30 DE DICIEMBRE
“ Y la gracia de Dios estaba con él ”
san Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años.
Me llama poderosamente la atención esta ancianita que ha pasado toda la vida en el Templo. Una mujer que no se ha cansado de servir al Señor.
De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día.
hoy día en la sociedad es que “asustan los compromisos de por vida”. A los jóvenes de hoy, a pesar de sentirse enamorados, les asusta el tener que vivir con un hombre o con una mujer “toda la vida”. Lo mismo diríamos de los seminaristas o de las novicias.
¡Aquí estoy! Y estoy con la misma alegría y la misma ilusión que tenía cuando yo era joven.
Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Vidas llenas, vidas en plenitud, que acogen, cobijan y nutren a toda persona que se acerca a ellas. La razón de esas vidas tan llenas es que han crecido junto a la acequia. No les ha faltado el riego de la Palabra de Dios y de la oración. Por eso han podido llegar hasta el final de la vida sin cansarse.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Ana ve al Niño Jesús. Así, con mirada de fe, contempla a un niño en los brazos de su madre y descubre en el al Salvador del mundo. De este modo la vejez de la mujer aparece como sinónimo de experiencia, del camino recorrido, de la capacidad de distinguir lo trascendente de lo efímero. ¡Qué importante y necesaria esa mirada hoy!
Sin embargo, hay que destacar que Ana no se queda sólo con una mirada de fe, pues se vuelve testigo que anuncia: ¡Sí, es verdad, Dios cumple sus promesas!
29 DE DICIEMBRE
“ Mis ojos han visto a tu Salvador. ”
san Lucas 2,22-35
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Una de las mejores alabanzas que le dice la Biblia a Simeón es que “En él estaba el Espíritu Santo”. Como estaba también en María, la madre de Jesús. Al Espíritu Santo se le compara con el viento. Y el viento es “aire en movimiento”.
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
El Espíritu no está parado, está siempre moviéndose, inspirando, sugiriendo, elevándonos hacia lo alto, lo bello, lo auténtico, lo maravilloso. Me imagino que el Niño Jesús pasaría por las manos de los sacerdotes y encargados del templo “como un niño más”
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Pero al llegar a las manos de Simeón, este ancianito se estremece, se llena de gozo y hasta llega a perder el miedo a morir. “Ahora ya puedo morir tranquilo”. Todos los días Jesús en la Eucaristía pasa por nuestras manos, por nuestra garganta, y llega a nuestro corazón.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”, a quien has presentado ante todos los pueblos: “luz para alumbrar a las naciones” y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Si tuviéramos la fe de Simeón nos llenaríamos de asombro, caeríamos de bruces ante esa “enormidad”. Y nos quedaríamos un buen rato “adorando” “amando” “alabando” “agradeciendo”.
28 DE DICIEMBRE
“ Se ha escuchado un clamor, un gran llanto y lamento ”
san Mateo 2, 13-18
El evangelio de hoy nos muestra como la ambición de poder convierte al ser humano en un verdadero monstruo. El ego, la autorreferencialidad, el capricho… petrifican el corazón.
Muchos son los dramas humanos… situaciones provocadas por la ambición y el poder.
Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».
José, Tú escuchas y obedeces porque quieres defender a Jesús y a María sin importar lo costoso que sea. Tú vives para custodiarlos, vives para ellos. Para ti, Jesús lo es todo y no permites que nada ni nadie te lo quite… ¡Preferirías primero perder la vida a perder a Jesús!
¿También yo sería capaz de hacer lo mismo?
José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».
Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos.
¿Cuántos y cuántos niños se ven expuestos a la marginación y el sufrimiento aquí y ahora, cerca de nosotros? A veces nos emocionamos cuando vemos fotos de niños en Sudán, Alepo y otros lugares, pero nos olvidamos de realidades más próximas, como también nos olvidamos de la codicia de poderosos y de aquellos que anteponen sus intereses al bienestar de los pequeños.
Jesús está en cada inocente, en cada indefenso y pobre. Él está en todas las personas que son víctimas del poder inescrupuloso.
Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven».
27 DE DICIEMBRE
“ Vio y creyó ”
No hace mucho contemplábamos una escena parecida en un contexto diferente: a unos hombres se les anuncia una noticia y van corriendo a corroborarla. Son los pastores en Belén. Tanto ellos como estos apóstoles se encontraron con signos pobres: un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre; el Mesías, el Señor, pobre entre los pobres y una tumba vacía, tan solo con los lienzos que habían cubierto el cuerpo sin vida del Hijo de Dios.
Pero a Juan, como a los pastores, le bastó: por gracia de Dios, vio y creyó. Él, que había sido testigo de tantas maravillas al lado de Jesús y que lo había visto traspasado en la cruz, supo reconocer su gloria en aquel sitio, en aquel acontecimiento que podía no significar nada pero que lo significaba todo.
según san Juan 20, 1a. 2-8
El primer día de la semana, María la Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.
Pedro como cabeza de la Iglesia. Hay en la actitud de San Juan como una gradación del seguimiento de Cristo: primero, el ímpetu, la carrera desbocada en la que deja atrás a Pedro lanzándose a corroborar lo que la Magdalena ha anunciado; luego, el asombro que produce asomarse a ese abismo del misterio que es el sepulcro vacío;
Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
adentrarse en el misterio, dejándose llevar por lo que ve: ahí nace la fe, como acredita la última frase del Evangelio de la jornada: «Vio y creyó». Que es lo mismo que decir que la contemplación del misterio lo movió a la fe.
Eso es justo lo que tú puedes hacer hoy: contemplar el misterio de la Resurrección, tan de seguido con el de la Natividad, para creer sin límites, para confiar plenamente en el Padre, para dejarse llevar.
Esto nos interpela a nosotros, nos llama a abrirnos al Dios que se revela en lo pequeño: en la encarnación, en el pesebre, en el taller del carpintero, en aquel joven rabino sin estudios, en el Crucificado y en aquellas pobrezas y pequeñeces que cada uno conoce.
26 DE DICIEMBRE
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