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lunes, 17 de octubre de 2022

REFLEXION MISTERIOS GOZOSOS 4 MISTERIO

 4 MISTERIO GLORIOSO      PRESENTACION DE JESÚS EN EL TEMPLO



«Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser concebido en el seno. 
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: 

Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor» (Lc 2, 21-24).

Cuando Simeón vio al niño Jesús, inmediatamente reconoció que era Dios. A veces esperamos esto en nuestra propia vida de fe: que Cristo aparecerá ante nosotros y no tendremos ninguna duda de que es él. Aunque es posible que no veamos a Jesús en esta vida de la manera que lo hizo Simeón, su historia nos recuerda que los niños pueden llevarnos a Cristo. Como dice Jesús más tarde en su ministerio público, “Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe”. (Mateo 18, 5)




A  NOSOTROS....... COMO MARIA NO ADENTRAMOS EN EL TEMPLO DEL MUNDO

Aunque es posible que no veamos a Jesús en esta vida de la manera que lo hizo Simeón, su historia nos recuerda que los niños pueden llevarnos a Cristo. Como dice Jesús más tarde en su ministerio público, “Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe”. (Mateo 18, 5)



Como Simeón identificamos a Jesús como la luz que tenía que brillar. Reconocemos su persona. Y, su llegada, es un horizonte que Dios pone delante de nosotros para que dejemos de vivir en la tiniebla. --Como Simeón y Ana, hemos llegado al templo y, con las luces en nuestras manos, nos hemos acercado para contemplar el rostro de Cristo.
 ¡Gracias, Señor! Por dejarnos vislumbrar la belleza de Dios en un Niño.
¡Ahora, Señor! Soy testigo de que tu venida es motivo de alegría y de sufrimiento, de encuentro y desencuentros, de satisfacción y de decepción.

Como María, también nosotros, necesitamos ser purificados para seguir siendo portadores de esa gran luz que el mundo (aunque no lo sienta así) 
Como María, también nosotros, necesitamos ser purificados y alejarnos del relativismo que lo invade todo

Como María, cogemos a Jesús en nuestras manos, en nuestras candelas, sabedores que –allá donde estemos- si vivimos la fe con cierta radicalidad, estaremos expuestos a correr la misma suerte que aquel que, hoy, es presentado en el templo como la promesa felizmente cumplida.

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