre es del Padre.

¡Extraño cara a cara, donde el Hijo del Hombre juzga al hombre sobre la calidad de su mirada! "Señor, ¿cuándo te vimos?". 

Unos y otros, benditos y malditos, plantean la misma pregunta. Pero los primeros, al dejar que su corazón se conmueva ante la miseria, han visto, en la fe, al que ahora contemplan sus ojos en el cara a cara decisivo. 

Escondido en esa parábola del pastor que separa ovejas y cabras está la más dura crítica contra el relativismo -por supuesto, también el moral- de nuestro tiempo. 

No da lo mismo cuidar del prójimo que hacerlo sufrir. No da lo mismo visitar al enfermo que no visitarlo; no da igual acoger al inmigrante que desentenderse de su peripecia vital. 


Dios no ha preparado el infierno como descarte para los que no han obrado bien. El infierno es obra diabólica. Pero ello no quiere decir que Dios no sepa apreciar el comportamiento de cada uno.

No, no todo vale con tal de que lo vivas desde tu circunstancia, pasado por el prisma de tu realidad, justificado con tus propias excusas (tenemos miles, una carretada para cada buena obra que dejamos de hacer). 

La piedra de toque es pues el pequeño, el enfermo, el desvalido, el pobre: en una palabra, los preferidos de Dios.

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