según san Lucas (1,26-38)
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazarat, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Hoy contemplamos, una vez más, esta escena impresionante de la Anunciación. Dios, siempre fiel a sus promesas, a través del ángel Gabriel hace saber a María que es la escogida para traer al Salvador al mundo. Tal como el Señor suele actuar, el acontecimiento más grandioso para la historia de la Humanidad —el Creador y Señor de todas las cosas se hace hombre como nosotros— pasa de la manera más sencilla: una chica joven, en un pueblo pequeño de Galilea, sin espectáculo.
Todo sucedió en el silencio. Dios hace su entrada en el mundo de los hombres no por el templo, como era de esperar, sino al abrigo de una casa tranquila, sencilla e ignorada de los circuitos turísticos. Porque a Dios le gusta hacer las cosas en el silencio, no a la vista de todos.
Por eso, desde entonces, su misterio infinito solo puede manifestarse en la casa del silencio. Sólo los que hacen silencio, los que viven con sencillez de corazón podrán vivir el misterio del amor de Dios.
Las Palabras de Dios lo alteran todo en la vida, así Maria aunque se turbó ante las palabras del Ángel, ¡y quien no! aceptó en el silencio de su casa y de su corazón porque solo el silencio permite soportarlas sin morir de temor. Y como si de una brisa matinal se tratara, el poder de Dios la cubre con su sombra, discretamente, para que el cuerpo del Hijo de Dios se forme en la fragilidad humana.
Y a partir de aquel momento, el silencio de María se hace aceptación, obediencia y fe. ¡Nueve meses de silencio y de callada esperanza y de un gozo cada día mayor!
Así es nuestro Dios, quiere tener su mirada entre los pequeños y los humildes, y, confía su Palabra a los que aman el silencio lo bastante como para no confundir dicha palabra con su propio parloteo.
Dios necesita de nuestro silencio, porque quiere realizar en nosotros lo imposible. ¿Sabremos nosotros acoger a su Espíritu con tanto recogimiento interior como Maria, la virgen fiel, cuando dijo: "Hágase en mi, según tu Palabra"?
Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: —¿Qué espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de la respuesta que demos!
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