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jueves, 21 de octubre de 2021

EXPLICACION DEL EVANGELIO DE HOY








JUEVES

 He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!

Jesús logró captar la atención de sus discípulos.



El fuego es un símbolo recurrente en el lenguaje bíblico, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y siempre se asocia con la presencia de Dios, o con Dios mismo, o como símbolo de la purificación que solo Dios puede proveer, o como el “juicio” de Dios. 

Así, por ejemplo, lo encontramos en la zarza ardiendo que Moisés encuentra en el Horeb cuando Dios le encomienda la misión de liberar al pueblo judío de la esclavitud en Egipto (Ex 3,1-6); también en el fuego (Ex 19,18) que acompañó la entrega del decálogo en el Sinaí, y en los holocaustos ofrecidos en el Templo, donde los animales sacrificados eran pasados por el fuego que simbolizaba el juicio final que purificará todas las cosas.

Las alusiones en el Nuevo Testamento son también numerosas. Así, a manera de ejemplo, se nos habla del fuego que ha de quemar la cizaña (Mt 13,40), las lenguas “como de fuego” que descendieron sobre los presentes en Pentecostés (Hc 2,3-4), el fuego que Jesús rehusó hacer llover del cielo sobre los samaritanos que se negaron a darles posada (Lc 9,54), y cómo les “ardía el corazón” a los discípulos de Emaús (Lc 24,32).

El que siembra fuego cosecha vida. Jesús era manso y humilde de corazón, pero su mansedumbre es la de un corazón apasionado.



El mismo fuego que hacía arder el corazón de los de Emaús arropa y hacer arder el corazón de todo el que se abre a la Palabra de Dios y la pone en práctica; es el fuego del Espíritu Santo que le impulsa a evangelizar, a compartir la Buena Noticia del Reino. Pero el mensaje de Jesús tiene lo que yo llamo la “letra chica”. Jesús exige radicalidad en el seguimiento (Mt 16,24-25), no admite términos medios (Cfr.Ap 3,15-16). Por eso no podemos mirar atrás una vez ponemos “la mano en el arado” (Lc 9,62).

La pasión, el ardor, la entrega, la lucha porque reine el amor esa es la violencia de los pacíficos.
El mensaje de Jesús siempre fue motivo de controversia. Desde la presentación en el Templo, el anciano Simeón, “movido por el Espíritu Santo”, había profetizado que el niño sería “signo de contradicción”. Jesús está consciente de ello: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Lo grandioso, y terrible, del mensaje de Jesús es que “desnuda” a los que lo reciben y los enfrenta con su podredumbre. De ahí el rechazo, la burla y la persecución que sufrió Él y todos los que decidimos seguirle y proclamar su Palabra. Nadie dijo que esto era fácil. Por eso muchos le abandonaron (Cfr. Jn 6,66) y le siguen abandonando. Pero los que creemos en Él y le creemos, sabemos que vale la pena, pues sabemos que Él tiene “palabras de vida eterna” (6,68). Anda, ¡atrévete!



Cuando Jesús enciende el fuego de su espíritu lo que inicia es una conversión. El fuego reconforta y es vida, pero la vida es riesgo y la brasa purifica. Así es la aventura de la fe, si el fuego del Evangelio prende en nuestras casas, la dulce quietud del hogar se transforma en divisiones: "Dos contra tres, tres contra dos” La lucha está servida ¿reinará la pasión de la fe? ¿Hacia cuál te inclinas tu?

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