Del santo Evangelio según san Juan 20, 2-9
El primer día después del sábado, María Magdalena vino corriendo a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.
El Evangelio que hoy meditamos pareciera estar fuera de lugar, estamos en la celebración de la octava de navidad y la liturgia nos propone un evangelio sobre la resurrección.
Hoy la Iglesia nos pone como ejemplo de santidad a san Juan evangelista. Juan era joven inquieto, que nunca se conformaba, que siempre quería estar lo más cerca posible de su amigo Jesús, pero lo más importante, fue un joven que supo entender muy bien lo que significa nacer de nuevo.
Durante estos últimos tres días hemos estado celebrando nacimientos. En primer lugar, el de nuestro Señor, en segundo lugar, ayer celebrábamos el martirio de san Esteban, que es el nacimiento al cielo del primer hombre que dio la sangre por Cristo, y por último, hoy celebramos el nacimiento en la fe con san Juan.
Juan amaba tanto al Señor, que apenas supo que había resucitado, salió corriendo sin importar que lo apresaran en el camino por ser seguidor de Jesús. Su “nuevo nacimiento” en la fe lo está viviendo en este relato evangélico con la fuerza de la alegría que produce una experiencia real y cercana con Jesús como mejor amigo.
Jesús desea ardientemente que nosotros también tengamos ese nuevo nacimiento en espíritu. Hoy nos invita a que corramos en la fe. A lo mejor cojeamos un poco con una fe cansada y rutinaria, o puede ser que los “músculos” de nuestra fe se encuentren débiles y acalambrados. Para ganar este maratón el mejor entrenamiento es amar y dejarnos tocar por Dios para nacer de nuevo.
Al final de la carrera, según nos cuenta el Evangelio, Juan no vio al Señor al instante, pero vio sus signos y creyó ¿Cuántos signos nos ha dado a nosotros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario