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viernes, 22 de septiembre de 2023

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¿PERDONAR? ¡SÍ! PERO ¿CUÁNTO? 

 


 El domingo pasado nos quedábamos en una comunidad de hermanos que se aman, se necesitan y se perdonan. Y, como siempre, todo tiene un límite: la paciencia cuando se resquebraja, las personas cuando nos desbordamos, el vaso que rebosa de agua, el río que se sale de madre, el sol cuando calienta abundantemente y… el perdón cuando nos parece un lujo. 

Todos hemos tenido la experiencia de haber ofrecido el perdón y, a la vez, habernos quedarnos con una sensación de fracaso.

Parece como si, aquel que perdona y olvida, es el que da su brazo a torcer. 

Pero Jesús, aun siendo Dios, nos enseña que la grandeza del hombre está en su capacidad perdonadora. El truco, o mejor dicho, el secreto, está en cerrar en más de una ocasión los ojos y, abrir con todas las consecuencias, el corazón.

 El amar sin límites de San Pablo, se complementa con el perdonar sin límites del evangelio de este domingo. 



  Muchas veces solemos decir aquello de “perdono pero no olvido”. El perdón se hace más real y más puro cuando se desea para el otro todo lo mejor. 

El perdón, además de desatarnos de nuestros propios dioses, nos hace comprender, vivir, gustar y entender el gran amor que Dios siente por cada uno de nosotros. ¿Perdonas? Estás cerca de Dios. ¿No perdonas? Tu corazón no está totalmente ocupado por Dios. 

 El “sin límites” puede suponer en nuestra vida cristiana un imposible y un buscar justificaciones. A veces corremos el riesgo de creer, que Dios, entra en ese juego que nosotros mismos nos montamos. Como si se tratara de un partido de futbol donde, los hinchas de uno o de otro, pretenden que Dios les ayude frente al contrario. 



  En este domingo, Jesús, nos propone a las claras que nos dejemos de evasivas y que practiquemos aquello que emana del corazón de Dios por los cuatro costados: yo os perdono… haced también vosotros lo mismo. 

 Si muchas heridas permanecen abiertas y sangrando (en nuestras familias, sociedad, iglesia, comunidades, parroquias, política, etc.,) es en parte por la pobreza de nuestra fe. Por la falta de comunión con Dios. Por mirarnos demasiado a nosotros mismos y también cuando dejamos tirados en la cuneta a muchas personas que han hecho tanto por nosotros. Cuando se vive íntimamente unido a Él, no hay obstáculo insalvable ni ofensa gigantesca.

 


  CUÁNTO CUESTA, SEÑOR 

 Ofrecer el perdón, cuando en recompensa, se recibe el silencio o la mofa Sentirse cristiano y, mirarse a uno mismo, comprobando que la misericordia la derramo con cuenta gotas; a quien quiero, a quien más quiero y cuando yo quiero. Qué difícil es perdonar y cuánto cuesta, Señor sabiendo que, mi corazón, no es tan grande como el tuyo: siempre dispuesto a comenzar de nuevo.

 ¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR! 

 Ser siervo del perdón y no del orgullo Arrodillarme ante el que me injuria o cerrar los ojos ante el que me denigra Decir “lo intentaré de nuevo” a pesar de la traición o disculpar los golpes recibidos. 

 ¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR! 

 Abrazar tu evangelio sabiendo que, el perdón, sin límites y sin farsa, sin miedos ni fronteras es el resumen de tu paso entre nosotros de tu vida en medio de la nuestra tu palabra que se hace carne más allá de teorías y de discursos 

 ¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR! 

 Vivir sin sentirse perdonado y, vivir, con la conciencia de no haber disculpado Romper con las historias pasadas para caminar de nuevo e iniciar un rumbo distinto sin pensar en vencedores ni derrotados 

 ¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR! 

 Ser generoso ofreciendo semillas de reconciliación Decir “lo siento” o “te perdono” Recordar que, para entrar en el cielo, la llave que mueve su puerta es precisamente esa: perdonar siempre Dime, Señor, cómo hacerlo. 

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